En el centro de la ciudad siempre suceden cosas: asaltos, suicidios, gritos, entre otros cientos de acontecimientos. La noche del 6 de marzo destacó por un suceso extraordinario. Hubo un gran apagón que por un par de horas nos mantuvo a todos nerviosos, no solo por la dificultad para ver, ni tampoco por los inminentes saqueos que todos creímos que vendrían. Fue porque las millones de estrellas que con dificultad se ven en una noche común, no brillaban. Ni esas ni ninguna otra, lo cual resultaba muy extraño, ya que con la nula contaminación lumínica estas debieran destacar como hace muchísimos años.
Solo la luna se hacía presente en el cielo como el gran ojo de un Dios que te observa y te juzga. Al presenciar el desconcertante acto, el miedo me invadió y un temblor recorrió mi cuerpo usándome como marioneta. Los que pensamos que se harían presente los delitos de todo tipo nos equivocamos.
Toda la gente salió a las calles, incluyéndome, hablábamos con temor y nerviosismo por lo que estaba sucediendo. Los niños tomados de las manos de sus padres y madres miraban hacia arriba hipnotizados por el abismal cielo negro.
Un apagón no es algo común pero ya han sucedido en diferentes años y diferentes partes del mundo, por lo que es normal que pienses que no es para tanto, lo mismo pensaría yo pero la sensación de aire espeso que todos sentimos entrado en los pulmones con dificultad, logró que nuestras mentes por mas fuertes que fueran, cayeran en debilidad quebrándose como un cristal azotado por una gran roca.
Tras la desaparición de los astros, un olor nauseabundo empezó a brotar, similar al de la sangre fresca, pero con un toque suave y dulce. Con el transcurrir de los minutos y entre multitudes temerosas algunas personas se desmayaron, no sin antes elevar un grito desesperado al cielo, un grito de miedo anunciando que algo enorme y horroroso se aproximaba.
En la multitud se podía oír gente que oraba a Dios sin obtener respuesta. No quedaba nada a que más apegarse, solo una invisible deidad de la cual no se tiene certeza alguna, es lo único que podía darle esperanza a nuestras aterrorizadas almas.
-¡Mi hijo! ¡No sé qué le pasa a mi hijo, ayuda!- gritaba una mujer mientras el niño caía inconsciente en el pavimento.
Las personas que yacían en el suelo desmayadas lentamente vieron cómo su piel se oscurecía hasta que esta quedó tan oscura como la noche que nos traía todos estos horrorosos eventos. Mientras los cuerpos oscurecían a su vez endurecían dándoles el aspecto de una de estatua azabache. Estas estatuas pese a lo inerte de su naturaleza, dejaban ver que había vida dentro, no una vida esperanzadora, más bien una vida que está dispuesta a alimentarse de los temores del alma.
Llantos y gritos eran todo lo que se oía, yo caminaba entre la multitud, aterrorizado mientras en mi mente se hacia mas habitual la idea de que terminaría convertido en una de esas estatuas, también me preguntaba si es que estaba ocurriendo lo mismo en todo el mundo.
Vi cómo hombres, aparentemente inquebrantables, lloraban mares de lágrimas mientras sostenían a sus seres queridos con su tes ya oscurecida. En mi caminar creí que seria el fin de todo, que las estrellas que nos abandonaron jamás volverían; que la luna sería la única testigo de la existencia de la humanidad; que la naturaleza recuperaría lo que le pertenece.
Mis pensamientos se acallaron ante un estruendo, como el de un cuerno de guerra, un cuerno gigantesco que ensordeció todo sonido existente, las oscuras estatuas vibraban con una enorme intensidad como intentando replicar el ruido principal. el estruendo se hacía cada vez mayor y más insoportable.
Me cubrí las orejas con las manos lo más que pude, puedo asegurar que cada persona capaz de oír hizo lo mismo. Fue inútil, el ruido penetraba en mi cabeza y lo que creí que no podía existir fue revelado en mi mente a modo de visión.
Bestias de un inconmensurable tamaño se manifestaron, bestias que no deben ser nombradas, ni retratadas aniquilaban cualquier trozo de humanidad que estuviera a su paso. Devoraban la carne de las personas como un hombre hambriento come un delicioso festín.
La sangre salpicaba sobre mí, tripas, brazos y dientes; tanto de adultos como de niños y las bestias se apoderaban de la tierra, cientos de ellas por todas partes. Los rostros de quienes son engullidos palidecían antes de la primera mordida como si previo a que la carne fuese alcanzada por las fauces de aquellas monstruosidades, un animal de otra dimensión absorbiera el alma de ese desgraciado saco de carne y la condujera hacia las profundidades más inhóspitas del peor de los infiernos.
Mientras miraba estupefacto a esos pavorosos seres me levantó uno de ellos, poniéndome entre sus frías y viscosas garras y llevándome a su enorme hocico endemoniado. Puedo decir que lo que sentí al ser levantado fue como si mil millones de agujas se clavaran por todo el cuerpo inmovilizando todo músculo a su alcance.
Al llegar a los colmillos de la bestia, sentí cómo unos ganchos se clavaban en las cuencas de mis ojos y tiraban de mí. En ese instante, la visión se desvaneció.
Desperté tendido en el suelo con un grupo de gente mirándome asombrada, lentamente me levanté, adolorido y desorientado. Las personas a mi alrededor me ayudaron a reincorporarme pero perdí el conocimiento. No sé cuánto tiempo estuve sin saber nada del mundo.
Cuando recobré la conciencia noté que estaba en un hospital, miré a mi alrededor y todo parecía normal, no había monstruos, tampoco negras estatuas de quienes fueron seres humanos, mucho menos el apocalíptico ruido ensordecedor que me llevó a otro estrato dimensional.
Luego de un rato llegó una enfermera que al verme llamó alarmada a un doctor, él me hizo unas preguntas que en un principio se me hicieron extrañas pero al pensar un poco me hicieron sentido:
-¿Sabes qué año es? ¿Por qué dicen que saliste de una de las Zgturht? ¿Dónde vives? ¿Cuál es tu nombre?
Debo decir que escribo esto 42 años después del gran ruido y no envejecí. Le conté lo mismo que acabo de narrarte al doctor, él creyó que era una broma y dijo que si no quería decir que me pasó, al menos busque de un especialista.
No sé quien o quienes fueron capaces de ocultar todo aquello que pasó. Hoy en día vivo en la calle, soy un mendigo sin identidad para los demás, todavía no caigo en la locura, quizá no falte mucho tiempo para que lo haga.
Cada noche que logro conciliar el sueño, de manera onírica se me presentan las espantosas y enormes bestias despedazando la carne de personas y solo consigo despertar cuando siento que un par de ganchos entran por mis ojos hasta quedar bien firmes y tiran.
Si no caigo en la locura y muero por ello, viviré para contemplar el fin que está próximo, puedo olerlo en el espeso aroma de sangre dulce que ronda en el aire. Vaya donde vaya, ahí esta el olor.
No importa dónde vayas, ahí estarán ellos. Si no mueres pronto vivirás para ser destrozado entre los dientes de lo abominable y cuando ellos pisen la tierra no habrá lugar donde esconderse.
Cuando ellos pisen la tierra sabrás que es el fin.
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Bajo la sombra del cielo
HorrorCuando las estrellas desaparezcan, tu nombre será nada y las negras estatuas aparecerán. ese será el comienzo.