BIID

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Todo empezó con un diente, y un niño inquieto.

El diente, aún de leche, empezando a despegarse de su encía, y, como no podía ser de otra forma, el niño toqueteándolo desde el inicio, no lo vamos negar, era doloroso, apenas y podía inclinarse unos milímetros a la derecha, pero, la ambición enfermiza por el sentimiento de dolor del niño era impresionante.

Cada que tenía la oportunidad, lo tocaba, nunca demasiado, siempre con cautela, pero el desplazamiento era progresivo, cada vez el diente estaba más despegado, hasta que solo se movía por un simple hilillo.

Desde ese momento el niño aprovechaba para removerlo, un movimiento incesante producido por su lengua haciendo remolinos, remolinos incesantes, día y noche, nunca con suficiente intensidad, pues quería aprovechar el tiempo que pudiera, hasta que, un día, se cayó.

El siguiente diente, cayó de la misma forma, pero mucho más rápido.

El culmen fue en el tercer diente, pues, la curiosidad le llegó, pensó "¿Qué pasará si me lo arranco de cuajo?" Un pensamiento simple, pero realmente fuerte.

Y ese pensamiento se llevó a cabo, en cuanto uno de los hilillos del diente se despegó introdujo su mano en la boca, y con uno de sus dedos empezó a hacer de palanca desde el inferior del diente, podía sentir la encía débil cada vez que intentaba hacer fuerza, siempre arañando con la uña, también sentía la sangre que salía, no era mucha, pero cada vez que hacía fuerza para arrancar el diente, salía más y más, pero, ésta siempre salía por la parte delantera de la encía, sin dar posibilidad a su lengua a experimentar el sabor de la sangre, hasta que...

Plob.

Se despegó sin previo aviso, cayendo justo en frente de su pie izquierdo, lo miró atónito, con la cabeza totalmente inclinada, y la boca abierta.

No reaccionó hasta que una gota de sangre cayó en la puntera de su zapato blanca.

En cuanto eso sucedió, supo que hacer: coger el diente y correr a toda pastilla hacia el baño.

Una vez allí, habiendo lavado el zapato con una toallita, se dispuso a introducirse un papel para detener la hemorragia.
Pero, se detuvo, pues en todo ese rato, no pudo fijarse en el sabor de la sangre, un sabor ligeramente salado, ligeramente metálico, ligeramente desagradable... Ligeramente intrigante.

Aparte del sabor, también se fijó en el pequeño calor y "¿vibración?" que le daba el dolor de sacarse un colmillo que estaba empezando a caerse.

Tampoco debemos olvidar que se fijó también en la imagen que reflejaba en el espejo del baño, pues, inexplicablemente estaba sonriendo, tenía una sonrisa que reflejaba a una persona que realmente no sabía que acababa de hacer, pero, también era una sonrisa con 3 dientes faltantes: una paleta y dos colmillos...

Esa imagen, ese dolor, ese sabor... serían cosas que se quedarían en su cabeza de una forma u otra, y a su vez que se fijaba en ello, su sonrisa pasaba a reflejar una felicidad sincera.

Años pasaron, 16 tenía ya aquel chiquillo, el recuerdo de sentimiento ya era lejano, pero seguía en su cabeza, solamente, que él no lo sabía.

Sin embargo, siempre tuvo la manía de darles golpecitos con la lengua a su colmillo inferior derecho.

Una noche, soñó que uno de los golpes que daba con frecuencia al diente, causaba una rotura que lo desprendía de la encía.

Él se quedaba viéndolo, pero esta vez no salía corriendo al baño, no, pues salía corriendo a la cocina a por un tenedor, y poco a poco, sacaba sus dientes con él.

¿Que cómo lo hacía? Fácil, lo introducía con fuerza entre la encía y la parte inferior del diente, y hacía presión en forma de palanca para retirarlo.

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