Él no iba a dejar que ella estuviese en aquel banco, metida en el medio de aquel desastre de atraco en el que cada vez había más heridos y posibles muertos. No iba a permitir que su mujer, ella, a quien creyó haber perdido para siempre, se metiese de nuevo en la boca del lobo.
Por eso ahora estaban los dos allí, sentados frente a las cámaras del banco, con la cabeza de ella un poco inclinada sobre el hombro del Profesor, sabiendo a la perfección que a él no le incomodaba.
Y eso estaba claro, pues no sabía en qué momento exactamente él había llevado una de sus manos al cabello de ella, haciendo masajes allí con las yemas de sus dedos.Era algo que sabía que ella amaba, y que la tranquilizaba. En especial cuando situaciones de gran estrés se presentaban y ni siquiera los ejercicios para la respiración la calmaban. Él era todo lo que necesitaba, y Sergio jamás se quejaría ante ello.
Llevaban horas así, la noche había caído, y ella había recostado su cuerpo en la silla de cuero, aún con la cabeza sobre el hombro de su marido. Sergio miró, una vez más, la hora en su reloj; aunque ahora uno diferente pues el reloj de su padre, aquel que llevaba cada día en la muñeca desde que él falleció, todavía estaba en manos de Antoñanzas.
Eran las 12:04 de la noche. La luna estaba por la mitad en el cielo, y las nubes cubrían las relucientes estrellas que seguramente había. Estaban tranquilos, según ellos seguros, y en cinco horas los demás integrantes de la banda estarían saliendo de banco y dirigiéndose a su encuentro.
Sergio miró una vez más hacia adelante, observando en las pantallas como Tokio daba ordenes para terminar los últimos kilos de oro en la fundición; y luego volvió su vista a Raquel, notando que poco a poco se estaba quedando dormida.
Sonrió.
Le había echado tantísimo de menos esos días que ahora, verla dormir una vez más, le enamoraría el doble.
Sintió un frío recorrerle la espina cuando en la entrada a aquella sala se oyó un fuerte estruendo. Raquel se levantó del susto, frotándose los ojos y creyendo que fue un sueño. Miró a su marido, quien puso su dedo índice en la propia boca para pedirle silencio, y ella apenas frunció el ceño.
Oyeron entonces la voz de la inspectora Sierra en sus espaldas, y el seguro del arma sonar. Estaban acorralados y no les quedaba más opción que obedecerle, por lo menos hasta que algo se les ocurriese.
- Arriba y las manos en alto. —pronunció, viendo como la pareja de atracadores se levantaba en dirección a ella.
- Alicia, baja el arma... —Raquel, que había notado ya la forma rápida en la que mujer respiraba y se frotaba la barriga con la mano libre, empezó a acercársele. Ignoró por completo los murmullos de Sergio llamándole, y simplemente siguió con lo suyo. Era su plan, no el de él. —Alicia baja la pistola, estamos desarmados.
- ¡Joder, Murillo! —pronunció, bajando ambas manos hasta el costado de su cuerpo y mirándole a los ojos. —no voy a mataros, tonta, lo único que quiero es que tu Profesor llame a la carpa, confeséis todo y, sin meterme a mi en el medio, vayáis presos.
Raquel y Sergio se miraron. Ella no veía eso como una opción, en lo más mínimo; pero él, luego de pensar en todo lo que habían pasado y cómo ella casi muere, se dió el lujo de hasta pensar en llamar al Coronel y mentir un poco, sacar a todos de allí dentro y ya luego ver qué hacían durante la marcha.
- Venga, os doy cinco minutos para que piensen que harán de sus vidas...
Sergio y Raquel se miraron, yendo uno al encuentro del otro. El Profesor hablaba, buscaba formas en su cabeza de salir de ello vivos y sin heridas graves; pero Raquel... ella ya no le prestaba atención. Estaba muy ocupada viendo como la inspectora se movía de un lado al otro por el lugar, sudando, acariciando su barriga. La vió casi desmoronarse, y apenas se acercó al oído de Sergio para susurrar un "está en trabajo de parto"

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𝙄𝙜𝙪𝙖𝙡 𝙨𝙞 𝙦𝙪𝙚 𝙡𝙤 𝙢𝙚𝙧𝙚𝙘𝙚𝙨 | one - shot |
Fanfiction"Ni en siete reencarnaciones entenderías la naturaleza de nuestro amor" Y cuando Raquel dijo eso, entonces, no se refería sólo al cariño, ni a la confianza, ni a la intimidad; si no que a aquello que ambos habían construido para sí mismos, y para l...