PROLOGO

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Cómo cada mañana el sol la despertaba obligándola a abrir los ojos y salir de aquella cama improvisada en la terraza de aquella casa, debía salir cuanto antes para que sus huéspedes no la pillaran.
Saltó por una de las tuberías llegando al suelo. Nadie la había visto, nadie la veía jamás, era un ente en las calles de aquella ciudad, nadie jamás se fijaba en ella, nadie la notaba y nadie notaba nunca cuando algo desaparecía de sus puestos, aunque por las mañanas Ginna prefería hacer algo distinto, ganarse la vida de otra forma, una forma más legal. Por las mañanas se dirigía a la plaza, allí siempre había un anciano en el balcón de un primer piso, como cada mañana esté saludaba con la cabeza a Ginna y comenzaba a tocar, esta dejaba cualquier recipiente que hubiera encontrado por ahí y comenzaba el espectáculo.
Solo en aquellos minutos por la mañana Ginna era libre, olvidaba la calles, sus robos y la maldad de la gente.

Ginna había aprendido a bailar observando a escondidas, desde unos ventanales, unas clases de ballet, pronto descubrió que aquello se le daba bastante bien y le gustaba demasiado, a eso se le sumaba aquella flexibilidad que había ganado escapando cada día del orfanato así que mezclaba ambas cosas en su baile provocando más de un suspiro de tensión. Bailaba con elegancia, doblándose o dando giros espectaculares al son de la música del anciano y el repiquetear de las monedas que caía en aquel recipiente improvisado, casi parecía flotar.

Su parte favorita era el final, cuando ella acababa agotada, pero le daba igual porque los aplausos de su público la llenaban como nada, luego todo acababa, recogía su dinero y todo el mundo volvía a lo suyo convirtiéndose de nuevo en un fantasma para aquellas calles.

Con los pies en el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora