Del escritorio hacia la heladera no hay mucha distancia, sin embargo me encuentro lejos. Lo mismo pasa con la pequeña ventana al lado del escritorio, o la puerta azul a mi espalda la cual vio a tantas personas irse, para jamás volver.
Hoy me encuentro en hojas porque del camino ya me perdí, se lo que busco y también lo que no. Como por ejemplo esconderme, pero esta madrugada se me resultó muy difícil no hacerlo... me siento perdido, desconcertado y algo abandonado.
Tengo hambre pero he pasado por cosas peores, como la pérdida de algún ser querido, también la pérdida de relación con algunos familiares, que dicen permanecer tan cerca de donde estoy. Casi como del escritorio hacia la heladera, tan cerca como aquel hambre que nace y a la vez tan lejos como para llenarse de comida, así mismo poder estar satisfecho.
Necesito de esa razón que avive el fuego, porque mis manos están cansadas cuando me encuentro en la nada... cerca del abismo, cerca del dolor.
Para sobrepasar ese frío acompañado de las fuertes corrientes de viento, use algunas ramas que yacían en el jardín de mi vecino. Espero que se de cuenta que lo más importante no es quién podría haberlas robado, sino que alguien esta noche no ha pasado frío, ni ha permanecido en la oscuridad.
Sin duda el fuego hace su trabajo, alumbrando las hojas que descansan en mi escritorio y a su vez dejando una sombra en el piso, que me muestra lo lejos que estoy de casa... me pregunto, hasta dónde he llegado y por cuánto he pasado.
Puedo responder esas preguntas que me consumen por dentro, las causantes de tanto estrés. Las causantes de mis expresiones decaídas por un auge pasado de alcohol, por un efecto llevadero, una droga encantadora de las que no perdonan.
Una gota, una pena, un día, una noche y con ayuda del tiempo, vehemente deseamos dejar este lugar lo antes posible.
Hace un plazo de cinco meses decidí que a mis veintidós años de edad, había llegado al final de una etapa. Una etapa encantadora, donde crecí demasiado, donde también sufrí demasiado, pero en todo momento no deje de soñar. Pinte de colores la localidad de Banfield, cultivando bellas amistades y soltando por completo una palabra que suele gustarme demasiado, sinfonías.
Tome la decisión de irme lo antes posible hacia otra localidad, para empezar de cero, para seguir soñando. Para llenar de color otra casa, con algo a favor esta vez, no tener que usar el color verde porque me lo regalan los árboles, concurridos con cantos cautivadores.
Desde ya la vida debería existir para hacer lo que uno quiera de ella, recuperemos el verdadero valor, más allá de que estemos a la misma distancia del escritorio hacia la heladera.
Aun así les quiero contar lo que escribí en hojas esta madrugada, una de tantas historias que tengo para soltar... Hace ya tiempo libros y papeles yacían en confuso montón en el piso, en el baúl del auto, en los asientos, en la casa. Sin complicaciones no deseaba vivir para siempre haciendo lo que le gusta, es demasiado tiempo, tan solo vivirá despacio. Pasando día a día en el tren, sin rumbo, sin distracciones, enfocado en estudiar y trabajar, fortaleciendo cada momento para dar sus primeros pasos... para jamás bajar los brazos.
Las manos de un joven, las manos con tanta delicadeza cual destreza fueron de buscar, se ensuciaron con el tiempo. Se ensuciaron por explicar todo lo que hizo y todo lo que ha de hacer, eso causó mucha tristeza sobre este hombre de pocos años. A tal punto de solo escuchar voces ajenas, voces que envenenan.
Sin caminar, escondiéndose, depósito su alma y deseos en una habitación... poco a poco esa habitación sin darse cuenta, floreció, bellos frutos se liberaron por sus ventanas, por sus puertas. Apuntando directo hacia afuera, elevándose hasta el punto de alcanzar el sol.
Pronto muchas voces se dieron cuenta de este joven desaparecido... se preguntaban ¿Cuándo pasó? que ni lo vimos... ¿Cuándo creció?... que no lo percibimos.
Las radios se fueron apagando en la cabeza de este joven, ni hablar en su corazón, digno de salir a flote, de nadar sin importar nada más que tan solo disfrutar. Desde un abrir y cerrar de ojos que de ahora en adelante guiará su camino, una radio antigua, arruinada, del mil novecientos pero con un detalle que le da su diferencia a las demás, su estilo, el estilo de un joven aburrido de soñar.
Lucas Campisi