Capítulo I.

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1942.

Contexto: Segunda guerra mundial.
Genocidio contra judíos.

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- Debes escapar -Susurró ella mientras sus ojos permanecían rebalsados en lágrimas -Eres nuestra única hija y tienes mucha vida por delante -Susurró mirándome directamente a los ojos. ¿Cómo podía escapar sabiendo que mis padres iban a morir de todas formas? -Vamos Madi, no te quedes ahí parada -Me despertó de mis pensamientos hundidos.

- ¿Dónde voy? -Le pregunté asustada. Ninguna lágrima recorría mis mejillas, estaba en shock. No entendía absolutamente nada, nunca había sido parte de esto... Nunca habían discriminado tanto a mi familia como para tener que escondernos. Sólo tengo diecisiete años, no pueden hacerme esto.

- A cualquier lugar, pero escóndete.

- Moriré, mamá... Moriré de todas maneras. Déjame ir contigo -Le supliqué.

- ¡No! -Tomó mis hombros. -Vete, por favor, hazlo -Abrió la puerta de entrada y casi empujándome a la calle gritó que me fuera, lejos, pero que lo hiciera rápido. Ella no dejaba de llorar y yo no sabía a donde ir.

Miré hacia todos lados, las casa de nuestro alrededor ya casi estaban vacías. Los nazis se habían llevado todo, habían sacado a todas las familias judías que encontraron, por suerte, aun no pasaban por mi casa. Caminé sin dirección ni un rumbo fijo, miré las calles vacías por un rato hasta que escuché una camioneta. Me escondí tras un muro mientras veía como la camioneta nazi se paseaba lentamente asegurándose de que ya no quedaba nadie por esos lugares. Vi una casa completamente vacía, entre sin hacer ruido con mis cinco sentidos alerta por si alguien aparecía. Tomé todo lo necesario, comida, frazadas y más comida y comencé a buscar un lugar seguro. En todos los lugares de esa casa podían encontrarme, hasta que caminando en varias direcciones descubrí que debajo de la alfombra de una de las habitaciones de al final del pasillo, había una madera que crujía más de lo habitual. Levante la alfombra encontrándome con una pequeña cadena. Deje las cosas a un lado y levante lentamente la "puerta" Era algo pequeño, pero lo suficientemente espacioso para mí. Metí todas las cosas ahí dentro y luego entre yo, primero mis pies y por último mi cabeza, quizás el subterráneo tenía unos dos o tres metros de altura. Me aseguré de no dejar huellas afuera ni siquiera una pista y me encerré en aquel subterráneo. Quizás la familia que estaba aquí, no alcanzo a esconderse o quizás los encontraron.

Estuve alrededor de dos días sobreviviendo con lo que tenía. Al parecer, nadie vendría por mí, pero la situación de mi madre me acomplejaba... Ella era una buena madre. Mi familia nunca estuvo dentro de comercios, ni siquiera ganábamos dinero por ser judíos. Desde que aquel hombre proclamó ser dictador, todo el mundo mira a los judíos con desprecio, como si nosotros nos hubiésemos quedado con todo el dinero que necesitábamos en la primera guerra mundial. Bueno, ni siquiera estuve ahí, pero no es justo todo esto.

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Desperté algo débil, al principio no me di cuenta de la razón de porque había despertado. Luego de unos segundos escuche varios pasos y hombres hablando.

- Busquen bien -Dijo un hombre con la voz ronca. -Debe haber alguien aquí, esta es la casa de los peores parásitos, se multiplican.

Ni siquiera respiraba para que no me escucharan. Temía que los latidos de mi corazón fueran tan fuertes como para que ellos me encontraran. De pronto, escuché los pasos encima de mi cabeza, cerré los ojos con fuerza, escuché la cadena y luego la puerta se abrió. Me escondí detrás de una muralla tratando de no hacer ningún tipo de ruido. Hasta que el cemento bajo mis pies me traicionó. El nazi que había entrado me quedo mirando con atención. Sus botas casi a su rodilla, su traje con su específico símbolo nazi y su gorra que escondían un pelo casi amarillo y unos ojos celestes tan profundos. Mi cuerpo tiritaba y él lo notó.

Perdón, Madison ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora