Capítulo único

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La tarde comenzaba a nublarse y el humo que recorría toda la ciudad se confundía con las nubes

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La tarde comenzaba a nublarse y el humo que recorría toda la ciudad se confundía con las nubes. Aún había mucha gente por las calles, sobre todo a la entrada de los pequeños puestos, formando un murmullo quedo que arrullaba a los gatos que pasaban por su lado.

—¿Me has traído hasta Tokyo para tomar un puñetero helado? No sé por qué demonios decido hacerte caso, si al final siempre acabamos enlas mismas...

—Es de fresa. A ti te gustaba el pastel de fresa, ¿no? —El sonrojo en sus mejillas lo delató. Asintió lentamente antes de que le insistiese más y demostrase los pequeños detalles en los que se había fijado—. Bueno, pues ahora mismo no quedan, pero te aseguro que esta pastelería es la mejor de la ciudad. Te volveré a traer la próxima vez. —Y lamió aquel cono con una felicidad casi infantil, a pesar de ser rechazado de nuevo—. Oh, vamos. No pongas esa cara, Tsukishima... Es la primera vez que nos coincide un fin de semana libre para poder vernos. Desde la concentración deportiva de hace unos meses no he podido verte.

—Ni falta que hacía. No debí tomar ese tren hacia Tokyo...

—No seas tan aguafiestas, anda. —Volvió a extenderle el helado y esta vez rozó su mejilla antes de que pudiese apartarse. El tacto frío en pleno otoño puso todavía más a la defensiva al rubio, pero el otro solo emitió una pequeña risilla antes de limpiar con los nudillos su piel—. Qué suave eres, Tsukishima. —Se relamió—. Será por eso que no te tomas en serio el vóleibol. Nunca has recibido un pelotazo en toda la cara, ¿verdad?

—¿Y eso qué más dará, Kuroo? ¿Qué más da, en general, toda esta estúpida conversación? ¿Y por qué nunca me dejas en paz?

El rubio habló más alto de lo permitido socialmente en la entrada de la pastelería y los clientes atendidos se fijaron en él. Eso lo puso todavía más nervioso—. Solo quería que te relajases un poco pero... Bueno, da igual. Pasemos a otro tema.

El silencio se hizo espeso mientras caminaban lejos de allí, y el temblor en los labios de Tsukishima daba a entender que quería decir algo, quizá una disculpa, pero al final no se atrevió.

—Tal vez no llegues a entender lo que te voy a decir —comenzó por fin Kuroo—, pero me recuerdas a Kenma. Esa misma cara que ponías en la concentración, esa conformidad y autodesprecio... Eres como una copia suya con 20 centímetros más y gafas. —Resopló casi al unísono que el rubio y no pudo evitar una sonrisa, aquella sonrisa ladeada, divertida y un tanto melancólica que era común en él últimamente—. No quiero que te estanques ni que odies este deporte. Lo suyo era simple desgana pero... —En medio de la calle, con aquel cono de fresa rompiéndose ante la atenta mirada de Kuroo, las palabras estaban tan congeladas como sus dedos—. Yo sé que puedes esforzarte si te sientes seguro. Tu problema es de confianza. Siempre te comparas con Hinata, y justo con eso pierdes el interés. No te consideras a su nivel y ya te rindes, como si el enano no tuviese mucho que aprender todavía.

Ya sin hambre, aquel helado acabó en la papelera más cercana. El moreno no continuó su discurso, aguantando como podía las palabras que se le atragantaban. Metió sus manos en los bolsillos del chándal del Nekoma e hizo como si no pasase nada, ya que el propio Tsukishima lo estaba ignorando. Como siempre.

Confianza; KurotsukiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora