Parte I: El principio del fin

2K 128 51
                                    



Algunas semanas habían transcurrido desde que Marcelo con la ayuda de su hija Gina comprobó que siempre vivió rodeado de puras arpías. Cada una tenía motivos para odiarlo y querer deshacerse de él, y si no hubiera sido por su plan de desenmascararlas, estaba seguro que cualquiera de ellas hubiera intentado matarlo de verdad. Su esposa Mariana había solicitado el divorcio, un abogado lo había visitado esa tarde, durante la visita le explicó las exigencias que tenía la madre de sus hijas en cuanto a la separación de bienes. Él se había reído al escucharlo, ¿de verdad creía Mariana que iba a darle tanto dinero después de haberlo engañado como lo hizo? Le había dicho al licenciado que le advirtiera a su ex mujer que no se hiciera ilusiones con recibir un peso de su parte, pues pensaba acusarla de adulterio y quitarle todo. Otra que había intentado comunicarse con él era Gabriela; lo había llamado infinidad de veces en la última semana, seguramente porque algo necesitaba. Amaba a Gabriela, no podía negarlo, así como tampoco podía negar que esa mujer era una interesada y que su adicción por el juego y las apuestas la llevaba a buscarlo mayormente cuando quería pedirle dinero. En los últimos años había logrado convencerlo fácilmente de cumplirle todos sus caprichos. Y cómo no darle todo lo que le pedía si Gabriela tenía una capacidad increíble de seducirlo y envolverlo cada vez que él intentaba ponerle punto final a la relación tan tóxica que tenían. Pero a estas alturas ya estaba cansado de tanto engaño, de tantos caprichos y dramas, y no sólo de parte Gabriela, sino de todas las mujeres que lo rodeaban. En esta ocasión y después de la noche de su supuesta muerte, había jurado sacar a ese arsenal de arpías de su vida, aunque eso incluyera sacar a la única mujer que realmente había logrado despertar en él algo más que un deseo carnal.

>>> Su celular sonó por enésima vez esa tarde, era ella de nuevo, no se cansaba de llamar. Puso los ojos en blanco al ver el nombre escrito en la pantalla de su celular y lo pensó un momento antes de tomar el aparato entre sus manos. Si no le contestaba, iba a seguir llamándolo hasta conseguir que hablaran, ya la conocía, cuando quería algo no descansaba hasta conseguirlo.

—Bueno. —contestó con voz seca.

—Marcelo, hasta que por fin me contestas. Llevo toda la semana intentando hablar contigo.

—Lo sé, tus llamadas me tienen harto.

—No me hables así. —protestó.

—¿Qué es lo que quieres, Gabriela? —preguntó de mala gana, y sin dejarla contestar prosiguió con otra pregunta. —¿No te has puesto a pensar que tal vez si no te he contestado las llamadas ni los mil mensajes que me has dejado, es porque no quiero hablar más contigo?

—Eso es mentira, Marcelo, y tú bien lo sabes. —afirmó. —No puedes vivir sin mí. —dijo con demasiado orgullo.

—No eres tan importante para mí como crees. —mintió.

—¿Ah no? —se escuchó silencio del otro lado. —Sé que mientes, te mueres por verme y por estar nuevamente conmigo.

—Porque no mejor hablas claro… —quiso cambiar de tema antes de terminar confesándole que sí, que se moría por estar con ella y volver a tenerla entre sus brazos; era inexplicable la pasión que Gabriela despertaba en él. —¿Necesitas dinero? ¿Para eso me has estado buscando con tanta insistencia?

—¿Crees que sólo te busco por dinero?

—¿Por qué más lo harías? No creo que me extrañes mucho, tienes a Zarzar no sólo para cumplir tus caprichos, sino también para que te dé el placer que ya yo no voy a darte… digo, si es que con él logras sentir un poco de lo que sentías conmigo.

—A Zarzar lo dejé esperando por mí, eso ya lo sabías, lo que tuve con él ya terminó.

—Pues aún te queda Mariana, ahora son pareja, ¿o no es así? Que por cierto, no me han invitado a uno de sus apasionados encuentros todavía.

—Mira, Marcelo, si lo dices por la conversación que escuchaste la noche que fingiste tu muerte, eso no fue más que un coqueteo sin importancia.

—Yo no soy tonto, Gabriela, ¿tú crees que no sé que ustedes se han seguido viendo? Seguramente para ver como pueden sacarme dinero entre las dos. Hoy recibí la visita del abogado de Mariana, y sus exigencias parecen sacadas de una cabeza tan ambiciosa como la tuya.

—No sé de qué me hablas. —se hacía la desentendida.

—No te hagas, lo sabes perfectamente. Dime una cosa, ¿dónde planean sus maldades? ¿En la cama?

—¿Celoso? —dejando escapar una risita traviesa.

—¿De que te estés acostando con mi esposa? No, para nada.

—Ya Marcelo, no sigas, mejor veámonos. —pidió con voz melosa.

—No quiero verte, Gabriela.

—Deja de mentir ya y ven esta noche a la casa, a nuestra casa.

—Tuya querrás decir.

—Nuestra. —repitió. —Te espero en la noche, no faltes por favor. —y antes de que él pudiera protestar, ella ya había cortado la llamada.

—Gabriela… Gabriela… ¿por qué siempre termino cayendo nuevamente en tus redes? —preguntó para sí mismo, pero ni él tenía la respuesta.

^^ El timbre de la puerta de la que solía ser casa de Marcelo se escuchó un par de veces. Como no había nadie que abriera, ya que la mansión estaba sola a excepción de Mariana, fue precisamente ella quien abrió.

—Gabriela, ¿qué haces aquí?

—Necesito hablar contigo. —explicó pasando a la casa sin ser invitada; la mujer de larga cabellera negra la siguió. —¿Están tus hijas?

—Ya te había dicho que mis hijas se fueron de la casa desde que Marchelo armó todo ese teatro fingiendo que estaba muerto, y no han venido ninguna de las dos a visitarme. Son unas ingratas igual que su padre, que ahora quiere dejarme en la calle después de todos los años que le aguanté que me pusiera los cuernos hasta con la sirvienta.

—De eso precisamente quería hablarte. —se quitaba su gabardina revelando un vestido negro ajustado al cuerpo que llevaba debajo. —Marcelo se dio cuenta que yo estoy detrás de todo lo que le pediste en el divorcio, me dijo que sabía que algo estamos tramando para sacarle dinero. —iba hasta la botella de vino en una de las mesillas de la sala para servirse una copa.

—¿What? —preguntó alarmada. —¿Y ahora qué vamos a hacer? Si de por sí yo estaba casi segura que no iba a firmar el divorcio bajo esos términos, ahora que sabe que tú estás involucrada menos lo va a querer hacer.

—Tranquila, Marianita, yo sé como convencerlo de muchas cosas. —bebió lentamente de su copa. —Esta noche irá a mi casa y allí podré abogar por ti.

—No entiendo por qué me estás ayudando, Gabriela. —se sentaba frente a ella. —Yo sé que tu también quieres el dinero de Marchelo, eres igual o hasta más interesada y ambiciosa que yo.

—Porque tú tienes un poder que yo no tengo. Eres la esposa, es tu nombre el que aparece en esos documentos, me conviene tenerte de mi lado en caso de que Marcelo decida alejarse por completo de mí y no quiera volver a darme un peso.

—¿O sea que me estás usando para sacarle dinero, crees que yo te lo voy a dar ahora que él no lo hace?

—Todo en esta vida tiene un precio, querida, no creas que te estoy ayudando de gratis.

—No, eso es más que obvio, tú no haces nada sin antes pensar si te conviene lo suficiente.

—Al igual que tú, y que Marcelo, y que todos. Nadie da nada en esta vida sin esperar algo a cambio.

—Yo puedo darte muchas cosas a cambio, Gabriela. —su mano se posó juguetonamente sobre la pierna de la otra mujer.

—Eso lo sé, ¿o por qué crees que decidí hacer tratos contigo? —sonrió y soltó la copa de vino sobre la mesa, imitando después la acción de Mariana y colocando su mano encima de la pierna de la mujer frente a ella.

Era tarde en la noche cuando la puerta de la casa de Gabriela se abrió y Marcelo hizo su entrada. Tenía llaves del lugar porque efectivamente esa casa era de los dos, comprada por él para ella, y específicamente para que pudiera vivir en el pueblo y estar cerca para sus encuentros amorosos. Gabriela lo vio justo cuando iba por su celular para llamarlo creyendo que la había dejado vestida y alborotada. Literalmente hablando, porque se había colocado un camisón de los que a Marcelo le encantaban y tenía alborotadas las ganas de estar con él. Eso y una botella de tequila reposado del que le gustaba a ambos.

—Marcelo, llegaste… —caminó hasta él. —Creí que ya no ibas a venir.

Él la miraba como hipnotizado, no entendía lo que le hacía esa mujer, pero siempre conseguía enredarlo. A pesar de estar embobado admirando sus ojos verdes y su sonrisa traviesa, no tardó en notar lo que llevaba puesto, era una de esas batitas casi transparentes que lo volvían loco.

—No quería hacerlo, y la verdad es que no sé ni por qué vine. —dijo sin dejar de escanearla con la vista mientras ella terminaba de acercarse a él.

—Viniste porque te morías por verme, mi amor. —se guindó de su cuello y lo besó en los labios casi de inmediato.

—¿Qué brujería me hiciste, Gabriela? —correspondiendo al beso sin perder el tiempo. —¿Por qué no puedo dejarte aunque quiera?

—Porque en el fondo no deseas hacerlo. Me amas. —aseguró entre besos.

—Pareces tan segura de eso. —le mordisqueaba los labios.

—¿Vas a negarlo? —jadeó al sentir la dureza que comenzaba a formarse en los pantalones de Marcelo. —Sólo de besarme te excitas, no puedes negar que te vuelvo loco.

—¿Qué me hiciste, mujer? —dijo contra sus labios y una sonrisa se asomó en la comisura de su boca.

—Brujería. —respondió comenzando a jugar con los botones de la camisa que él llevaba puesta, lista para arrancarla de su piel y sentir el calor de su cuerpo.

—Yo quería que todo terminara entre nosotros. —le decía mientras ella le quitaba la camisa y él con sus manos acariciaba los glúteos que se asomaban bajo el atrevido camisón.

—Siempre dices lo mismo, Marcelo, pero la verdad es que no puedes dejarme, y tampoco quieres hacerlo.

Marcelo enloquecido por las caricias que ahora ella repartía sobre su pecho, la tomó en brazos haciendo que Gabriela colocara sus piernas a cada lado de sus caderas. Totalmente desesperado caminó con ella al sillón más cercano y se dejó caer en este con ella a horcadas sobre su cuerpo. En ningún momento habían dejado de besarse, Gabriela comenzó a frotarse contra su entrepierna cuando sintió que lo tenía a su merced bajo su cuerpo. Marcelo gimió al sentir la exquisita fricción entre sus pieles aún cubiertas por la ropa. Ella dejó de besarlo un momento y lo miró a los ojos con extrema lujuria, en los de él encontró fuego, deseo, y una pasión desbordante que era lo que siempre los terminaba por juntar nuevamente sin importar las veces que se juraran que aquello que existía entre ellos había terminado.

—¿No puedes, verdad? —le preguntó ella mordiéndole sensualmente los labios y jugando a la vez con el cinturón de su pantalón.

—¿No puedo qué?

—Alejarte de mí aunque quieras…

—Podría. —respondió echando la cabeza hacia atrás cuando sintió que la mano traviesa de ella se colaba en su ropa interior.

—Pero no quieres. —agarraba el miembro erguido que encontró dentro del bóxer, y de inmediato empezó a masturbarlo.

—No. —jadeaba.

—¿Te gusta? —le preguntó sin dejar de tocarlo y depositando húmedos besos en la piel su cuello.

—Demasiado. —gruñó al sentir que ella lo apretaba con fuerza y aumentaba la intensidad de sus caricias. —No pares. —le exigió entre jadeos.

Gabriela dejó de tocarlo de repente con una sonrisa traviesa en los labios; nunca había sido muy buena para seguir ordenes, siempre hacía su santa voluntad. Pero eso era precisamente una de las cosas que volvían loco a Marcelo y que le fascinaba de ella, que era la única mujer que no se doblegaba ante él para rendirle pleitesía. Más bien era él quien siempre terminaba volviendo arrastrado a los pies de ella.

—No juegues conmigo, Gabriela. —suspiró excitado y volviéndose loco cuando la vio ponerse de pie y alejarse de su cuerpo.

—¿Yo, jugar contigo, Marcelo? Jamás. —sonrió coqueta y llevó su mano a uno de los tirantes del camisón que llevaba puesto para deslizarlo por su hombro, hizo lo mismo con el otro lado y lentamente dejó caer la sensual batita a sus pies; debajo no había nada más que su piel desnuda y ardiente de deseo por él.

—Me encantas. —le dijo mirándola con ojos lujuriosos.

—¿Mucho? —preguntó caminando nuevamente hacia él.

—No tienes idea de cuanto.

—Ahora me lo vas a demostrar. —se acercó por completo a él y llevó sus manos al broche de su pantalón para quitarlo con prisa, se deshizo del cinturón y en pocos segundos tanto la tela de los pantalones como la de su ropa interior estaban esparcidas por el piso.

Gabriela quiso jugar un poco, antes de subirse a horcadas sobre ese cuerpo que tanto le gustaba y cabalgarlo como sólo ella sabía hacerlo. Se puso de rodillas y tomó la erección de Marcelo entre sus manos para llevarla a su boca y lamerla con total experiencia. Él dejó escapar un gruñido al sentir las húmedas caricias, echó la cabeza hacia atrás una vez más y cerró los ojos con fuerza.

—Si no me miras, pararé. —le advirtió ella sacándolo de su boca.

—No te atrevas. —la tomó del cabello con algo de fuerza, y con una mirada verde oscura le suplicó seguir con la caricia.

—Entonces mírame. —le pidió ella con una sonrisa llena de picardía y sin quitarle los ojos de encima, Marcelo ahora la miraba sin pestañear.

—¡Hazlo! —le ordenó desesperado; un segundo después ella volvió a meterlo en su boca y lo succionó con tanta fuerza que lo hizo perder totalmente la cordura, y es que entre ellos siempre había existido una línea muy fina entre el dolor y el placer a la hora de entregarse.

Marcelo gruñía sintiendo las expertas caricias de Gabriela, el placer que ella le regalaba iba incrementando con los minutos; lamidas, succiones y de vez en cuando lo rozaba muy suavemente con los dientes. No tanto para lastimarlo, pero sí para recordarle que ella tenía el control absoluto sobre él en ese momento. Un error, un poco más de fuerza y Marcelo estaría perdido. Luego de unos minutos de caricias, Gabriela aumentó la fuerza con la que lo tocaba con los dientes produciéndole así un poco de dolor.

—Para. —le pidió antes de que ella perdiera el control y lo lastimara, no sería la primera vez.

—A ti te gusta. No lo niegues.

—Sí, pero no tanto. —gruñó con fuerza al sentir un ligero ardor en su entrepierna. —¡Gabriela!

—Tranquilo, mi amor. —se ponía de pie con una sonrisa juguetona.

—¿Me lo quieres arrancar? ¿Qué demonios te pasa? —la halaba hacia su cuerpo para que se volviese a subir a horcadas sobre él.

—Que cobarde eres. —se reía. —No pasó nada.

—¿Ah no? ¿No pasó nada? —llevaba su boca hacia uno de los pezones erguidos de ella que pedían a gritos ser tocados. —Veremos si dices lo mismo ahora.

—Ahhh… —Gabriela dejó escapar un fuerte gemido cuando sintió los dientes de Marcelo mordisquearle con sensualidad el pezón.

—¿Te duele?

—No. —gruñó al sentir que Marcelo apretaba más los dientes. —Me encanta. Sigue.

Marcelo la mordisqueó con un poco más de fuerza hasta que la escuchó gritar, pero era un grito que ya conocía, que no era de dolor, sino de puro placer. O tal vez un poco de ambos. Gabriela sintiéndose cada segundo más excitada, decidió que ya no quería esperar más para sentirlo dentro, así que con sus manos tomó el miembro erecto de Marcelo y ella misma lo llevo a la entrada de su cueva y se dejó caer sobre él hasta sentirlo tocar el fondo de su ser. Él dejó de lamer y morder sus senos para besarla en los labios mientras ella comenzaba con una cabalgata tan lenta que era casi una tortura para los dos.

—Extrañaba tanto esto, Marcelo. —jadeaba subiendo y bajando su propio cuerpo sobre la protuberancia hinchada de él.

—Yo más. —llevó sus manos a los glúteos femeninos y los agarró con fuerza para motivarla a que aumentara la velocidad de sus movimientos.

—¿Entonces aceptas que no puedes vivir sin mí y sin lo que yo provoco en ti? —se movía con más intensidad.

—Sí, lo acepto. —hablaban entre besos. —Eres una maldita bruja, no sé cómo lo haces, pero siempre consigues enredarme y hacerme regresar a ti como un idiota.

—Tengo mis trucos. —ahora saltaba con fuerza sobre él provocando que las penetraciones fueran profundas y completamente enloquecedoras.

—Pues funcionan muy bien tus trucos.

Pasados unos minutos y mientras sus cuerpos continuaban con la exquisita fricción, Gabriela pensó que sería ese el momento perfecto para hacerle una petición. Casi siempre lograba conseguir lo que quería mientras lo tenía atrapado por lo que más le gustaba a él; el sexo.

—Mi amor, necesito dinero. —le mordisqueó el lóbulo de la oreja sin detener sus movimientos. —Debo demasiado a unas personas del casino. Si no pago pronto, me van a matar. —gemía.

—Tú no pierdes el tiempo para pedirme dinero, verdad…

—Por favor, Marcelo, de verdad lo necesito. —podía sentir que el orgasmo estaba muy cerca.

—Siempre dices lo mismo. —él también sentía que estaba muy cerca de llegar a la cima.

—Porque es la verdad, pero te juro que es la última vez que te pido algo. —estaba muy cerca de la cumbre.

—Eso también lo dices siempre. —estando a segundos de la culminación ella detuvo sus movimientos y lo miró a los ojos, sus miradas de un verde oscuro pasión se cruzaron y se admiraron con intensidad.

—Un poco de dinero… a cambio del orgasmo. —dijo agitada.

—¡Muévete! —le ordenó tomándola por la nuca con un poco de brusquedad, Gabriela se echó a reír.

—Sólo si me prometes que vas a considerar lo que te pido.

—Te lo prometo… —su voz sonaba desesperada, había demasiada tensión sexual en él, Gabriela siempre le hacía ese tipo de peticiones y exigencias, y siempre amenazaba con dejarlo a mitad si no accedía a complacerla. —¡Ahora muévete! —movió su mano para tomar su cuello como si pretendiera ahorcarla, pero no era otra cosa más que parte de su juego sexual, pues siempre habían sido bastante bruscos a la hora de tener sexo, y a ambos les encantaba.

El orgasmo fue explosivo, sus encuentros siempre lo eran. Gabriela lo mordió en el hombro cuando sintió el éxtasis producirse entre sus piernas y él enterró sus dedos en la espalda desnuda de ella marcándola como suya. Porque lo era, muy a su manera, muy a pesar de lo tóxicos que podían llegar a ser los dos, sus carnes se pertenecían. Y quizá, en el fondo, mucho más que eso. Mucho más allá de la piel.

—Aquí tienes tu tequila. —Gabriela regresaba al sillón donde minutos antes habían estallado en un orgasmo que los había llevado a la locura. —Reposado, como te gusta. —le entregaba la bebida y se sentaba en sus piernas, Marcelo sólo vestía su ropa interior, mientras que ella tenía puesta la camisa de él.

—Gracias. —le acarició los muslos cuando la tuvo sobre él.

—Marcelo… ¿pensaste lo del dinero? —le preguntó luego de un par de minutos de silencio, seguía sentada en su regazo y lo miraba con ojos de cordero, a pesar de vestir piel de arpía.

—Gabriela, te he dado ya mucho dinero. —resopló sintiéndose un poco frustrado. —No voy a darte más.

—Pero Marcelo… —intentó protestar, pero él la interrumpió.

—¡No, Gabriela! Lo siento, pero no puedo pasarme la vida entera cumpliendo todos tus caprichos.

—Me van a matar si no pago. —se vio obligada a ponerse de pie cuando él se incorporó y la sacó de su regazo.

—No te creo, tú eres capaz de inventar eso para sacarme el dinero. No sería la primera vez que lo haces.

—En esta ocasión sí es verdad, tengo muchas deudas y si no pago se van a querer vengar.

—Pues busca un trabajo o haz lo que tengas que hacer para conseguirlo, pero conmigo no cuentes. —se ponía de pie y buscaba su pantalón. —Ya estoy harto de tus deudas de juego y de que solamente me busques cuando necesitas algo.

—Eso no es cierto, yo siempre te busco.

—Porque siempre quieres dinero.

—Mi amor… —ella lo veía vestirse de prisa.

—Dame mi camisa. —le pidió luego de colocarse los zapatos.

—No. —se acercó a él. —No quiero que te vayas, deseo que me acompañes toda la noche y no tener que dormir sola.

—Pues si no quieres dormir sola, siempre puedes llamar a uno de tus amantes para que te acompañen. —la obligaba a quitarse su camisa. —Estoy seguro que la lista es larga. Empezando por Mariana, mi esposa, bueno, mi ex esposa. Aunque no creo que ella pueda darte un centavo, porque tampoco pienso darle de mi dinero.

—¿Ni siquiera en el divorcio?

—No, ya le di suficiente durante el matrimonio. Y de una vez te advierto que por más que intentes sacarme dinero utilizándola a ella, no lo vas a conseguir. Yo sé perfectamente que tú la estás ayudando, aunque también sé que de gratis no es.

—Estás siendo injusto, Marcelo.

—¿Con ella o contigo? —terminaba de vestirse y caminaba hacia la puerta con claras intenciones de marcharse.

—Marcelo, no me hagas esto. —se colocaba una bata para cubrir su desnudez y caminaba tras de él.

—¿Quieres dinero? —volteaba a verla antes de abrir la puerta.

—Lo necesito.

—Muy bien. —se sacaba un par de billetes arrugados del bolsillo. —Ten. —colocándoselos en la mano a ella. —Por tus servicios de esta noche.

Gabriela abrió la boca indignada, y justo cuando estaba lista para refutar, él cruzó la puerta y se dirigió hacia su camioneta.

—¡Eres un cabrón, hijo de la chingada! —lo siguió sintiendo una furia muy grande crecer dentro de ella. —¡Esto no se va a quedar así! ¿Me oyes, Marcelo? ¡No se va a quedar así!

—Deja las amenazas sin sentido, Gabriela y ve pensando cómo y con quién vas a conseguir el dinero que dices necesitar. —se subía a la camioneta.

—Eres un hijo de puta. —golpeaba con su mano el vidrio de la puerta del lado de el conductor donde Marcelo ya encendía el motor.

Antes de poner la camioneta en marcha él bajó el cristal.

—Gracias por el orgasmo… hermanita. —bromeó con la mentira que ambos habían mantenido durante años al hacerle creer a todos que eran hermanos. —Cuando quiera otro te vuelvo a llamar y así te ganas un par de pesos más.

—¡Pinche cabrón! ¡Pendejo! —le gritó con rabia, pero él apenas la escuchó porque desapareció de allí en su camioneta. —Esta me la vas a pagar, Marcelo.

^^ Mariana se sorprendió de que su teléfono sonara tan temprano en la mañana. Aún media dormida vio que se trataba de Gabriela y contestó sin levantarse de la cama.

—Necesito que me abras la puerta, llevo casi diez minutos tocando.

—¿Sabes la hora que es, Gabriela?

—Sí, pero es importante, necesitamos hablar.

—Ya voy. —se levantaba y se colocaba una bata para tapar que lo único que llevaba puesto eran unas bragas.

—Buenos días. —recibía a Gabriela en la puerta.

—Pues serán buenos para ti porque yo estoy que me lleva el demonio. —entraba furiosa.

—¿Qué pasó? ¿Acaso te dejaron plantada anoche? —sonrió con un poco de burla.

—Peor. —se sentaba en el sofá. —Marcelo es un cabrón, no me quiso soltar dinero y me dijo que a ti tampoco iba a darte nada.

—Ay Gabrielita, pues eso ya lo sabíamos, era obvio que después de todo lo que ha pasado, ya Marcelo no iba a querer darnos nada. —sentándose frente a ella.

—Yo necesito ese dinero.

—¿Y qué podemos hacer?

Gabriela lo pensó un momento.

—Matarlo.

—Gabriela… —sorprendida.

—Él jugó con su muerte una vez, nosotras sólo nos encargaríamos de que esta vez fuera cierta.

Mariana se puso de pie y caminó de un lado a otro por el living sin saber qué decir.

—Gabriela, te conocía lo teibolera, lo ludópata, lo ambiciosa y hasta lo zorra, pero de ahí a que fueras una asesina, eso sí que nunca me lo imaginé.

—No lo soy. Pero estoy desesperada, Mariana, me van a matar si no pago el dinero que debo. —ella también se ponía de pie.

—¿Y qué ganaríamos haciendo algo así? Porque estoy segura que nuestros nombres no aparecen ni por error en el testamento de Marchelo.

—Marcelo tiene un seguro de vida. De un valor muy alto.

—¿Un seguro de vida? —frunció el ceño —¿Y tú cómo sabes eso? Yo nunca escuché nada acerca de un seguro de vida.

—Nadie lo sabe, sólo su abogado, fue él quien me lo dijo.

—¿Ahora te acuestas con el abogado también? Que zorrita eres.

Gabriela dejó escapar una carcajada.

—¿Qué pasa, Mariana? No me digas que estás celosa.

—Por favor Gabriela, no te sientas tan importante.

—Mira, aquí lo que importa es que sabemos que existe ese seguro de vida, que está a nombre de tus hijas por supuesto, pero ellas no necesitan ese dinero. Ambas van a heredar lo suficiente con las propiedades de Marcelo y las cuentas de banco que tiene. Pero tú y yo nos quedaremos sin nada. —se acercó a ella. —A menos de que ese documento cambie a nombre nuestro antes.

—¿Y cómo haríamos eso? Marcelo jamás nos tomaría en cuenta para ese seguro.

—No le vamos a preguntar, Marianita. Mira, el abogado puede cambiar el documento a nombre nuestro… estoy segura que por un precio no muy alto estaría dispuesto a hacerlo.

—Sí, creo saber el precio. —sonrió con un poco de desdén.

—¿Te imaginas… tú y yo cobrando ese dinero? Yo podría pagar mis deudas, tú podrías gastártelo en lo que te diera la gana, y aun así nos sobraría para vivir bien un buen tiempo.

—Yo no te entiendo, Gabriela.

—¿Qué es lo que no entiendes?

—¿Acaso tú no quieres a Marcelo?

—Tú no lo quieres. —afirmó evadiendo la pregunta dirigida hacia ella.

—Eso es obvio. Pero lo que pasa es que generalmente las amantes quieren más a los hombres que sus propias esposas. Yo a Marchelo dejé de quererlo hace mucho, de hecho no sé si alguna vez lo quise o si sólo me casé con él porque me convenía. Pero tú, tú fingiste por años que eras su hermana sólo para poder estar cerca de él.

Gabriela bajó la mirada, Mariana estaba muy cerca de ella.

—Lo hice porque necesitaba su dinero.

—A mí no me engañas, tú lo amas, pero eres tan orgullosa y ambiciosa que jamás serías capaz de aceptarlo.

—Bueno, eso no es lo importante aquí, da igual si lo quiero o lo quise, aquí el tema es que necesito un dinero que él no quiere darme en vida. Así que tendrá que dármelo después muerto entonces.

—Yo no soy una asesina. —explicó Mariana.

—No me digas que ahora tienes moral y escrúpulos. ¿Desde cuándo?

—Existe una diferencia muy grande entre ser ambiciosa o querer sacarle el dinero a los hombres, a matarlos.

—Mariana, me tienes que ayudar, yo no puedo hacer esto sin ti. —jugaba con la cinta que mantenía amarrada la bata de la otra mujer.

—Tú estás loca, Gabriela. —se alejaba de ella.

—Por favor…

Mariana pareció pensarlo.

—¿Qué pretendes hacer?

Gabriela sonrió.

—¿Qué es lo que más le gusta a Marcelo aparte del dinero?

—Las mujeres. —dijo sin dudar.

—¿Qué cosa específica de las mujeres?

—El sexo, acostarse hasta con la sirvienta, el muy desgraciado.

—Bien… pues la única forma de que acceda a encontrarse con nosotras sin sospechar que algo tramamos es a través del sexo.

—No entiendo… —lo analizó un poco. —¿Hablas de hacer un trío?

—¿Te da miedo? —sonrió.

—Tú a cada minuto me sorprendes más, Gabrielita. Viciosa del juego, zorra, asesina y ahora también quieres hacer tríos.

—Tranquila, Mariana que no vamos a hacer nada. Digo a menos que tú quieras. —estalló en una fuerte carcajada al ver su cara. —Es broma, querida, no vamos a hacer nada de eso, pero sí vamos a hacerle creer que estamos dispuestas a hacerlo. Estoy segura que Marcelo no se va a negar a una invitación como esa, y ya cuando lo tengamos a solas en algún lugar, lo matamos.

—Me das miedo, Gabriela.

—A mí me da más miedo no conseguir el dinero que necesito. Así que dime, ¿me vas a ayudar o no?

—Te advierto que el dinero del seguro lo vamos a dividir en partes iguales, no quiero sorpresas luego, Gabriela.

—¿Eso es un sí?

—Sí… —sonrió. —Que arpía eres.

—Igual que tú, querida, igual que tú.

—Bueno, creo que esto amerita celebrar. Con un brindis, digo.

—Claro… —Gabriela sonrió mientras pensaba. —De esta no sales vivo, Marcelo, esta vez tu muerte no será una trampa.





Continuará.


¿Se atreverá Gabriela realmente a matar a Marcelo? ¿Debe Mariana confiar en Gabriela? ¿Se dará cuenta Marcelo de lo que traman estas dos arpías?




Sugerencias y opiniones son bien recibidas. Nos leemos pronto con la segunda y probablemente última parte de esta mini historia.
Besos. ♡

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 13, 2020 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Arpías: Jaque MateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora