Monstruo

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Cuando pequeños, los padres tejían amalgamados suéteres de miedo con el poder de hacernos temblar en días calurosos. A menudo nos tejen el comportamiento a base de mentiras sucias pero funcionales; es sin duda, un arte sin igual.

Quién no olvida aquellos temerosos momentos en los que a las diez en punto corrías a tu cama con la velocidad de un rayo y rezabas para que el monstruo de ti cama no se tiente por tu dulce carne.

Las historias existen para endulzarnos o espantarnos para cumplir con una obligación natural o impuesta, aunque Kant arda en su tumba. Somos tan inocentes y blancos para entender que el monstruo de la cama son un invento, porque es de esa ignorancia que nacen las fantasías.

Monstruos, santa, los reyes magos, el chupacabras, el coco o clásicos como la llorona, son algunas de las fantasías que de dulces murmullos nos enseñaron nuestro actuar. Pero el agua fluye, cambia, se llena y vacía; tarde o temprano entendemos que los monstruos solo asustan cuando sucumbimos al mundo onírico, donde el miedo y el amor encarnan sin excepción.

O eso creemos.

A los catorce, un monstruo vacío decidió entrelazar su invisible existencia con la mía. Empezó caminando a un par de metros, haciéndose presente con sus ruidosos pasos y sus risas cacofónicas, algo en mi andar era un chiste y simplemente no lo entendía, pero sus carcajadas eran lo único que resonaba en mi cerebro. Al principio mi corazón se encogía y mis mejillas no tardaban de empaparse de lágrimas del miedo que en mi pecho se acumulaba, pero pronto entendí (o eso pensé) que ignorarlo era la solución; ¡al diablo sus risas y su manía del andar! Podía sonreír y vivir a costa de sus burlas.

Pero todo empeora.

El monstruo empezó a respirar cerca de mi oído y a cantarme sus más perversos pensamientos.

"Tus amigos no te soportan", "no destacas", "Nunca le gustarás a alguien", "Sin buenas notas eres nada", "No está bien, nada de lo que haces lo está", "les caerás mal", "si eres tú te odiarán", "falsa", "¿es todo lo que puedes dar? Qué decepción", "fracasarás", "no eres apta para esa carrera, para ninguna", "no sirves", "aléjate, solo sobras".

Tan cruel, insensato y atormentador. Había más palabras que encasillaban a aquel monstruo en un perfecto concepto abstracto, pero era imposible definirlas porque era un ser con los pies fuera de la órbita; estaba ahí, pero al mismo tiempo, era nada.

Pero a pesar de ser una existencia contradictoria, su poder sobre mí era una verdad asfixiante. La noche perdió su tranquilidad, mis pasiones se empolvaban en el olvido y los pequeños detalles de la vida perdieron su valor estético. Con ese monstruo detrás de mí, ¿cómo podía disfrutar de mi vida? Todos los días pegado a mí, con su apestoso aliento e hirientes palabras, y el miedo.

El miedo de no poder verlo y enfrentarlo; ser libre y poder a volver a sonreír porque nada pasaba, no como si no sufriera.

No obstante, mis pensamientos de frustración fungieron de llave maestra para que el monstruo, tan libertino, rodeara mi cuello con sus gélidos y punzantes brazos y se divertía asfixiándome cuanto pudiera, que perdí la capacidad de ocultarlo.

Ya no fingía fortaleza, ahora solo lloraba por misericordia (me mentía de la realidad) en las noches, le rezaba al vacío para que se llevara al monstruo a donde pertenecía: a la nada. Él no debía estar aquí, destruyendo mi vida en pedazos, riéndose de mí. ¡Que se vaya con otro! Pero que deje de picar mi pequeña burbuja personal.

Llega un punto donde su influencia puso patas arriba a mi escondite perfecto, un lugar que ni el investigador con más experiencia podría hallar; infestado de máculas, causó en mí un dolor hueco insaciable, porque nada podía atarlo a una esquina y apaciguarlo.

Empecé a creer lo que el monstruo canturreaba con tanto placer; en pocas palabras, caía a su merced. Mis amigas (si eso es el engaño al que me sujeté) notaron el abrupto cambio en mi actitud y no tardaron en ahogarme en preguntas.

—Te ves muy decaída, ¿está todo bien? Sabes que puedas contar conmigo.

Sus manos habían rodeado las mías, como un mensaje de apoyo incondicional, pero ya no lo sentía así. Ahora solo sentía el vacío llenado, más no el afecto que ella esperaba transmitir; o eso quería creer porque, ¿no era cierto que todos mienten a conveniencia? Tal vez el monstruo tenía razón, que lo que yo veía era lo que esta quería; que solo me usaba.

—Estoy bien.

Nada lo estaba. Quería acabar con todo y con nada; aquel interés por el estudio se había convertido en una tortura inamovible. Mi cuerpo, que antes era carne y hueso, el monstruo lo reemplazó por un cristal que cada segundo se resquebraja. Me había cansado de luchar por silenciarlo y apartarlo porque solo era un sinsentido girar en un espiral infinito.

¿Cómo acabas con lo intangible?

Curiosamente, gran parte de las veces había ese pequeño rayo de esperanza en un mundo sumido en la oscuridad; que crees que te revelará el camino a la liberación.

A pesar de mi constante agonía, mantenía la esperanza en mi madre, aquella que me prometió estar conmigo en las buenas y en las malas (¿qué sentido tiene?), de ser mi soporte matutino. Pero nunca terminamos de conocer a las personas.

Mi madre ríe cuando asustada, le digo que hay un monstruo clavando sus afiladas uñas en mi piel, susurrándome en mi oído sus maquiavélicos planes en una sinfonía asfixiante.

"Es normal"

¿Era normal que todo se nublara?, ¿que mi cuarto apestara a muerte?, hay cosas que sigo sin entender, y mi madre me lo dejó claro.

Quizá perdí la noción en algún punto de mi historia, porque hay un momento justo, donde mi mente quedó en blanco. Y mi única teoría es que el monstruo me devoró.

Así sin más; no hay nada de espeluznante que un monstruo te devore hasta la médula, o eso dice la gente; ¿no ves que uno exagera?

Hay monstruos que día a día nos devoran y simplemente no nos damos cuenta (o fingimos no hacerlo) hasta que cerramos los ojos y vemos la tormenta en la que se convirtió una tranquila conciencia.

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What a mess

Aka 

KI-OSO

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⏰ Última actualización: Apr 21, 2020 ⏰

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