"Escúchame".
Largos pasos resonaban a través de un pasillo oscurecido, la poca iluminación daba al lugar un aspecto lúgubre; bombillos quemados, paneles rotos y destazados, restos de ellos yacían descuidados en el suelo, y un hombre pasaba de ellos, ignorándolos, marcando la prisa en sus pasos cual ansioso galgo.
Este hombre, un sujeto de perfil alto y elegante, no tenía un rumbo definido, o mejor dicho, recorría sin rumbo claro los pasillos desconocidos, observando hacia los lados cuidadosamente, no igual que la velocidad de sus piernas, que por poco y se equiparaba a un trote más que un andar. Su mirada era un poema melancólico, su respiración un soplido de angustia. Anhelaba correr pero algo se lo impedía, deseaba caminar, pero su conciencia lo detenía.
Voltea entonces, reflejando en sus ojos vidriosos el mismo paisaje a su espalda que a su frente. Oscuridad y luz entremezclada en una amalgama descorazonadora, con fragmentos desperdigados de lo que quizás en un momento fueran recuerdos o incluso mementos de regocijos pasados.
Inspiraba y olía podredumbre, exhalaba y escupía veneno. Maldecía en lenguas y jergas de inexplicable fluidez, recitaba frases con velocidades exorbitantes, su lengua danzaba con un compás infernal, como si entretejiera conjuros con mantras de disciplinas ajenas. Disparaba palabras y epítetos cual metralleta, pero eran palabras que no llegaban a sus oídos. Se perdían en el ruido inexistente del lugar, rebotando en muros sordos que rebotaban nada más que susurros de perdición y muerte. Empujaba, y aunque a traspiés lograba impulsarse para empezar a correr, tan solo lograba tropezarse y caer.
Sus manos palpaban aún, sí, pero el sudor del constante ejercicio las hacían sentir pantanosas, aunado al extraño tacto del suelo y las paredes; una combinación de aspereza y suavidad, una textura semejante al terciopelo que sin embargo apuñalaba su piel y descargaba dolor puro sobre sus sentidos.
Fuera de todo esto, fuera de sus visiones y terrores, tremores leves se desplazaban a través del suelo. El sujeto observaba hacia delante y atrás; la densidad del miasma del lugar oscilaba conforme transpiraba y jadeaba de cansancio. Ni siquiera sabía con certeza de qué escapaba o qué lo perseguía.
"Escúchame, te digo"
Palabras en un idioma desconocido se hicieron presentes no en el lugar, sino dentro de la cabeza del sujeto, forzándole a trastabillar con más frecuencia, profiriendo ya no rugidos de furia por su desorientación, sino berreos, aullidos de horror y desesperanza que, apoderándose progresivamente de su sanidad, le forzaron a arrastrarse por el suelo luego de caer con peso.
Se sentían de nuevo. Sus pasos aún parecían correr, pero él estaba allí. Levantó la cabeza, observando una vez más al frente y los vio. Sus pies —sus piernas, más bien— seguían su camino decapitadas, podía ver a los lados y sus manos estaban allí, su torso aún conectado, pero eran los miembros inferiores los que sin embargo parecieron desprenderse con la misma facilidad que un muñeco de barro se desarma.
Braceó, palmoteaba el suelo intentando encontrar una manera de avanzar pero cada manotazo respondía con tal sensación de dolor que era tan solo verle allí sufriendo en la espera de su inescrutable destino.
"¿Por qué huir de mí?"
La voz resonó una vez más, el suelo se sacudía con cada vez más intensidad. Los palmoteos de prisa y descuido del sujeto ya empezaban a dejar un trazo largo de sangre que brillaba en colores violáceos en el crepúsculo que le envolvía. ¿Qué lo seguía? ¿Por qué? Volteó y vio una sombra cruzar el umbral. Observó al frente y vio un destello de luz.
"Tú mismo viniste por mí."
Creyó entonces que se trataría de un sueño. Siguió palmoteando y acercándose al cálido brillo del despertar, sintió como le envolvía la alegría de la libertad y los terrores quedaban atrás. Sintió, pues...
"Como si el calor del verano envolviera un frío cuerpo. ¿No es así?"
Abrió los ojos una vez más, la luz parecía cegarlo. Sus párpados pesaban, su conciencia aún lánguida. ¿Era el mundo real u otro sueño más? Sus ojos rodaron hacia abajo, sus piernas aún estaban consigo. Sonrió, pues clamó victoria en silencio, pero sus ojos rodaron una vez más hacia arriba, escondiéndose bajo sus párpados para nunca más volver a descender.
Su brazo estaba extendido sobre una mesa, mientras una mancha grotesca se extendía desde el codo hacia el resto, a su lado, una jeringa aún contenía una sustancia desconocida en su interior.
"Fuiste tú quien me buscó."