El reloj marcó las cinco y cuarto, el ambiente en La Galera rozaba lo clásico: Iluminado por candiles junto a las mesas y lámparas de campana cuya cálida luz encandilaba al contemplarla, cubierto por un suelo y unas paredes de madera que contrastaban con los artilugios modernos tras el mostrador necesarios en cualquier cafetería y rematado por una apuesta pareja que entraba en un pequeño remanente del siglo pasado.
– ¡Este lugar es increíble! – exclamó Juno en voz baja para no importunar a los sedentes – ¡Sabía que mi intuición no podía fallarme!
Legosi la observaba atónito, sin tener idea de qué responder.
– Llamémoslo intuición femenina – contestó con una sonrisa al inmutable lobezno –. Vamos, busquemos dónde sentarnos.
– ¿Podríamos sentarnos lejos de las ventanas? – puso sus ojos en el techo mientras se rascaba el pescuezo – No me gustaría que los de la escuela nos viesen.
– ¡¿Aaah?! – inquirió con una mueca burlesca – ¿Es que te avergüenza estar conmigo?
– ¡No, no es eso! – trasladó sus ojos al suelo – Bueno, sí, pero no es vergüenza, es... Bueno...
Juno no pudo evitar soltar una modesta carcajada, le hacía gracia ese rasgo de Legosi, y por ello tampoco podía evitar mirarlo con unos ojos llenos de ternura.
– Vamos, senpai – enfatizó inequívocamente la última palabra mientras tomaba su zarpa y lo conducía a la mesa más remota.
Legosi vestía una camisa blanca igual que en la escuela, salvo que el chaleco era de color pardo, y al no ser el uniforme escolar, se abstuvo de anudarse la corbata. Sin embargo Juno no dudó en tomar esta oportunidad para estar encantadora frente a Legosi ataviada con un vestido de un claro beis de media manga, falda hasta la canilla y coronada por un sombrero de ala ancha del mismo color que dudó en llevar por miedo a recargar demasiado el atuendo. Legosi se sentó frente a Juno en el acogedor recinto.
– ¿Qué querrás tomar?
– Yo un café con leche.
– Vale, yo un americano – se giró para buscar al camarero al que casi embistió con la cabeza –. Ah, disculpe...
– ¿Uno con leche y un americano? – inquirió el sabueso a través de sus luengos belfos.
– Correcto – confirmó Legosi, y el camarero se marchó con gesto solemne a remitir el pedido.
– Por cierto, estás muy apuesto hoy – cruzó las garras sobre la mesa –. Bueno, siempre lo estás.
Juno no logró hacer contacto visual, cuestionándose si había dicho lo más apropiado.
– La verdad – comentó el lobezno – es que el chaleco era de mi padre. Lo usó cuando tenía mi edad y hace un tiempo me lo cedió. De igual modo, tú también estás muy guapa hoy – inconscientemente desvió la mirada al fulgor del candil atornillado a la pared, cuestionándose si había dicho lo más apropiado.
Por su parte, a Juno le costó reprimir los impulsos que por dentro estaba sufriendo: Legosi le había dicho que estaba guapa y eso le hacía hervir la sangre de emoción.
El lobezno quedó contemplando la luz tenue del quinqué y la lobezna petrificó su mirada hacia sus zarpas entrelazadas hasta que llegó el pedido.
– Aquí tienen – depositó el café con leche frente a Legosi y el americano frente a Juno –. Disfruten la estancia, por favor.
Y marchó, esta vez no con gesto solemne, sino con una nimia sonrisa que a leguas se oteaba que reprimía una sonrisa aun mayor. Hasta hoy en día todavía se desconoce la cantidad de jóvenes tórtolos que ha presenciado este sabueso.
Sin mediar palabra, ambos aderezaron sendas tazas y tomaron sendos sorbos, lo que hizo que inevitablemente, se mirasen por una vez a los ojos.
– Se ha...
– Confundido, sí.
– Bueno, no le dije para quién era cada uno. ¿Estás bien con ese?
– Sí, sí, solo sabe un poco distinto, eso es todo.
– La leche le da un ligero sabor más dulce.
– Sí, ¿verdad?
– ¿Seguro que estás bien?
A Juno le costaba aceptar el sabor del café al estilo americano, pero no quería cambiar las tazas ahora que ambos habían bebido de ellas. Por otro lado, a Legosi le resultaba demasiado dulce la leche, o puede que fuera por añadir azúcar pensando que era el americano, pero no quería cambiar las tazas ahora que ambos habían bebido de ellas.
– ¿Qué tal es ser tramoyista? – Juno sacó el primer tema de conversación que le vino a la mente.
– Hm, no es difícil – declaró dubitativo –, tampoco es fácil, tienes que estar pendiente de los actores y seguirlos con el foco en todo momento. Supongo que después de todo uno se acostumbra. Lo bueno es que al estar sobre los bastidores puedo ojear el guión para saber con certeza qué viene después, así que eso le resta dificultad, supongo. ¿Y tú? ¿Te está gustando el club de teatro?
– Me está encantando – se tornó más tranquila al ver que la conversación fluía bien –. Hasta ahora solo he hecho una coreografía en público, pero no puedo esperar a que me nominen en alguna obra. Y sé que si estás tú arriba cuidando de mí, me aseguraré de darlo todo.
Legosi clavó los ojos en la mesa, perplejo por que alguien diese tanta importancia a la labor de los tramoyistas, el trabajo pesado detrás de escena que nunca ningún espectador ve, y eso, de algún modo, lo hizo feliz.
Pasaron cerca de media hora hablando de trivialidades relacionadas con la escuela y demás aspectos. Eran casi las seis, así que se irguieron y, tras liquidar la cuenta a partes iguales, marcharon con una despedida llena de oculta sorna por parte del camarero. El carro de Febo ya se escondía en el horizonte, así que optaron por desviar el itinerario de regreso a la escuela a través de un paseo rebosante de arboledas y frondosos arbustos. Legosi no podía negarlo ni ocultarlo: Se sentía cómodo. Le dolía un poco decirlo debido a cuán obcecado estuvo, pero se encontraba mucho más a gusto que con Haru, con quien se disculpó hacia sus adentros por haber estado tan obnubilado y ofuscado.
Llegaron a la entrada de la escuela cuando ya había oscurecido y se mantuvieron fuera de las luces.
– Juno – Legosi se detuvo, dando el espacio oportuno para que su acompañante lo encarase –, hay una cosa que quería preguntarte.
– ¿Hm? – a la loba le marchaba el corazón a mil, expectante e inquisitiva – ¿El qué?
– Esto... – miraba intermitentemente a los ojos de Juno, pensando cómo formular la pregunta – ¿Esto ha sido una cita?
Los ojos de Juno se volvieron granito. Ella lo sabía, y él en el fondo lo sabía, pero ninguno quería reconocerlo enteramente.
– ¡¿Qué cosas dices, Legosi?! – su risa tonta y forzada no daba a más.
– Quiero estar seguro, he estado con esta duda desde que fuiste a visitarme, después de haberte marchado.
A Juno se le hizo un nudo en la garganta, no quería responder. Ahora era Legosi quien la inquiría con una mirada calma que no apartaba en ningún momento. Entonces, ante el asombro del joven lobo, Juno alcanzó sus hombros con sus garras y susurró a su oído.
– Sí, lo ha sido.
Raudamente Juno le dio un beso a Legosi en la mejilla y huyó al dormitorio de las chicas, dejando a un estupefacto lobo en medio de la penumbra agujereada por los haces de las farolas. Tras diez segundos, Legosi recobró sus sentidos y se dirigió a su dormitorio con una cara de desconcierto que no cabía en el rostro. Cuando abrió la puerta estaba Jack.
– ¡Hombre Legosi! ¿Dónde has estado? – el labrador reparó en la mueca de su compañero de habitación – Tío, ¿estás bien?
– Sí – fue la vaga respuesta que dio mientras se metía en su alcoba –. Santo cielo, qué noche.
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Beastars - Legosi x Juno
RomanceUna historia alternativa más sana que con la petarda de la coneja ninfómana hinchapelotas.