Onyx eyes

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Salí de la tienda donde trabajaba luego de haber hecho el inventario y haber cerrado. Eran alrededor de las once de la noche cuando el aire frío me golpeó la nariz. Me acurruqué en mi grueso abrigo y con mis manos metidas en los bolsillos emprendí mi camino hacia la parada del autobús.

Quedaban pocas personas en las calles, dada la hora y la temperatura que hacía. Supuse que iría a nevar en los próximos días. Nunca me gustó el frío, me hacía sentir nostálgico y melancólico y, ahora que me encontraba solo-en todos los contextos-, estos sentimientos se incrementaban: la frialdad me hacía extrañar mi hogar, mi familia, mi hermano...hacía que recordase mi vida cuando aún era un niño que correteaba por el jardín persiguiendo el viento...hacía que sintiera la soledad que me rodeaba más a flor de piel que nunca.

Con un suspiro llegué a la parada del autobús, en unos diez minutos pasaría el último de esta ruta. Observé un rato el banco de madera, completamente vacío, que aguardaba por alguien que le brindara algo de calor y compañía. Detrás, una serie de carteles de artistas y propaganda servían de lienzo para los más bellos y a la vez profanos graffitis. Era un cuadro tan deprimente y solitario...enseguida me recordó a mi mismo: yo era el banco, tan solo, esperando por la llegada de alguien que le proporcionara calor y compañía y sentido a su existencia; los carteles graffiteados eran mis defectos, esperando que alguien encontrara la belleza y el valor en ellos, alguien que supiera ver los colores que convertirían en arte lo que muchos consideran una aberración.

Tuve muchas ganas de pintar esa desolada imagen.

Con una última mirada a la parada y a la calle, decidí no esperar el autobús. Los últimos días me había sentido más solo y triste que de costumbre, y esperar estático en un lugar, rodeado de nadie, con frío y sin nada más que hacer que inmiscuirme en mi propia cabeza me haría pensar demasiado, en mi vida, en lo que deje atrás, en lo que hubiese sido de mi si me hubiese quedado, en como sería mi ahora si no fuese como soy. Ya me sentía bastante mal, no quería volverlo peor, así que sin más emprendí mi camino hacia mi casa a pie.

Las calles de la ciudad eran muy luminosas, tanto que a pesar de las altas horas que eran parecía que aún el sol se alzaba en el cielo. Decenas de carteles de neón y  pantallas LED ofrecían las luces necesarias para iluminar el paisaje, junto a las de los altos y sofisticados edificios que coronaban los alrededores. Me gustaba mucho ver la amplia gama de colores que podía percibir cada vez que me dejaba vagar por las calles en la noche. Era como ver una pintura mural interminable en tres dimensiones.

En mi caminar pasé por disímiles tiendas pequeñas (como la mía) que aún permanecían abiertas, puestos de comida a punto de cerrar y moteles. A pesar de que no había mucho tráfico, aún se podían ver algunos autos y autobuses (entre ellos el que se suponía que debía tomar yo) deslizarse veloces en la avenida. Sin embargo, mi principal entretenimiento y herramienta para despejar mi mente era observar a las personas, observar sus aromas.

Me resultaba fascinante la cantidad de tonos que puede tener el mismo color. Hay tantos azules, tantos verdes, tantos rosados, tantos rojos, tantos grises...cada uno para cada persona, cada uno para cada aroma. Por mi lado pasaron al menos tres tonos diferentes de amarillo: uno era de una mujer, beta, vestida con un traje y tacones, supuse que vendría de alguno de los edificios altos de oficinas, su amarillo era muy claro, casi blanco, y cada dos por tres estallaba en pequeñas explosiones como si manchara el aire, debía estar algo enojada dado que también caminaba a gran velocidad y con pasos tensos y fuertes; el otro era de un señor mayor, beta también, que caminaba parsimoniosamente, a pesar de que no se veía del todo abrigado, su amarillo era como el oro viejo, opaco como el ocre, se veía tan calmado, como si no hubiese nada que lo preocupara, ni siquiera el aire frío que hacía temblar sus manos; el otro amarillo fue el que más me gustó, era de una niña de no más de seis años, se veía tan tierna y apacible con su amarillo sol rodeando su ser, dormida sobre los brazos violetas de la mujer que supuse que sería su madre, que nadie repararía en su naturaleza alfa.

Entre más verdes, púrpuras y magentas llegué a una especie de plaza por la cual no frecuentaba pasar. Había una pequeña aglomeración de personas con carteles y fotografías con pegatinas de corazones. Debía tratarse de una presentación nocturna al aire libre de algún idol poco conocido, o bien que no ha debutado aún, a juzgar por la cantidad de público femenino adolescente que se dispersaba mientras comentaban emocionadas y eufóricas, como quien recién termina de ver una película de estreno en el cine. La presentación al parecer había terminado hace un rato, pues las personas que habían ya se iban retirando y se podía ver unas cuantas más desmontando la tarima con luces y equipos de sonido donde se habría presentado el artista.

Me quedé parado viendo el mar de colores que había allí, con toda esa gente reunida. Chicas anaranjadas y chicos rosas y grises conversaban amenamente, algún que otro paparazzi color marrón esperando la salida del artista para publicar sus fotos en alguna revista de chismes y noticias, alfas rojos trajeados protegiendo las vans oscuras y omegas caqui hablando por teléfono...

Y allí, en medio de todo ese remolino de movimiento y ruido, luz y color, lo vi a él.

En un principio pensé que se trataba de una ilusión óptica, dado que había bastante variedad de personas y por tanto de aromas y colores. Sin embargo, al mirar detenidamente, después de haber frotado mis ojos dos o tres veces, pude comprobar que no me equivocaba:  había visto lo que había visto. Me tensé en mi lugar, completamente fascinado y a la vez desconcertado. ¿Cómo era posible lo que mis ojos percibían? Incapaz de moverme de mi lugar por la conmoción, me quedé con la mirada fija en ese beta que cargaba una caja llena de artefactos que no pude distinguir(ni me importaba realmente). No sé si fueron segundos o minutos los que pasé sin pestañear, observando el fenómeno embelesado, como quien ve un tornado acercándose a toda velocidad, privado de escapatoria. Me ardían los ojos y los labios mas, nada de eso importó cuando el chico paró su caminar y se giró hacia mi, clavándome sus ojos como dos estacas hechas de ónix negro. Mi corazón comenzó a latir desenfrenado, como si le hubiesen inyectado una dosis de adrenalina directamente en las arterias coronarias, mientas nuestras miradas no se dejaban ir la una a la otra.

Y es que estaba totalmente paralizado. Nunca, jamás, en los diez años que he tenido este don conmigo había visto nada igual. He presenciado miles de colores diferentes en todo este tiempo, me atrevería a decir que he visto más colores que los que nadie nunca ha visto y verá en su vida. Pero en los jamás de los jamases me hubiese imaginado ver toda esa cantidad de colores reunidos en una misma persona. Sin embargo, aunque sonase increíble e irreal, ahí estaba él: luciendo su propio arcoiris, más amplio y vivo que ninguno. Un arcoiris que sólo yo podía ver.

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⏰ Última actualización: Jul 05, 2020 ⏰

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