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Alguien había mencionado que un alma libre es aquella que ama sin miedos, la que sabe decidir y es capaz de seguir sus sueños sin ninguna muralla aparente, es alguien indestructible; KiBum sabía que aquellos dichos que su amada abuela tanto se encargó de repetirle, tenían cierto grado de validez. Siendo un joven atemorizado por una sociedad que te denigraba por tu apariencia, por no tener una misma ideología o no simpatizar con comentarios obscenos. Él estaba en busca de su alma, la que anhelo desde que su madre partió y le dedicó un último suspiro, pero no sin antes hacerle prometer que estaría orgulloso de sí mismo desde un ahora.
Quería esa libertad de la que tanto se le hablaba y estaba decidido a conseguirla acosta de todo. El sería feliz siendo quien era y se encontraba dando uno de los primeros pasos.
Era tan literal, con su identificación en mano y sus hombros encogidos bajo esa chaqueta de cuero que tanto le había costado escoger. Era atemorizante estar frente a ese lugar, donde la música resonaba y las luces neón se paseaban sin pudor sobre tu cuerpo, sin contar que el humo dejaba un olor extraño sobre el cabello pero, se convencía de que si no era ahora, no sería nunca.
Estaba frente a un bar gay.
Un maldito bar gay era a lo que le temía tanto, ¿o era a lo que sería de él después de entrar? A lo que podría sentir y experimentar después de entrar a ese local del cual algunos despotricaban y se mofaban entre altas carcajadas, era ese el que se plantaba frente a él con colores tan vivos como las flores que se había prometido cuidar. Su mirada tan mareada no pasaba por desapercibida para los chicos que se formaban para entrar y disfrutar de lo que sería una noche de rebeldía y locura, eran jóvenes temerarios después de todo, no podía dejar de pensar que él quería ser como ellos.
– ¿Identificación? –habló un hombre alto, de mirada amable.
Los nervios me hicieron reír y le tendí lo que se me pidió, sintiendo mi garganta secar en un dos por tres. No fue hasta que se me devolvió y se me dio el permiso para pasar a aquella fiesta colorida que pensé: "¿Por qué tengo tanto miedo?", y era inusual para cualquier persona ajena a mí, quien aparentaba ser un hombre hecho y derecho que siempre llevaba una sonrisa amable y timbre de voz alto.
–Estoy listo para vivir esa juventud que olvidé. –me dije a mí mismo y me deje deslumbrar.
Si el lugar parecía alegre desde fuera, adentro era como estar en la fiesta del siglo. Las luces coloridas y la música rebotaban de un lugar a otro, había tragos de todos colores y pensaba el, de todos sabores y no por ello menos embriagantes. Sonrió para sí mismo al ver a toda esa gente agrupada en el centro, entonando una canción como si fueran amigos de toda la vida y moviendo sus caderas al ritmo. Sintiéndose un poco cohibido por todas esas demostraciones que daban algunas parejas, pero al final era más la carcajada por toda la felicidad que sentía por ellos. Un ligero sentimiento cálido se plantó en su pecho y con una sonrisa de lado, se encaminó a la barra. Se sentó como pudo y suspiro cuando se sintió victorioso por pasar ese mar de gente. Una vez más se cuestionó qué hacía ahí, él no tenía ni la menor idea de qué tomar o si era buena idea siquiera consumir alcohol.
Estaba solo, después de todo.
Con duda, paseaba su dedo pulgar por el labio inferior, queriendo morderlo para saciar ese tipo de inseguridad. La música que resonaba en el lugar le hizo salir de su trance y volvió a levantar la mirada hacia el menú de bebidas. "No seas un cobarde", se repetía a sí mismo y tras no ver nada familiar giró y vio por sobre todo el lugar, cuando una bebida de un color brillante, casi fosforescente, le hizo cuestionarse si sabría bien.