Cuarenta y ocho

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—Muchas gracias, señorita Amelia... —dijo Omar cuando la muchacha le entregó la bolsa de papas y la gaseosa—. No era necesario.

—Claro que sí, te he tenido esperando aquí durante horas, me sentía culpable...

—Está bien, no se preocupe...

Amelia se abrochó el cinturón, y Omar tomó la ruta de vuelta a casa.

Al llegar, se encontró con la morada vacía.

Tom tenía que ir con Julius a arreglar algunas cosas, ella sabía que no estaría ahí, pero, de todos modos, como una niña, pensó que quizás se había quedado a recibirla.

—Omar... —lo llamó desde la sala.

El mayordomo vino de inmediato.

—¿Quieres té? —ofreció poniéndose de pie.

El muchacho la miró sorprendido.

—Claro... —terminó por aceptar.

Amelia caminó contenta a la cocina, y comenzó con la tarea de preparar el té.

—¿Cómo estuvo tu día, Omar? —preguntó mientras ponía las tazas sobre la mesa.

—Muy bien, tranquilo... —respondió él—. ¿Y el suyo?

—Oh, fue un día muy interesante... —comenzó a contar—. Solo me equivoqué en dos preguntas en el examen, ese que te conté el otro día...

—Ah sí, la prueba para ver en qué año la ponían.

—Exacto, al final estaré en tercer año, no me darán complementarios, ya que se supone tengo el nivel de un estudiante normal del Imperial, así que no los necesitaré.

—Es maravilloso, señorita... la felicito, espero que le vaya muy bien.

—Gracias Omar... aunque no me creerás lo que me pasó, no todo fue perfecto...

—¿Qué pasó? —interrogó interesado.

—Conocí a una perra... disculpa mi lenguaje, pero lo es...

—Una mujer desagradable, presumo. —comentó el pakistaní mientras la miraba.

—Un hombre de hecho, pero no lo puedo describir con otra palabra...

Amelia le sirvió té a Omar, y le aproximó azúcar y leche.

—¿Por qué?

—Ah, es un sujeto muy arrogante... y mal educado. —habló con molestia la mujer.

—Bueno, supongo que su área de estudio ha de ser muy competitiva...

—Oh sí, así es... pero bueno, uno siempre puede ser amable, es decisión de uno, al fin y al cabo...

Omar asintió mientras bebía un poco de té.

—Olvidé las galletas, estoy segura de que vi algunas en aquel anaquel... —dijo con rapidez.

La mujer se puso de pie y sacó las galletas del estante para servirlas en un plato. Estaba en medio de aquello, cuando escuchó a Tom.

—¡Estoy en casa! —vociferó el actor mientras caminaba a la sala.

—¡Estoy en la cocina, ven a beber té con nosotros! —respondió ella.

—¿Nosotros?

Al entrar a la cocina lo entendió.

—¿Qué está pasando? —preguntó rígido.

—Nada, solo bebemos té. —dijo Amelia acercándose a él.

—¿Qué estás haciendo aquí? —miró a Omar disgustado.

—Tom, solo estamos conversando, estuvo toda la mañana en el auto esperándome fuera de la universidad, necesitaba una taza de té, y yo también...

—Me marcharé, señor. Lamento haberlo molestado. —el muchacho se puso de pie.

—No, Omar... Tom, dile. —pidió la mujer tomando su brazo.

El alto inglés calló por dos segundos.

—Retírate, Omar...

—¡Thomas!, ¿Cuál es tu problema? —preguntó enojada, mientras el pakistaní se iba.

—Amelia... ya basta. —habló haciendo cierta mofa de su protestar.

—No, Tom. Estoy hablando en serio, ¿Qué tiene de malo que bebamos té? —interrogó enojada.

El británico no supo qué responder.

—Lo siento, yo solo... —la miró a los ojos—. Perdóname.

—Omar... —lo llamó ella.

El muchacho volvió a entrar en la cocina.

—Siéntate y termina tu té con nosotros. —habló con amabilidad.

Omar miró a Tom, en busca de alguna muestra de desapruebo.

Bingo.

—Señorita Amelia, agradezco su interés, pero tendré que rechazar su invitación...

—Si ella dice que te sientes, y que termines tu té, es justo lo que debes hacer. —habló Tom irritado.

—No, Tom... —murmuró Amelia—. Está bien, Omar... lo dejaremos para después...

Él asintió y se marchó de ahí.

Amelia miró a Tom descontenta, y le dio la espalda para levantar la taza de Omar.

—Moró mou...

Ella no respondió.

—Cariño... —puso una mano en su hombro.

—No me toques, Thomas. —dijo ella girándose para mirarlo.

—No puedes enojarte conmigo por esto. —habló serio.

—Oh, claro que puedo, y lo haré. —le dio la espalda otra vez.

—Moró mou... —susurró Tom en su oído, mientras la tomaba de la cintura.

—Tom...

Él la besó en el cuello, con cuidado y dedicación.

—Thomas William Hiddleston... —murmuró.

—No pelees conmigo, sabes que te amo. —dijo mientras la giraba en su dirección, para verla mejor.

—Yo también te amo... —respondió ella.

—No me has saludado hoy... —reclamó acercándose a la dama.

Dejó un beso en sus labios.

Amelia lo miró con cierto recelo, pero al final, terminó por aceptarlo otra vez.

Mientras lo abrazaba, pensó que aquel arranque de ira había sido solo una consecuencia del estrés, después de todo, la vida de Tom era la más ajetreada que ella había visto, y era obvio que aquello le tendría que pasar la cuenta de vez en cuando, ¿no?


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✒Mazzarena

Panacea UniversalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora