Capítulo 1

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La alarma del teléfono móvil que reposaba en mi mesita de noche me despertó. Nunca había sido de tener buenos despertares, pero con el tiempo había aprendió a fingir que nada me molestaba. Me dispuse a salir de la comodidad de mi cama, Niebla, mi gato se quejó al haberlo movido. Era la típica mascota que tan solo permitía que la molestases cuando a él le apetecía, y este no era el momento. Tras salir del baño me dirigí hacia la cocina para prepararme mi desayuno habitual.  Llevé conmigo el cuenco de avena hacia el ordenador, hacía días que no revisaba el correo.

En estos momentos era cuando la realidad me golpeaba en la cara. Solo tenía publicidad en la bandeja de entrada. Y es que ya hacía años que mi carrera se había estancado totalmente. Todavía recordaba a mi yo de veinte años llenando estadios y siendo perseguida por fotógrafos a todas horas. Ahora incluso añoraba los bulos que se creaban acerca de mi persona. Ahora me dedicaba a componer, para que más tarde una panda de torpes productores sin experiencia alguna les diera portazos en la cara. Para ellos yo estaba acabada. 

Mi positividad  se fue apagando con los años. La primera negativa hacia mi trabajo me la tomé bien, pensé que quizás no era la persona adecuada con quien trabajar. Pero cinco años de rechazos me habían consumido. Ya había asumido que no me volverán a llamar. Mi carrera había terminado, seguía componiendo porque me apasionaba la música y plasmar mis ideas en un par de melodías. Pero era consciente de que mis obras no saldrían de mi estudio y jamás verían la luz del mercado e la música. Había descubierto el lado oscuro del mundo del espectáculo y aún así quería regresar a formar parte de él con todas mis fuerzas.

Mis ingresos dependen de mi trabajo como columnista en una revista musical. No me quejaba, era a lo mejor que podía optar en este momento. Aún así sentía un pequeño vacío al saber que ya nadie se ilusionaba cuando compartía un trocito de una nueva canción. Incluso las que fueron mis fans más fieles se habían olvidado de completamente de mí. No las culpaba, yo también me olvidaría de mí misma si pudiese.

Angustiada, decidí no pensar más en el tema, total la fama no lo era todo. Era feliz; mi mascota era adorable a ratos ; tenía trabajo y suficientes ahorros como para vivir bien acomodada; una familia que me apoyaba en todos mis proyectos; y por último pero no menos importante, tenía una pareja maravillosa.

Justo hoy, sábado, había quedado con él para cenar. En casa, lo que significaba que tendría que cocinar. La cocina no era una de mis fuertes así que aprovechando que estaba sentada delante de mi ordenador busqué en internet "recetas fáciles para una cita en pareja", quería ir a lo seguro, quizás me recomendaban algo así como una ensalada de atún, lo cual sería un horror porque la boca nos apestaría a cebolla después de la cena. Terminé decidiéndome por hacer una pasta al pesto. Tendría que acercarme al supermercado para comprar algunas cosas. No solía cocinar nada con lo que me tuviera que quedar más de veinte minutos en la cocina, por lo que tan solo tenía lo básico.

Conduje hasta el supermercado más cercano con la lista de la compra  en mano, directa a lo que necesitaba para la cena y algunos imprescindibles en mi cocina, como el helado, mi querido y maravilloso helado de vainilla. Decidí que esta noche quería ser romántica. Puede que algo presionada por Javier ya que siempre se quejaba de lo fría que suelo ser. Por un día intentando ser mejor novia no me pasará nada. Fui directa a la sección de vinos y escogí el mejor en relación calidad-precio, mi economía no estaba para gastos innecesarios.

Me puse el delantal y me di cuenta de que no lo había lavado desde que lo compré. Nota mental, poner una lavadora. Comencé a picar la albahaca y puse el agua a hervir. Cuarenta minutos más tarde ya había terminado de cocinar toda la cena, todavía tenía que preparar la mesa y arreglarme un poco, al fin y al cabo se suponía que iba a ser una noche especial y debería ponerme un outfit apropiado para la ocasión, quizás uno de los vestidos que me regaló mi madre por mi último cumpleaños. Sí, el rojo será una buena opción. Fui hasta mi habitación y cogí el neceser negro donde guardaba mis imprescindibles de maquillaje, me decidí por un sutil ahumado en tonos tierra y un eyeliner mate. Deslicé el vestido por mis piernas y al abrochar su cremallera pude notar que me quedaba algo más holgado que la última vez que me lo probé, puede que no esté demasiado pendiente de llevar una alimentación demasiado equilibrada. En general no estaba pasando por mi mejor momento así que no me extrañaba.

Eran las nueve y cuarto, Javi era de las personas más puntuales que conocía, todo lo contrario a mí que soy de las típicas que cuando le preguntan cuánto le queda respondo que ya he salido de casa y en realidad acabo de salir de la ducha. Habíamos quedado a y media, ya había colocado los cubiertos y el vino en la mesa, hubiera estado bien poner algún tipo de adorno o velas, ya que es una cena romántica pero eso ya es demasiado cursi para mí y para cualquier persona que no sea descendiente de un uno de los personajes de my little pony, auque Javi es así a veces. Yo le echo la culpa a los clásicos que lee, le han frito el cerebro con tantas ñoñerías.

Sonó el timbre y me deslicé hacia la puerta con toda la rapidez que me otorgaban mis tacones negros. Ahí estaba Javi con su jersey y americana negra, me derretí al verlo con un ramo de rosas blancas, sabía perfectamente el significado que tenían aquellas flores en nuestra relación. Sana y duradera. Así estaba siendo desde hacía ya seis años. Nos conocimos en una cita doble que organizó mi mejor amiga Verónica. La típica situación incómoda en la querrías huir de un momento a otro, pero que no puedes hacer el feo porque habías prometido quedarte toda la noche. Su fin era acabar con aquel rubio de dos metros cuyo nombre en sueco es complicado de pronunciar. Finalmente Verónica se lo acabó tirando un par de veces hasta que él se volvió a Suecia tras quedarse sin trabajo, tampoco fue un gran golpe para ella, la mayoría de sus conversaciones eran en un spanglish bastante austero. Pero a diferencia de mi amiga yo tuve suerte y lo encontré a él. Tan afines, tan parecidos, tan perfectos juntos. La sensación que me transmite nuestra relación es la de encajar la última pieza de un puzzle de mil piezas, llegas cansada pero vale la pena porque al fin tienes la bonita imagen completa, lista para ser enmarcada.

Cenamos, bebimos y reímos como si esta fuese una de nuestras primeras citas, aquella donde me llevó a la feria de su pueblo y me pasé toda la noche aguantándome la risa de lo pedo que iba, eso sumado a que iba montada en la nube de los primeros meses de la relación. Sin lugar a dudas esos son los mejores, en los que hay momentos en los que notas como si a causa del amor a veces te faltara el aire. Y que esa persona especial es el único y principal satélite de tu vida. Constantemente piensas en él. Cuando quedáis y estáis a unos pasos de poder tocaros el mundo a vuestro alrededor se para. Todo esto ya queda muy atrás. Ya estamos en otra etapa. Quizás más rutinaria pero no menos emocionante, o eso me gustaría pensar.

Nos tumbamos un rato en el sofá, él apoyado su cojín y yo en su pecho, quise poner una película para acallar el silencio que habíamos dejado en la habitación pero me paró en seco al intentar coger el mando a distancia. Prefería hablar ya que últimamente está muy ocupado con su trabajo, lo acababan de ascender. No iba a ser una hipócrita, en el fondo me jodía. Su carrera profesional iba viento en popa y la mía llevaba estancada casi siete años. Sé que si me sacaba de nuevo el tema de su ascenso no podría evitar rodar los ojos o poner algún tipo de mueca. Así soy, no es algo de lo que esté muy orgullosa pero ya a mis treinta y tres años es algo que creo que no podría cambiar ni aunque me lo propusiese. Pero sé perfectamente que si la situación fuese al revés él sería más comprensivo. Efectivamente Javi empezó a contarme lo maravilloso que estaba siendo su nuevo puesto de director creativo en su empresa, que había nacido para ser un líder, un jefe enrollado, en fin, creo que dejé de escucharlo. Notaba como mi expresión iba cambiando conforme las palabra salían de su boca. Estábamos frente a frente por tanto pude ver su reacción, sabía que me iba a soltar algún comentario sobre lo mucho que necesitaría ir al psicólogo para que me ayudara con este tipo de pensamientos y así ayudarme a saber convivir mejor conmigo misma. Típico, lo que llevaba diciéndome años. Dice que debería pasar página. Creo que es más que obvio que sé es imposible volver a esa etapa, lo sé pero lo que me jode no es no volver a tener la fama y el dinero que un día poseí, sino el poder dedicarme a tiempo completo a la música. En este aspecto sé que él no me termina de entenderme, al fin y al cabo sigo trabajando en la música después de todo, pero completamente alejada del público. Sería igual de feliz si me viesen diez personas como si mi voz volviera a llenar el Santiago Bernabéu. Para no entrar en una discursión que ya hemos vivido decenas de veces le acabo besando para que no pensemos más en el tema. Al cabo de los minutos nos dirigimos hacia mi habitación.

Eternidad| FlamanthaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora