I

18 3 0
                                    

Primer día del último año de secundaria, para muchos este preciso momento es tan agradable, que no tiene descripción, y para otros pocos, es solo un día más.

Como si se tratase de un ritual de cada año, ese día, antes de entrar al colegio los del último año festejan libremente lo que no pudieron hacer durante los últimos 4 años de sus cortas vidas, festejar en la puerta de la secundaría que al fin llegaron a esta meta, al final del estrés, preocupaciones, porque no lo niego, el horror, el estrés y la desesperación que me daba a mí y a mis compañeros del curso el estudiar en una semana para 10 diferentes evaluaciones que tenía esa misma semana, nos agobiaban, nos dejaban sin energías. Pero hubo algo en mi aula, que quitaba todas esas preocupaciones que pasaban por mi mente en esas semanas estresantes, ese algo estaba entre la multitud que en ese momento saltaban y festejaban como si de un carnaval privado se tratase en la puerta de la gran secundaria de la ciudad, ese algo se llamaba Natacha, y sinceramente, era como un cable a tierra en aquellos momentos de pánico y terror.

Estaba ahí, tan alegre, risueña. Su rostro de ángel parecía resaltar entre la multitud juvenil cual alegría contagiaba con sus cánticos estudiantiles. Las personas que pasaban en frente del colegio sonreían al ver ese bulto de personas saltando, bailando y gritando afinadamente sus canticos de libertad. Pues era el principio del final, de una casi eterna lucha contra el miedo y temor de recusar de año.

Yo estaba en una esquina del colegio, esperando a que el directivo del colegio nos dejara entrar al curso que festejaba sin parar, con bombos, papeles de colores y espuma. La brisa cálida veraniega acompañaba a las murgas de aquellos percusionistas amateurs que se creían expertos aturdiendo rítmicamente a cada oído que, por casualidad, estaba de paso por la vereda al frente del colegio. Natacha se acerca hacia mí, me extiende sus manos en señal de que vaya al festejo con ella, le regale media sonrisa y me sumé al mini carnaval festivo con el ángel salvador que bajó del cielo hace 17 años atrás. Terminado el festejo los directivos de la escuela, dejaron entrar a toda esa cursada alegre al colegio, algunos de los de cuarto año miraban a los del último año con envidia, otros con un poco de alegría al saber que están a tan solo un año para que ellos puedan festejar de esa misma manera.

En fin, Natacha y yo íbamos al mismo cursado, aún puedo recordar ese momento de mi vida en el que la conocí, aunque alguna cosa se haya perdido entre mis recuerdos. Era un lunes, obviamente, por la mañana, mi padre había elegido el turno matutino para poder hacer las cosas con más organización en la casa. La ausencia de una mujer que pudiera poner en orden, no solo la casa, sino que la vida de papá y en la mía también, se notaba.

La organización de la casa la dividíamos entre mi padre y yo. Acordamos que cuando llegara del colegio, mi padre me estaría esperando con la comida hecha, solo debía decirme lo que había que hacer, si había que limpiar o no, si había que lavar ropa o no, si tenía que hacer esto o aquello. En fin, mi papá no solo era el coronel de su jurisdicción en la comisaría, sino que también era el coronel de la casa. Acomodaba todo a su imagen y semejanza. Y no me quejo, ya que siempre tuvo que ser así, debido a que mi madre murió cuando me trajo al mundo, al padecer de una enfermedad de la cual la hizo decidir entre la vida de mamá y la mía. Y aquí estamos... en lados equivocados de la vida.

El sentimiento que habitaba en mi interior, ese "Lados equivocados de la vida" fue algo con lo que Natacha tenía que estar lidiando durante nuestra larga amistad, la profunda angustia que habitaba en el abismo de mi alma, no paraba de carcomerme los pensamientos. La culpa, aquella compañera fiel que vivió acompañándome todos los días de mi vida a mi lado, como una voz profunda, suave y dolorosa que reclamaba lo que era suyo, como si el propio karma o destino intentara decirme que le devolviera lo que mi madre decidió regalarme. Esa sensación en el pecho, como si doliera, como si viviera un infarto eterno, la constante sensación en el corazón de alguna vez querer dejar de latir, algunas veces no sentía motivos para vivir, otras veces, ella luchaba contra aquellas veces, y era una guerrera con todas las letras, lograba tirarme de la mano en aquel abismo en el que me encontraba, a punto de caer. Poco a poco fui conociéndola, y ella conociéndome. Supe que ella tenía la típica familia feliz que todos tienen, con sus altos y bajos, claramente, pero ella al menos tenía a su padre y madre, y no tengo recelo por ello, me da felicidad por ella, ya que no tiene que vivir con este constante ardor en el alma. Muchos dirían que es una exageración el pensar así, pero he tenido que vivir con esto durante toda mi vida, aún no puedo acostumbrarme y quitarme de la cabeza el tan solo hecho de que ella dio su vida por mí aquel 13 de abril.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jun 17, 2020 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

IdentidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora