Capítulo 1: Pongámonos al día.

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Apenas sonaba el despertador, los tibios rayos de luz de las primeras horas del día pasaban por la ventana de la habitación, y fueron a parar en la cara de un hombre dormido, el mismo que empezó a removerse para evitar el contacto con el sol. En cuanto se dio la vuelta para seguir durmiendo, el aroma de mujer de la figura a su lado le hizo recordar los sucesos anteriores.

Conocía esta rutina de memoria, era inevitable la incomodidad y los sentimientos negativos que venían con esta situación.

— Despierta, hora de irte — comentó a secas, no repitió la indicación y automáticamente se puso de pie. La fémina que lo acompañaba se sentó a orillas de la cama, en un mutis absoluto.

— ... ¿Por qué las cosas siempre tienen que ser así? — susurró ella, con sus palabras cargadas de dolor y reproche.

Sentado al borde de la cama, evitó completamente la pregunta, se levantó y se encerró en el cuarto de baño, y conociendo las reacciones de ella, cerró con seguro la puerta y se metió bajo la regadera, a los pocos minutos se escucharon vidrios rotos y un portazo en la entrada. Era así como a Mónica le gustaba anunciar su salida.

Aquel sonido solo le hacía el recordatorio que el día ya empezaba con el pie equivocado, por lo que decidió abrir más la llave del agua caliente y dejar a sus pensamientos flotar con el vapor en la habitación, se tomó unos minutos para disfrutar del chorro antes de apresurar su marcha. Después de la ducha, un renovado Samuel de Luque buscaba en su armario las prendas adecuadas para salir a hacer negocios esa mañana.

Antes de las 9 de la mañana, Samuel ya tomaba los últimos sorbos de su café y las llaves de su coche, bien ceñido al traje gris, camisa blanca y corbata morada. Llegó a la puerta de su auto y se montó en el, y mientras conducía prestaba atención a su audífono y su teléfono, quienes le indicaban las reservas del día. Finalmente llegó a su oficina,  dejó el saco de su traje colgado en el respaldar de la silla, tomó unas proformas y otros papeles de su escritorio y volvió a salir en su auto, con 2 minutos de retraso.

Mientras el joven de Luque maldecía e intentaba no estrellarse con otros vehículos antes de llegar a su destino, para su buena suerte, no tardó mucho y se estacionó frente a una gran casa ubicada en una urbanización. Se bajó del auto, arregló su apariencia y ordenó sus papeles, todo iba a salir de maravilla.

Un par de minutos mas tarde, una familia de 4 integrantes estacionaba una gran camioneta frente a la vivienda y al lado del vehículo del joven, el cual saludó amablemente al padre, la madre, una hermosa muchacha que quizás rondaba los 16 años y un pequeño de apenas 8 años.

Sin perder la oportunidad, de Luque empezó elogiando la ubicación de la casa, los vecinos, la seguridad y el exterior de la vivienda, y al ingresar comentó hasta el más recóndito detalle de esta, elogiando desde las luces hasta el alfombrado de los cuartos. A pesar de su máxima concentración en exponer aquella construcción, no pudo ignorar las más que notorias miradas que la hija mayor lanzaba hacia el en más de una oportunidad. Pero se negaba a enrollarse con una menor de edad, por lo cual respondía con una sonrisa nerviosa.

— Entonces, señor y señora, esta es toda la vivienda de la que les comenté por teléfono, traigo aquí los papeles y con una firma, esta casa puede ser suya. — afirmó entusiasta, mientras sonreía y extendía los papeles a los padres. Los dejó a solas un rato para que discutan la situación mientras paseaba por el jardín que ofrecía la casa, cuando sintió alguien a sus espaldas.

— Te ves muy bien. ¿Cuántos años tienes? —lanzó la pregunta la hija de la familia, quien se mantuvo a escasos 2 pasos de el.

— ¡Oh! Tengo 26, estoy algo viejo — dijo en su defensa, intentando amenizar la situación.

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