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Mirada fija en el horizonte, puños temblando, mandíbula apretada y lágrimas surcando su rostro. Escuchó los goznes de la puerta rechinar, ya ni se molestaba en voltear a ver quién entraba, se sentía triste y vulnerable.

Su vista se volvió oscura...

- ¿no estarías cansado de que te vendaran los ojos? – preguntó

-Sé paciente – suspiró y se dejó guiar por las manos amigables que le sostenían todos los días rogándole ser paciente.

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Seúl, imponente ciudad que se rige a sus anchas por sus emperadores y emperatrices, ¡oh ciudad dividida con amor!

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Park Jimin, hijo de agricultores, sin ningún poder ¿qué haces en el palacio de Daegu?

-Es de extraña belleza, de raros encantos mi señor, si lo dejamos a la suerte del destino la diosa Gameunjang-aegi no nos lo perdonará – soltó el consejero, ese que se hacía llamar Jung Hoseok.

La mirada del frío emperador se clavó en el muchacho que tenía en frente, portador de sangre verde, aún no se explicaba el por qué se había hecho acreedor de ello, claro que habría un propósito porque los dioses no se equivocan, la suerte estaba echada, su primogénito lo desposaría si lograban tener el hilo del destino, si no era así lo haría formar parte del consejo, pero en definitiva el muchacho pertenecía al linaje Min, su vida no cruzaría jamás las paredes del palacio, nadie volverá a verle.

-Que mi hijo decida, yo no puedo obligarle a desposarle a alguien que no conoce – se levantó y sacudió las telas de su vestidura – Decidle, él sabrá qué hacer – y con eso el emperador bajó las escaleras, tomo el antebrazo del joven y sacando una empuñadura de la cintura hizo un corte fino y de él brotó sangre, sangre que al secarse adquirió un color verdoso, hizo un sonido de aprobación y volviéndolo a tomar de la muñeca levantó la mano delicada del joven y gritando dijo - ¡Dalnim, diosa mía y diosa de mis lunas, te presento a Park Jimin, contempla su ser y dale tu bendición! – toda la corte se postró a los pies de las figuras masculinas paradas en el centro del salón y una lágrima cerró la presentación del nuevo miembro al clan.

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En mis manos está tu suerte ¿Qué no entiendes? Tú sin mí no eres nada... ¿De qué te sirve la belleza rara si con ella no iluminas los ojos de tu amo?

Podré iluminar otros ojos, pero los tuyos sólo muestran invierno en ellos ¿Qué mi suerte está en tus manos? Yo no lo pedí, gritaré hasta que mi garganta se desgarre en maldiciones, yo a ti no quiero pertenecerte.

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Recuerda la infancia, esa, la sencilla en la que correteas riendo porque te sientes dueño del mundo, en la que no importa tu linaje, ni tu raza.

Esa mañana se levantó como de costumbre, alimentó a las gallinas y caballos del granero, oró a los espíritus y encendió el incienso, no hacía falta que se le olvidara una tarea porque todo había sido así durante sus veinticuatro años, no tendría por qué cambiar, suspiró.

-Ah no señor Dagkalbi, el maíz es todo lo que te daré hoy, no más pan – colocó sus manos en la cintura y luego soltó una risa por su ocurrencia.

-Cariño, llamar a ese pobre pollo con un nombre de comida ¿no es algo feo para el animalito? – saltó en su lugar y vio a su madre que le observaba divertida en la entrada del granero, soltó una risa avergonzada e hizo una venía a modo de saludo.

-Es que... no se me ocurrió otro – soltó divertido, su madre negó y se acercó tomando sus manos – amor, cuida de esas manos frágiles – dijo para luego dejar un dulce beso en la abultada mejilla de Jimin – a veces pienso que eres tan dulce e irreal como para creer que le di vida a alguien así – sonrieron – ven, tu padre nos espera para el almuerzo.

¿Qué no era azul?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora