Corría por las laderas del Infierno tratando de recordar quién soy. El vacío que residía en mi pecho era enorme. Me faltaba algo... pero ¿qué?
La desesperación me consumía lentamente mientras me pregunto: ¿Qué era lo que me hacía sentir vivo?
Estoy perdido en la agonía de la ignorancia. Mis recuerdos borrosos desprenden un aroma dulce y amargo, ¡qué contradicción! Cierto, es este mi castigo por romper las leyes santas, por intentar protegerla destruyendo su mundo, por renunciar a mi cordura y entregarme por completo a la oscuridad. Son las consecuencias de las decisiones egoísta que tomé. Por retenerla contra su voluntad, por jugar a ser Dios, por no tener remordimientos, por cerrar mis ojos y corazón ante la verdad, cubrirlo con cadenas gruesas de acero y convertirme en un ser despiadado y calculador tras su muerte.
Este lugar no es como la descripción relatada en Inferno de Dante Alighieri, que ella solía leer. Ni como contaban los clérigos de las iglesias que visitamos los domingo de cada semana. Mucho menos como las películas que vimos juntos. En realidad era muy sombrío y silencioso, un bosque sin vida. Poco a poco comprendí que las únicas torturas que se llevaban acabo aquí son las de perder las memorias, la noción del tiempo y quedar completamente ahogado en la soledad, como una mancha en el paisaje. Sin mencionar el pensamiento que va descaradamente colándose en mi mente, destrozando mi débil corazón, y es el de que pronto seré olvidado para luego desvanecerse entre los hilos de la historia, sin haber podido siquiera pedir perdón.El tiempo; hada traviesa que vuela a mi alrededor burlándose de mis pesares a la misma paz de los pasos que cada vez se vuelven más lentos, siguiendo el camino de las cuerdas flojas de recuerdos que observo detenidamente, despreciando las nubes grises del descolorido cielo. De pronto el frío espectral de unos dedos se posó sobre mi hombro. Me voltié de forma lenta; casi temerosa, listo para enfrentar aquella figura a mis espaldas. Un hombre de gran estatura, ojos color marrón con cierto brillo siniestro albergado en ellos y cabellos negros, fue la imagen que me recibió.
- ¿Estás perdido? - dijo con un marcado acento inglés.
- En realidad, no lo sé. - respondí con inseguridad.
- Ya veo, estás confundido. Puedo entenderlo.
- Creí que era la única persona aquí.
- Si. Todos en algún momento pensaron lo mismo.
- ¿Todos?
Las sombras que proyectaban los árboles comenzaron a moverse en un lento vaivén. Me recordaban a los movimientos de brazos y pies a tal punto que pude afirmar que parecían personas.
- No les prestes atención, son solamente almas insignificante que perdieron su esperanza. Todos los que llegan aquí terminan haciendolo así como tú lo harás. - dijo analizándome con la mirada.
- Entonces... ¿es este el destino que me espera? - murmuré con desgano.
- Eso depende de tí.
- ¿Qué quieres decir?
- ¿Recuerdas esto? - sacando de su bolsillo un pequeño cuaderno, algo viejo y maltratado. Las puntas de sus hojas estaban un poco chamusqueadas. El color carmesí que mancha a la cubierta, lucía como sangre que comenzaba a secarse.
- Mi diario... - dije sin pensar.
- ¿Tienes alguna idea de lo que dice dentro?
- No, lo recuerdo.
- Aquí tienes, eres libre de leerlo. Esto quizás te puede ayudar a saber quién eres. - entregándole el diario.
- ¿Cómo sabes...
- No es difícil de suponer que no recuerdes ni tu nombre.
- ¿Quién eres? ¿Por qué me ayudas? - no podía comprender por qué este hombre misterioso, de mirada penetrante me ayudaba.
- Mi identidad no es importante. Te ayudo porque me resultas algo interesante. - respondió con total seriedad.
- No necesitas ocultarnos que eres el diablo. - mencionó una presencia aterradora que se escondía en las sombras.
- ¿Quién está ahí? - grité asustado.
- ¡Qué cruel! Ignorar mi presencia durante todo este tiempo. Tratar de escapar de este lugar sin mí. - dijo con tono burlón saliendo de su escondite. - Deberías tener más consideración conmigo.
Quedé en shock; esa persona se parecía tanto a mí, que no podía creer lo que estaba sucediendo.
- Tú, ¿cómo? - dije perplejo.
- Un alma dividida en dos mitades. Bastante irónico. - dijo el Diablo sonriendo.
- ¿Eres yo?
- Si. Somos la misma persona. - se apresuró a responder. - Puede llamarme Dos.
- ¡¡¿Qué demonios está pasando?!! - grité enojado.
- ¿Ya recordaste algo? ¿Sabes cómo llegaste a este lugar? - preguntó el Diablo.
Aquella pregunta fue como chispa para mis oídos.
- Elyas Santos. Morí en un accidente automovilístico.
- Bien. ¿Deseas volver a la vida y enmendar tus errores? - volvió a preguntar.
- ¿Es posible? - dije sin casi palabras que formular.
- Si, aunque tienes que eliminarlo. - dijo señalando a Dos y poniendo en mis manos una pistola.
- Él nunca lo hará. Soy su otro "yo", matarme es lo mismo a perder el significado de su vida.
- Tienes razón. Matarte es arrancar la parte más importante de mi ser, pero no necesariamente significa el fin. Solo tengo que llenar el vacío que dejarás. ¡Perdóname! - disparé sin pestañear.
- Sin piedad ¿eh? - dijo sollozo mientras se desvanecía. - ¡Adiós!
Desperté es la habitación de un hospital, rodeado de personas que apenas me resultaban conocidas. Celebraban mi reincorporación al mundo real. Luego me explicaron detalladamente como fue que mi corazón se detuvo en dos ocasiones cuando me transportaban en la ambulancia hacia el hospital. También sobre la operación de alto riesgo a la que fuí expuesto, y de cómo estube en coma durante siete años. En cuanto me dieron el alta, decidí ir a visitar su tumba. Le llevé unas hermosas rosas, ni creí que fuera suficiente para disculparme por no haber venido antes. Respiré hondo y cuando me dispuse a transmitirle mis palabras de despedida, escuché que alguien me llamaba. Era su hermana menor Nina; una mujer rubia, hermosa, de ojos color azul como el mar y estatura media. Agarrado de su mano iva un niño muy parecido a ella, supuse que era su hijo por lo cercanos que se veían.
- Veo que pudiste continuar con tu vida. - dije para romper el hielo.
- No es lo que piensas. - dijo con lágrimas asomándose a sus ojos.
- Es tu hijo ¿cierto?, se ve igual a ti.
- No es a mí a quién se parece sino a Margaret. Es tu hijo, tuyo y de mi hermana. Su nombre es Elyon.
Quedé sin palabras, ese niño... mi hijo. Sin saberlo me convertí en un padre ausente. Lo que más temía ser en la vida.
- Tiene diez años. - dijo ella.
- ¿Por qué no me lo dijiste antes? - dije enojado.
- ¿Cómo?, si desapareciste luego de su muerte. ¡Ni siquiera fuiste al entierro!
- Si fuí. - mencioné indundado en rabia. - No podía perdonarme por lo que pasó. Soy culpable de la muerte de la mujer a la que más amé en mi podrida vida. Esa fue la razón por la que me quedé observando de lejos. Era imposible para mí, ver a los ojos al viejo. Su decepción me habría destruido por completo.
- ¿Qué decepción? Papá solo aguardaba por tu regreso. Quiere que regreses con nosotros, al lado de tu hijo.
- Lo siento pero aún no puedo volver. Aún no he espiado mis pecados. No puedo criar a un hijo mientras me engaño a mi mismo. - dije dando la espalda.
- Papá, ¿te irás de nuevo dejándome atrás?
- Elyon... hijo mío. - dije sin mirar atrás, ya que sentía que si lo hacía no podría irme. - Esto no es un adiós. Yo volveré y cuando lo haga, espero que puedas recibirme con los brazos abiertos. Mientras esperas dejo esto a tu cuidado. - le lancé el diario. - ¡Hasta pronto!
ESTÁS LEYENDO
Relatos de un Pecador
Short StoryEs una historia donde la paternidad está envuelta con los conflictos internos de protagonista