III

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                     III

Desde pequeño me han gustado las aves. Es un gran pasatiempo para mí el hecho de salir al bosque y sentarme durante largos períodos de tiempo a escuchar a estos magníficos seres que Dios creó.

A veces salía con binoculares para ver de dónde venía el canto y así saber qué ave es, o simplemente apreciar peculiar su apariencia.

Mi ave favorita era el pingüino, pese a que era un ave no voladora, me encantaba el hecho de que es un ser sumamente inofensivo y tierno. Sus cortas patas y su corto cuello me recordaba mucho a mi padre, quien pese a vivir en la pobreza y la escaces siempre nos crió con buenos valores y un indiscutido e infaltable sentido del humor.

Mi padre era un hombre alto y delgado, de pelo rojizo y unos ojos de un café un tanto claro. Usaba la mayor parte del tiempo un abrigo de tela grueso, casi como una especie de gabardina, y solamente se lo quitaba en los días de calor de verano, a excepción de la noche, ya que viviendo en el norte de igual manera las noches son un tanto heladas.
Le gustaba mucho educarnos y enseñarnos. Al ver mi extravagante y espontáneo gusto por las aves, decidió juntar un poco de dinero extra y comprarme un libro sobre aves. Yo teniendo más de la quincena de edad y sin estudios escolares lo valoré como si de un título de bachillerato se tratase.

Estuve gran parte de mi vida yendo a los bosques a las afueras de nuestra pequeña ciudad, por no decir pueblo. Salía casi todos los días después de la merienda, una vez terminadas mis lecturas diarias, y me aventuraba a descubrir nuevas especies. Casi todos los meses recorría un poco más de distancia, debido a que por la edad, ese pueblo y el bosque junto a él, ya se me estaban haciendo un poco más pequeños.

Hubo un día en el que salí al bosque como de constumbre, aunque ese día se tornó un poco extraño. Salí y había un gran grupo de hombres acarreando bolsos y armas en sus espaldas. Junto a ellos había una jauría de sabuesos, cockers y otras razas de perros de caza.

Probablemente era temporada de caza y esos hombres llevaban la comida a sus hogares. Aunque raro fue notar su expresión de incertidumbre. Veía yo todo tipo de aves pequeñas; codornices, gorriones, golondrinas, uno que otro pichón y varios canarios que habitaban la región. Para mi no era gran cosa, lo fue cuando noté que en la laguna no había un solo pato, ganso, cisne ni cernícalo.

- ¡Imposible! Debería estar lleno... todos los años es lo mismo ¿Por qué éste no? - noté que gritaba uno de ellos de forma impaciente.

- No te preocupes viejo amigo, quizá la próxima semana ya llegan las aves. Hay que ser pacientes. Estas aves son listas, pero al fin y al cabo son aves, y las estaremos esperando.

Le relaté de ésto a mi padre y él se extrañó completamente. Él siempre iba al almacén del centro a comprar un kilo de carne de pato todas las semanas después de la semana de caza. Se puso un poco nervioso aunque no por eso no se mantuvo calmado, sin embrago a mi me llamó la total atención.

A la noche, cuando mi padre y mi pequeña hermana dormían, salí a escondidas al bosque con tal de obtener una respuesta. Llevé conmigo el libro de aves por cualquier razón, motivo o circunstancia que en su momento lo ameritace.

Recorrí al menos una hora o más el bosque sin encontrar una sola pista de lo que acontecía. Taciturno al final, no era capaz de seguir caminando, estaba cansado y tenía frío. Pese a lo que había recorrido no me iba a regresar aún a mi hogar a dormir. Simplemente me senté a espaldas de un árbol. Cuando me estaba quedando dormido escuché un ruido que de forma inmediata me hizo recobrar el sentido y lo dormido se me había desaparecido.

Fui en busca de ese sonido. Busqué donde fuese, en los árboles, los matorrales, en la laguna. Finalmente llegué a un punto donde el bosque frenaba en seco mi paso, pero el ruido seguía viniendo de cualquier parte.

Pude divisar en una rama cerca mío, no tan lejos de dónde yo estaba, pero si en lo alto de un árbol, una ave, un tanto peculiar. Era pequeña, negra con el pecho blanco, y al momento de volar pude ver claramente con el reflejo de mi pequeña lámpara de mano un reluciente y fuerte color rojo, naranjo y blanco provenientes de su pico.

No sabía que ave era, en lo absoluto había visto una especie así en mi vida. Fue un descubrimiento exuberante y muy escalofriante.

Al llegar a mi hogar busqué por cielo, mar y tierra el origen o el nombre de esa ave. No fue cuando encontré en mi libro de aves, un ave en particular muy parecida a la que ví en el bosque, negra con el pecho blanco, con el pico resaltado en colores y unas extrañas patas rojas palmeadas.

- Fratercula ártica... fra... ¿frailecillo del atlántico?

Era extraño siendo que esta ave, si bien muy hermosa a mis ojos, se escondía en madrigueras del norte de europa, especificamente Isalandia y Groenlandia. Era temporada de primavera terminando el invierno, imposible que un ave como esa estuviera en el lugar que yo vivía.

Simplemente decidí investigar más de ello en la mañana, a esas horas de la madrugada ciertamente estaba exhausto.

Al despertar estaba en tinieblas. Todo completamente negro. No veía ni mis propias manos. No era capaz de ver ni mis pensamientos. Estaba vivo... con mi piel destruida pero vivo.

Dark LandscapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora