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Uzui hablaba y hablaba, hacia gestos, movía las manos y se reía, pero él tenía los ojos en otra parte.

A unos metros, dándole la espalda, estaba Giyuu.

Solitaria como un faro en la costa, con temple calmado y su luz llamaba su atención, guiandolo a la seguridad. Su cabello era tan oscuro, como carboncillo, desordenado como las olas del mar que no tienen un orden sino que son un completo caos, pero que, dentro de ese caos, está esa hermosura.

Sus hombros eran estrechos, cuadrados y levemente tirados hacia atrás, en una posición recta, buena para la espalda. La espalda era delgada, fuerte, con esa camisa blanca, no se podía apreciar la cinturita pequeña que se cargaba y esos malditos pantalones no dejaban ver esos muslos tiernos.

Lentamente se volteó y el brillo de su cara blanca lo vislumbró, sus ojitos aburridos miraron hacia el frente, el rostro aniñado a pesar de tener ya veintiséis, con las mejillas ligeramente rellenitas, suaves, una nariz respingona que se veía adorable en ese rostro serio. Oh, y esos labios, jamás creyó conocer a una persona con los labios así de perfectos, tenían un rosa natural precioso, pequeñitos, parecían un corazón dibujado perfectamente sobre su cara.

Era alta, mucho más que otras mujeres, sus piernas bien podían superar el metro de alto.

Frunció un poco el ceño, su pecho se veía plano, no le gustaba eso, porque ciertamente no era una mujer plana, bien lo sabía él.

— ... Así puedes evitar que una mujer esté amargada como Tomioka. — La voz de Uzui lo sacó de su ensoñación.

— ¿A qué te refieres? — Su sonrisa tembló y trató de no sonar furioso.

No podía decir nada, él y Tomioka han estado saliendo por tres meses, pero nadie lo sabía, no hasta que decidan hacerlo público. Uzui y Shinazugawa sabían que estaba saliendo, pero no tenían ni la remota idea de quién era, el día en el que se enteren de que es la temible profesora de educación física Sanemi terminaría con el pelo más blanco y el maquillaje de Tengen saltaría de su cara.

— Ya sabes, esa mujer. — Volteó a verla. — Amargada, puede que no haya tenido sexo hace años. — Se rió. — Es esa típica profesora que es mala con sus alumnos porque está frustrada sexualmente.

Sintió la sangre hervir y una vena palpitar en su frente, pero su sonrisa se mantuvo ahí.

— Oh, vaya, no lo había pensado. — Habló casi con un gruñido.

Uzui sonrió ampliamente.

— Para evitar eso uno debe usar la lengua de forma extravagante. — Dijo, haciendo una pose, parecía que brillos salían alrededor de él.

De inmediato, su vena dejó de palpitar y se sintió intrigado por lo que decía su estrafalario amigo.

— ¿La lengua? — Inquirió.

El otro sonrió de lado, puso dos dedos en su boca, los separó y pasó su lengua por entre ellos.

Le costó entender, pero cuando lo hizo, soltó un fuerte ¡Ya entendí!, sonriendo grande y rojo.

Claro, usar la lengua de esa manera.

— Amigo, Rengoku, tú que dejas los platos tan limpios, deberías ser bueno usando la lengua. — Se rió. — Tu mujer va a flipar con eso, te lo aseguro.

Sus ojos dorados se desviaron hacia aquel Faro, hablaba con tres muchachas.

De repente, se sintió algo culpable.

Él no había tratado a Giyuu como era debido, si bien la mujer era introvertida y poco habladora, eso no le daba el derecho a serlo él también, es más, él estaba en la obligación de mimarla y consentirla, tratarla como una diosa, una reina, un total ser divino, regalo de la naturaleza. Y es que tener veinticinco años y ser profesor, no era sinónimo de no amar como adolescente.

Dopamina |  ˗ˏˋ 𝚁𝚎𝚗𝙶𝚒𝚢𝚞𝚞 ˎˊ˗ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora