Capítulo único

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La vida de adultos es un asco.

Ese solía ser el primer pensamiento de Akaashi al abrir los ojos tras el sonido del despertador. Se levantaba utilizando toda su fuerza de voluntad en el proceso, para después ir hasta el baño y darse cuenta que tenía unas ojeras tan grandes que podía compararse con los osos pandas del reportaje que había visto antes de dormir.

Aunque, ¿siquiera se consideraba como dormir algo bajo el límite de las 3 horas?

Ya prácticamente estaba considerando como algo viable el mover su cama hasta la editorial que era donde más pasaba su tiempo. Por suerte, la fecha límite del mes ya se cumplía hoy y ayer había recibido el manuscrito listo para entregárselo a su jefe.

Tomó una ducha rápida, se vistió con lo primero que encontró y recogió su maletín del sofá, rogando para sus adentros alcanzar a tomar el autobús y no tener que esperar hasta el siguiente.

Mientras bajaba por el ascensor, se repitió mentalmente la lista de cosas que faltaba por comprar en el departamento, asegurándose también de recordar pagar la luz y el agua antes de que se cumpliera el plazo.

Pero, por supuesto, siempre había algún detalle que se le pasaba por alto y, en esta oportunidad, no era ni más ni menos que algo tan simple como ver el clima antes de salir.

El viento golpeaba con fuerza sobre la puerta del edificio, veía paraguas rotos pasar, incluso gente tratando de sujetarse de los letreros para no ser arrastradas por el vendaval. Intentó recordar algo al respecto, tenía la imagen de la chica del tiempo hablar sobre la amenaza de una tormenta, pero se sobreponía con las imágenes de pandas comiendo bambú, culpaba a su trasnoche por ello.

Meditó rápidamente las alternativas a seguir, quedarse estaba fuera de discusión considerando que llevaba el manuscrito en su maletín y si no lo entregaba los resultados serían garrafales para su empleo. Probablemente no estaban funcionando ni los autobuses ni el metro por precaución, por lo que el transporte era su mayor problema. Dejarse arrastrar por la tormenta sonaba tentador, pero finalmente optó por pedir una de las bicicletas del edificio. Se amarró bien el maletín al cinto, se quitó las gafas para evitar que se le caigan durante el viaje y, ante la mirada estupefacta de la conserje, salió pedaleando como si la vida se le fuera en ello.

Una hora más tarde, ya estaba en la editorial entregando el manuscrito a su jefe, quien observaba algo perplejo su cabello todo enmarañado y su ropa toda descompuesta por el viento.

—M-muy bien, ha sido dentro del plazo— Comentó guardando el sobre en su cajón junto a los demás, a lo que Akaashi asintió con solemnidad y salió de su oficina.

El paso siguiente, fue ir por su café de siempre hasta la cafetera que parecía agonizar con cada pedido. Una vez tuvo lista su taza, saludó a los colegas que también se habían sobrepuesto al vendaval y se dirigió hasta su propio espacio de trabajo. Volvió a sacar sus lentes y se dispuso a leer el papeleo que le había quedado pendiente del día de ayer.

Se saltó el almuerzo, puesto que la amable anciana a la que se lo compraba todos los días no había podido llegar producto del mal tiempo. Al menos, su jefe había sido compasivo y los había dejado salir temprano para que no se toparan con el punto culmine de la tormenta.

Se fue en bicicleta de vuelta también, lamentando no poder pasar al supermercado, sustituyéndolo momentáneamente con algo de pan y unos cuantos pastelitos de canela que pudo conseguir en la panadería cercana. Devolvió su medio de transporte, pero cuando se disponía a subir por el ascensor leyó el letrero de "En mantenimiento".

Subió las escaleras apenas, agradeciendo que el buen estado físico que había logrado en la preparatoria aún no lo hubiera abandonado. Para cuando llegó a su departamento, en el piso 12, lo único que deseaba era lanzarse sobre su cama mientras saboreaba una taza de café y un pastelito de canela con algún otro documental de animales de fondo.

Vida de adultosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora