Sesenta y dos

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Arribó el día lunes, y luego de un pesado domingo cuidando a Tom, y una noche entera sin dormir por intentar estudiar para las pruebas de la semana, Amelia no tenía energías para nada.

Aun así, se alistó muy temprano para ir a la universidad, cambiando su usual té matutino por una gran taza de café. Necesitaba estar lo más despierta posible, tenía examen a la primera hora, y otro más a la segunda.

Caminó al metro con ganas de toparse con una alcantarilla abierta, y caer "accidentalmente" en ella, para así descansar un rato, pero no eso no sucedió.

Topología molecular y estereoquímica era su primera clase del día, su primer examen, y llegó al salón cuando no había nadie más en el lugar.

Se sentó en la primera fila, sin ánimos de escalar hasta los puntos más altos de los asientos.

—Creí que habías sido solo un espejismo... —escuchó decir—. Pero has llegado temprano...

—Hola, Ben... —saludó mirándolo—. Sí, hoy decidí divorciarme de las sábanas de madrugada...

—Te traje una manzana. —la dejó sobre su cuaderno.

—Gracias... —murmuró la mujer.

—¿Puedo? —interrogó señalando el lugar junto a ella.

—Pensé que tu sitio era junto al Doctor González... —dijo Amelia tomando la manzana para abrillantarla contra su sweater.

Ben se acomodó en el lugar junto a ella, y abrió su bolso para tomar algunas cosas.

—Lo escucharé bien desde aquí también, aunque hoy no hablará demasiado... —murmuró—. De hecho, yo ni siquiera debería estar aquí, pero me divierte ver a los estudiantes sudar y frustrase mientras resuelven los exámenes...

Ella solo asintió silenciosa.

—¿Qué te pasó, Amelia? —interrogó tratando de sonar lo más suave posible.

La chica pasó ambas manos por su pelo.

—Problemas en casa...

Benedict la miró con cierta tristeza.

De todas las veces que se la había encontrado preocupada, triste o molesta, y él trataba de saber qué era lo que ocurría, su respuesta siempre era la misma.

Problemas en casa.

—Pero no quieres...

—Si quiero. —Benedict interrumpió observándola—. Si quiero escucharlo...

—No quieres, de verdad...

Otro día, y otra vez.

Amelia negándose a hablar sobre su "Sugar Daddy".

—Está bien si no quieres decirlo... —dijo mirándola—. Lo comprendo...

Ella asintió pesarosa.

—Pero te seguiré insistiendo, y como nunca me cuentas cuáles son tus "problemas en casa", pensarás que ya es momento de decirlo, porque verás que sí estoy preocupado por ti, y todas esas cosas, así que, ¿por qué no ahorrarnos el tiempo y me cuentas de una vez? —preguntó sonriendo cortamente.

—Eres un idiota... —murmuró mirándolo seria—. Tú no entiendes, todo es...

No pudo continuar expresándose, ya que el llanto le estranguló el corazón, y comenzó a aflorar a través de sus ojos.

—Amelia... —susurró tomando su hombro.

Ella cubría su rostro sin tener reales intenciones de detenerse.

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