CAPÍTULO 2: LA AGONÍA.

11 2 0
                                    

CAPÍTULO 2: LA AGONÍA.

La agonía.

Al principio siento que no mejoro. Me ahogo día por día en mi propia presencia, en mis propios pensamientos. De vez en cuando me ahogo con mi propia saliva, de lo espesa que se vuelve por mis lágrimas. Cuando me ven demasiado alterada, me dan tranquilizantes, ansiolíticos; cualquier cosa que hace que quede entumecida entre las sábanas. Paso demasiado tiempo intentando despejar mi mente, organizar mis ideas. Paso demasiado tiempo intentando no hacerme daño, intentando lidiar con todo lo que acontece en mi interior. Sé que en algún momento no fue así, sé que podía estar tranquila en mi cuerpo más de cinco minutos sin derrumbarme en llanto o en ira. No quiero que esto me siga pasando, pero sigue pasando, incluso cuando intento controlarme todo lo que puedo.

Es cuando exploto en ira, con un sentimiento incontrolable de odio creciendo en mi interior, que finalmente entran a sedarme. Me arden los brazos porque, recuerdo, me aruñé y pellizqué tan duro como pude. Aquí mantienen mis uñas cortas, pero eso no significa que no pueda hacerme daño con ellas.

Cada segundo que tengo que pasar en convivencia conmigo es parte de un teatro agónico. Siento que estoy constantemente actuando para alguien que no soy yo, alguien que disfruta viéndome sufrir. Tal vez es el chico de sonrisa permanente, aquella sonrisa que jamás se le borró del rostro porque fue lo único que le vi. Incluso ahora se ríe de mí. Y le odio.

Todo empeoró después de ello, durante los tribunales y los alegatos judiciales. Antes no estaba bien, y aunque estaba segura de que había tocado fondo, no sabía entonces que tenía un abismo bajo los pies. Lo que creía fondo era sólo una agonía gratificante; un dolor como de cortadura, el fondo en el que estoy ahora es como el dolor de una amputación de una extremidad, sin anestesia o algún tipo de adormecedor. Este fondo, pese a las drogas y adormecimientos, me cala muy profundo. Es como si me cortaran el pecho constantemente con un vidrio afilado y frío; siempre se me está abriendo el pecho, siempre estoy intentando olvidar que estoy confinada y condenada a pasar el resto de mi existencia entre colchones blancos que me abrazan y no me dejan ir. En este lugar sólo existe el blanco, pero si tuviera que redefinirlo, sólo le pondría agonía; la agonía es roja como la sangre.

Salida de mi última crisis, con los brazos con mordeduras y marcas, con las sábanas blancas con pequeñas manchas rojas, finalmente me llevan con el psiquiatra que me asignaron. Me siento mareada, pero lo suficientemente consciente como para hilar frases coherentes.

—Así que... ¿Ningún avance? —Casi me río. Bufo, en realidad. Estoy recostada en la silla frente a su escritorio, con la cabeza gacha, intentando reprimir el vértigo. Odio este lugar, pero de todos los lugares que reconozco de aquí, este es el peor. Si tuviese el poder de desaparecer un lugar en la tierra, sería esta oficina. Tiene las paredes de un color nauseabundo, casi como la cara del psiquiatra que intenta tratarme, y siempre está inexplicablemente desordenado. Hay cajas con carpetas dentro por doquier, y en su escritorio sólo hay papeles, lapiceros y demás útiles mezclados entre sí.

Nunca fui una persona ordenada, pero pensar en él y su hábitat sólo hace que me maree más.

—Me pregunto por qué esta es la primera vez en meses en la que vengo aquí, casi me había olvidado de usted.

Ahora es él el que ríe.

—Siempre tan encantadora.

—¿Es por eso por lo que no hace su trabajo y sólo me mantuvo drogada por... mucho tiempo?

—No tengo por qué darte explicaciones, más bien cuéntame cómo te ha tratado la vida, tengo entendido que hay una especie de amigo que viene a verte regularmente.

Sobreviviré A Tu LocuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora