Llevaba horas caminando descalza, con el frío de las noches de diciembre. Entre las callejuelas olvidadas de la gran ciudad, una mujer sin distancia en su mirada pedía ayuda, lo único que obtuvo eran rostros con desprecios, el dolor en su vientre era cada vez mayor, los pinchazos hacían entorpecer sus pasos, el dolor y las punzadas eran más fuertes, más agudas y con mayor frecuencia.
Notó como un líquido recorría sus piernas, pasó la mano por la parte baja de su abdomen, era sangre, más dolor en su vientre, un grito ahogado salió de su garganta, se desplomó, la respiración se aceleró, espasmos y desolación en su rostro , el sudor frío dio paso a una oleada de calor.
Una fina capa blanca comenzó a cubrir su cuerpo delicado, estaba tan sumida en su delirio que ni el frío sentía, el último pinchazo que llegó, casi sin conciencia y, haciendo un esfuerzo final, ayudó a llegar a este mundo a un niño, entre sus brazos le dio cobijo, sus vidas quedarían a manos del destino, dos guerras con un mismo fin habían empezado, querer vivir.
Y así fue, como la mujer invisible dio luz a su hijo, el niño desanimado.