Era una noche de finales de verano y la lluvia era fría. Yo, Sakura Himezu, me había animado por fin a confesarle mi amor a Wakashi Nomori.
Wakashi era un tigre de bengala, ¡je!... El más maravilloso de los tigres... Le había estado observando ya durante tanto tiempo en secreto... Me quedaba embelesada por ese brillo en su pelaje que cambiaba de tono según los colores del mismo, amarillo, negro, blanco, era como un sueño divino. Yo le animaba, ya que él era un deportista nato, que reunía la agilidad y la fuerza de forma magistral... Era evidente lo que yo sentía por él. Lo intenté de ocultar de todas las formas posibles, incluso a veces metiendome en algún compromiso, hehe... Si alguien se dió cuenta no me lo hizo saber, pero parece que nadie lo hizo, crucemos los dedos.
En mi cabeza no sabía si era de noche o de día, yo solo me fijaba en él. Me había arrebatado todo, ¡ese malnacido hijo de los dioses! Su actitud provocadora pero bondadosa, hasta sus colmillos, que se mostraban con su sonrisa que mezclaba cariño y picaresca, parecían salir del cincel de los mismísimos ángeles. Sí... desde que me enamoré en secreto de él, mi vida dio un vuelco y mis ojos no se despegaban de él, como si irradiase una potente luz y yo fuera una mera luciérnaga... De hecho, sí, luciérnaga o mosquito muerto, enclenque, mala en los deportes, en los estudios, ay... Me las ingeniaba al menos para siempre guardar mi secreto, la verdad es que no sé cómo lo he logrado...
Y así al fin esta leona se ha decidido a dar un paso adelante... Aunque estaba aterrorizada... Llevaba un año persiguiéndole ya... ¿Me querrá? ¿Me aceptará como la bicha rara que soy? Tengo un secreto inconfesable, ¿será capaz de soportarlo? Eso me obsesionaba. Tan miedosa e insegura estaba que esa mañana tuve que escribirle cartas de amor hasta que me sintiera satisfecha con el resultado. Una y otra vez, como si ensayase las palabras que le iba a decir... Pero me conocía, sabía que no podría apenas emitir sonido delante de él, no ese día, aún menos para confesarle mi amor. Aunque me había logrado acercar poco a poco ya que él se mostró simpático conmigo. De vez en cuando le esperaba después de los entrenamientos y juntos nos dirigíamos a casa hasta que tuviéramos que seguir rumbos distintos. Alguna vez salimos con amigos en común a tomar postres en una cafetería de estilo francés cerca de nuestro colegio. Parece que era el momento indicado... ¡Ugggh, pero no podíííaaa, estaba hecha un caos!
¡Bueno! Me centré y pude crear la carta. Una carta que firmé a pluma, a la que añadí el aroma de mi perfume, y la rosa seca más hermosa que encontré. Las llaman rosas eternas, creo. Metí todo en una cajita de papel duro y rugoso que decoré yo misma lo mejor que pude: inyectando en la tinta una plegaria que enviaba a los cielos, la plegaria de que aceptara este humilde regalo y con suerte, tal vez, a esta torpe leona. Algunos corazones, algunas estrellas con fondo nocturno, el mar, y una luna. ¡Cómo deseaba que esa luna recibiera el eclipse de nuestras cabezas besandose! Un tigre y una leona. Como en las novelas y cuentos románticos, quería que mi vida estuviera envuelta en un mágico sueño de amor exclusivamente para nosotros. Bueno, al grano. Como os contaba, la cajita de papel la envolví con un pañuelo haciéndola pasar por una tartera de o-bento. ¡Si, vale, soy un poco traviesa! ¡Hahaha!
Quedé con él en el parque a media tarde. Pasamos aquellas horas juntos paseando y hablando de lo que habíamos hecho este verano. Hasta que me miró y me dijo:
- Oye, Sakura, -dijo en tono suave, apoyándose en la madera de un antiguo puente del parque. Levantó la ceja mirándome después de haber mirado el riachuelo que pasaba por debajo- ¿no será esto, tal vez, una cita, no?
¡Me puse más roja que la bandera de japón y mi pelaje se erizó! Quise entrar en negativa como había visto en tantos animes... ¡Me estaba ocurriendo lo mismo a mi! Pero tragué saliva y manteniéndome firme como pude. En ese instante el tiempo se pausó, un trueno y un relámpago... sí, un rayo apareció de fondo estremeciendo mi ser interno, y al mismo tiempo relajandome. Algunas chispas de agua comenzaban a caer. Quieta, miré al cielo abrazando mi regalo, mi confesión. Alcé los ojos, ya era de noche algunas estrellas se podían adivinar en el cielo y con las farolas que nos rodeaban, las gotas minúsculas que caían del cielo... Aquellas gotas... Parecía que las estrellas caían desde el cielo. Bajé de nuevo mi mirada, parecía que la llovizna no nos mojaba, un halo protector nos cubría, ni nos tocaban. Con todos mis rezos extendí mis brazos sin soltar palabra, solo gestos mudos en mi tez que a sus oídos llegaban. Me incliné, suplicante ofreciendole mi confesión escrita, en ese paquete que portaba mi corazón.
Él pareció entenderlo, se sonrojó, algo dubitativo porque la escena le había dejado en shock, tomó mi regalo. Y otra vez el tiempo se ralentizó. Mis pupilas que miraban al suelo, yo ya erguida, se agrandaron como si quisieran ver más. Bajé mi rostro, cerré los ojos, tragué saliva, alcé mi rostro, abrí los ojos y le miré a los suyos. La lluvia se detuvo por un instante como si los dioses expectantes hubieran retenido la respiración para escuchar, ver y sentir mejor este instante tan trascendental en mi vida. Wakashi abrió el regalo aún confuso, estado en el que no sientes nada y a la vez todo. Vió la humilde cajita, sonrió al ver y recordar cuándo, dónde y cómo él me había confesado que esos eran sus paisajes favoritos. Se fijó en el corazón que sellaba mis sentimientos, con otro gesto volvió a sonreír. Abrió la caja, vio la carta y sintió el olor de mi fragancia. La tomó, la abrió, la leyó en voz baja:
Para Wakashi Nomori,
Te Amo.
Firmado: Sakura Himezu, antes conocida como Hideo Himezu.
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Las estrellas caían del cielo
RomanceUna leona se decide finalmente a confesar su amor a un tigre después de todo un año.