Perfection.

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17 años.

La edad donde somos todo, y no somos nada. No sabía quién era o quien sería pero definitivamente sabía que era lo que quería, ser como mi madre. A sus 39 años seguía manteniendo su pequeña figura, con un poco más de caderas pero igual de guapa, su cabello rubio caía por su espalda como si fuese la mismísima Rapunzel y sus facciones expresaban perfección, eso era ella, perfección.

Yo era un poco diferente a ella, definitivamente era mucho más pequeña, mi cuerpo era un poco voluptuoso pero era normal. Mis ojos parecían enormes en mi cara, pero eso me gustaba. Mis labios eran aún más grandes, mi abuela decía que mi cara había sido construida por el mismísimo DaVinci. Tenía el mismo cabello rubio, casi blanquecino, de mi madre, lo cual hacía resaltar más mis ojos verdes.

Desde que había cumplido 10 años mi vida se había convertido en esa palabra, perfección.

Mi madre aspiraba a ser tan perfecta, que me arrastró en sus locuras. Crecí haciéndome interminables tratamientos estéticos, cremas para tener la piel suave, litros de protector solar para mantener la piel blanca, máquinas en todo el cuerpo para tonificar, y sin embargo, mi madre nunca estuvo conforme con mi cuerpo hasta que comencé a perder peso, nisiquiera preguntó cómo o por qué pero ella se encontraba muy feliz de eso.

Durante su carrera, jamás decidió llevarme a premios, pasarelas o entrevistas pero luego de mi pérdida de peso, comenzó a hacerlo. Eso me dio una sensación de poder, esa sensación de la que tanto habían hablado las mujeres de mi familia.

Y se convirtió en algo que no pude parar.

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⏰ Última actualización: Apr 18, 2020 ⏰

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