Jamás, en los escritos de antaño,
Palabras tan ciertas osaron pronunciar
Aquellos cuya fama ahora vive
A través del papel, pulsando,
Cual si de la boca del maestro saliesen:
"La batalla del hombre no se encuentra
Ya en las afueras,
Sino en el mismo hombre."Y así es;
Un miserable, lánguido intercambio,
Batallón de soldados
Vuelto voces, que fresca sangre añoran,
Tal que el instrumento magno del hombre,
Motor primario, regalo divino,
Reducido a nada queda;
Meros escombros,
De todo su lustre purgados
Nunca por mano ajena.Grano a grano, se vacía el reloj,
Detenerlo tarea imposible;
Dime tú, que vulgares versos admiras,
¿Qué hiere más?
¿La espada?
¿O aquello que aristóteles dispuso?He aquí la razón:
El primero desgarra, la vida arrebata,
Si es por mando diestra guiado,
Y lo segundo, en igual condición prospera,
Imperios levanta,
El destino mismo reescribe.Aún así, si lo opuesto se cumple,
¿Quién primero que el hombre
Para echar espada al pecho?Para quemar los puentes,
Cerrar las puertas,
Quebrar el fino hilillo
Que con tanta fuerza conservar quiere,
Y todo esto,
Sin que mano ajena en su hombro se pose.Dime entonces
¿Quién primero?