La fábrica

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Cuando el despertador sonaba, comenzaba una jornada de trabajo larga. Miska, como todos los duendes de la fábrica, tenía una pequeña habitación para ella sola en la que había una cama, un armario y un estrecho escritorio. Acudía al desayuno junto al resto de la plantilla. 

—Buenos días, Miska —saludaba la agradable camarera, Mireia, con la curiosa mancha verde en su oreja izquierda en forma de cara de oso. Era delgada y fibrosa, como todos los duendes allí, y rondaba los cuarenta. Siempre le había parecido una mancha muy peculiar porque le ocupaba todo lo que alcanzaba a ver de la oreja. Sin embargo, allí nadie se le pasaba por la cabeza avergonzarse de sus orejas, su pelo (en ocasiones verde) ni de sus manchas características.

—Buenos días, Mireia —respondió sonriente Miska.

—Zumo de manzana y tostada con queso tierno ¿verdad? —dijo la camarera. Mireia llevaba muchos años allí, en aquel puesto. Miska siempre la recordaba, desde que era tan pequeña que le tenía que acompañar un tutor a por el desayuno. Todos los pequeños duendes estaban siempre acompañados por un tutor o tutora, que era como su padre o madre. Hasta los 16 años, cuando comenzaban a trabajar. El tutor era asignado en base a una lista, en la que muchos duendes deseaban hacer de padre o madre a un nuevo pequeño que se incorporaba. 

Miska asintió y, después de escasos tres minutos, cogió su bandeja con el zumo y la tostada. Se dirigió a la mesa de siempre, en el sitio de siempre, junto a Markus. A su lado se solía sentar la señora Mirtle, de sesenta años, con el pelo más blanco que verde y sin ninguna mancha característica a la vista. Nunca habían tenido una gran conversación. A ella le costaba mucho forjar una conversación con alguien, y Mirtle no lo había intentado siquiera. De todas formas, no era del todo agradable con Miska… no sabía mucho de ella. Pero, como todo duende que permanece toda la vida en la fábrica, tenía la opción de emparejarse dentro. Miska no estaba al corriente y tampoco deseaba saber todo de todos allí. Lo que recibía lo utilizaba para conectar mejor. Pero con Markus era distinto. Markus siempre hablaba y ella lo agradecía porque no era muy habladora, especialmente por la mañana. 

—Hoy soñé algo muy extraño —comenzó Markus mientras untaba de mermelada su tostada. Miska estaba dándole un sorbito a su zumo mientras, apoyada en la mesa de madera. Todo en la estancia era de madera, y cristal. Muy antiguo. Aquella fábrica llevaba en pie mucho, mucho tiempo—. Estaba en la bañera y… —miró un segundo alrededor— había un pato blanco.

Miska lo pilló al vuelo. Habían estipulado que si querían hablar de temas relacionados con la sexualidad sin miedo a ser oídos, usarían las palabras "pato blanco". El blanco representaba la virginidad y todos los allí presentes que aún no habían recibido el plazo para ser enviados, eran vírgenes. Todos, entre los 18 y 21 años, recibían una petición. Sin excepción. Sin embargo, si conocías a alguien dentro de la fábrica y lo comunicabas al secretario general, anulaban cualquier petición que estuviese por venir. Pero solo si conocías a alguien. Sino, debías salir de allí a satisfacer a alguien. 

—Soñé que tocaba con la barbilla al pato blanco de mi bañera. Y ahí acabó todo. 

—Sí que es raro —comentó adormilada Miska, sabiendo que el pato era una alegoría de su miembro. Ambos solían compartir aquellos aspectos de sus vidas sexuales (basadas en ellos mismos, juguetes o pensamientos), y les gustaba tener a alguien de confianza con quien compartirlos.

—Hoy no tengo nada de ganas de trabajar —continuó Markus. Ambos daban por sentado que Markus seguiría hablando y que Miska seguiría escuchando, y a ambos les pareció bien. Miska era tímida y valiente, y Markus era extrovertido pero más cobarde. Hacían buen equipo—. ¿A veces no piensas en cómo sería viajar fuera? A la playa a saltar las olas o a tomar un helado mientras subes en una noria.

Miska siguió comiendo su tostada. Sintió el brazo de Mirtle sin querer. A veces se rozaban y era normal con tan poco espacio. Entonces a Miska se le escapaba un «lo siento» que Mirtle ignoraba. Se volvió hacia Markus.

—Si la noria va muy rápido no creo que te resulte agradable comer un helado mientras sientes adrenalina.

Markus reflexionó sobre ello.

—En mi cabeza iba despacio. Pero no había pensado en que pudiese marear, yo nunca me mareo. De todas formas, lo que importa aquí es el concepto de vagancia.

—Sí, a veces sienta bien hacer el vago.

Ambos recordaron momentos de descanso o cuando acababan la jornada laboral, micromomentos en los que podían permitirse no hacer nada. En el día había algunos microdescansos. Después solían comer todos juntos. Mirtle era más agradable a la hora de comer. Incluso comentaba lo rica que estaba la comida con sus compañeros, uno a cada lado. Cuando sonaba el hilo musical que daba fin a la jornada, se duchaban y preparaban para la cena. Había una ducha por cada 5 trabajadores, y se dividían por géneros y edades. Por ello, no podía haber mucha demora. 

El momento favorito del día para Miska era el postre de la cena. Había días que estaba muy cansada, pero otros hablaba mucho con Markus porque se tenían confianza, y un poquito con Mirtle. Aquella noche, reían hablando de patos blancos nuevos. Sonreía mucho con Markus, con él no era tan tímida, solo ante los desconocidos.

—Hay varios tipos de patos blancos que me gustan —comentaba Miska—. Hay uno que está muy bien hecho y trabajado. Absorbe el agua muy rápidamente. Debe ser muy divertido. 

—Creo que sé cuál dices —contestó Markus—. Hay uno también que es de un uso porque es muy blandito, creo que debe ser muy divertido también. Estaría bien pasarse por la tienda el jueves.

El jueves era el día de descanso oficial por ser la mitad de la semana. La tienda para comprar útiles de ocio estaba abierta. Tenía zonas de cheque automáticas, no había que pagar nada, solo pasar un ticket que todos los duendes tenían. Excepto si se sobrepasaban comprando o se comportaban inadecuadamente. Y en la tienda vendían videojuegos, libros, juguetes eróticos y normales, cuadernos… 

Por el otro lado, Myrtle le comentaba a Miska acerca de su pelo:

—Tenemos el mismo tono de pelo. Bueno, yo tenía —dijo aludiendo a sus canas—. Hace pocos años me comenzó a desaparecer —mintió—. Cuanto más trabajas y te estresas, antes te salen canas. Así que es bueno moderar el estrés.

—Sobre todo en Nochebuena —añadió Miska.

—Desde luego —afirmó Mirtle—. Si pudiese, le cedería mi tarjeta para la tienda un mes a quien también hiciese mi trabajo ese día—. Miró de reojo a Miska, pero ella se olía sus intenciones. Ya se la había jugado otras veces años atrás. A veces Myrtle intentaba sonsacar ese tipo de cosas a Miska.

Después de la cena, acudían a sus habitaciones y caían rendidos hasta el día siguiente.

Un duende en AlaskaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora