Lo definió exactamente como: "una experiencia inigualable que nunca podrás olvidar y que te cambiará por completo". Mi amiga no es de expresarse con muchas palabras, siempre dice "estuvo bien" o "podría haber sido mejor" pero sus respuestas nunca son muy elaboradas. Cuando se trata de museos, claro. El arte no va con ella, no sabe apreciarlo como yo lo hago. Su vida es una constante aventura mientras que yo prefiero estar en mi zona de confort.
Ahora me encuentro enfrente de la enorme puerta de un museo. Tan solo eso, un museo, no decía nada más. No sabía de qué trataba y cuando le pregunté no supo qué responderme. Por primera vez iba a entrar a un lugar del cual no tenía la menor idea de lo que vería ahí adentro. Me encontraba tranquila cosa que me sorprende. Abrí la puerta con la mirada en el suelo y solo la despegue una vez asegurada de que estaba adentro. Alce la cabeza y mis ojos recorrieron las miles de estatuas que yacían allí. No había nadie, era un completo silencio. Era raro, un montón de estatuas en una gran habitación. El museo era eso, una sola habitación llena de estatuas de distintos colores, tamaños y de cosas diferentes. Había animales, humanos, cualquier cosa que podrías imaginar.
Caminé lentamente esquivando cada estatua que se atravesaba en mi camino. Las observaba con detenimiento. Me sentía una niña llena de entusiasmo, cada rincón de mi ser sonreía al ver todas esas piezas. Caminé y caminé hasta que me detuve sin querer a ver una estatua que no llamaba mi atención pero que aún así comencé a admirar. Mi cuerpo no me respondía ¿Acaso estaba en una especie de trance? ¿Era esto lo que nunca olvidaría?
Sentí un cosquilleo en mi estómago. Fue por un segundo, tan corto que apenas me saco un sonrisa. Pero no tuve que esperar mucho para que ese cosquilleo vuelva y se extienda en todo mi cuerpo. Manos invisibles me hacían cosquillas, oía risas pero seguramente era la mía. Después de todo no había nadie más allí. Reía sin parar. Cerré los ojos pensando que así se detendría pero no. Comencé a desesperarme, quería parar. Me movía demostrando aquella desesperación, aunque en el fondo tenía miedo de romper algo. Como si mis pensamientos tuviesen poder, mi brazo de extendió y golpeó una de las estatuas haciéndola caer. Caí con ella, junto con el resto de las estatuas. Un efecto dominó. Hizo que todas se derrumbaran pero yo seguía riendo.
Como hojas marchitas, desparramadas a mí alrededor, mientras que me retorcía en el suelo de la risa y gritaba "basta", "basta", "basta".