El autobús

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Mi nombre es Kim Jungwoo, mi vida es una clásica y aburrida patata cruda

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Mi nombre es Kim Jungwoo, mi vida es una clásica y aburrida patata cruda. No me considero infeliz, pero sí bastante promedio, he cursado los años infantes y adolescentes de la escuela en cuatro diferentes establecimientos, por lo cual los amigos que tengo se cuentan con los dedos de una mano.
Mi día a día era bastante monótono; ir y venir de la escuela, luego a mis clases de violín, leer un libro por la tarde, comer, dormir. Todo muy común, nada fuera de lo normal. Siempre viví como un reloj, marcando las mismas horas y minutos, una y otra vez, con toda tranquilidad. Viví de esa forma naturalmente, de vez en cuando la rutina era cambiada por un visitante o un pequeño viaje a la casa de mi abuela, convivir con mi padre era agradable, pero disfrutar de la comida y compañía de mi querida Susu era magnífico. Ella me alentó desde muy pequeño a ser artista, desde que pintaba las colinas en una libreta suya, siempre vio cosas que ni yo sabía que podría llegar a ser, gracias a su firme esperanza en mi «don», como ella le llamaba, a mis 21 años decidí ingresar a la escuela de arte. Realmente no es algo que sea muy productivo o prometedor a ojos de otros, pero para Susu y para mí, era un sueño, de las pocas cosas que me hacían realmente dichoso en este mundo.
Ciertamente se aprende mucha cultura en la escuela de arte, pues va más allá de derramar pintura sobre un lienzo o esculpir algún material, el arte es todo aquello que nos rodea; lo más primitivo en nosotros, nuestra historia, la música, la danza, los colores, las texturas, las emociones que podemos plasmar dejando ver y sentir, es lo que nos produce estar vivos. Pensar en todas las maravillas que el arte desprende me hacía suspirar, sin embargo, esos sueños requerían de la teoría y aprendizaje para ser convertidos en algo tangible.

Una mañana como muchas otras, como buen reloj, comencé a marcar los minutos uno a uno, en círculo desde que abrí los ojos, tomé el desayuno, me di un baño, arreglé mi ropa como siempre, y salí a la parada de autobuses, estando en el asiento del mismo con mi maleta de cuero marrón en el regazo posé mi vista sobre la ventana frente a mí, como todos los días pasábamos por los campos verdes y ahí se encontraban al azar las casas y sus tejados.
Me encontraba absorto, nervioso, las próximas semanas debíamos crear una pieza original para la clase y honestamente me preocupaba, pues el profesor dijo que debíamos encontrar nuestra musa, nuestra inspiración, algo que le diera un vuelco a nuestro ser con sólo pensarlo, que iluminara nuestro rostro al estar frente a nosotros y no sé que tanto lío más. Todos los románticos del salón se alegraron «Oh, mi amada, ¡mi musa!» soltaban como si fueran a montar una galería completa a su honor, como si fluyera por sus dedos una especie de magia.

Resoplé recordando aquello, idiotas, se creen muy listos. Pero en realidad más que listos, eran afortunados, yo ansiaba sentir ese hervor en mi sangre, sentir que mi corazón funcionaba pues le sentía latir a todo galope, lo anhelaba, pero no hacía mucho para conseguirlo. Las relaciones de mi pasado habían sido fugaces, románticas, o eso creo pero nada que me inspirara. Quizá debía darme por vencido, simplemente hacer la figura de alguna mujer, inventar un nombre común y decir que me abandonó, algo trágico, apasionado, pero no funcionaría, las manos no mienten y yo tampoco, no puedo representar una emoción que no he sentido tan penetrante en el alma, pero tampoco quería ser el bicho raro que aparentemente no siente nada, que carece de vida, cuando sólo requiero de cierta ayuda que no sé dónde encontrar.
Frunciendo el ceño parpadee un par de veces para intentar concentrarme y poder pensar en algo, en mi musa.
Volví la vista a la ventana la cual se encontraba semi-cubierta por una silueta desconocida que recién había tomado el asiento al frente, de inmediato captó mi atención. Era un muchacho, parecía de mi edad. Lucía agradable, bastante apuesto y con cierto toque de arrogancia de quién sabe lo que es, cabellos rubios y despeinados que parecían más claros bajo la suave luz de las primeras horas de la mañana que entraban por la ventana a sus espaldas, ropas bohemias pero muy bien combinadas, parecían hechas a su medida, sus largos y delgados dedos sostenían un libro del cual no separaba la mirada que revelaba las emociones que le transmitían aquellas páginas en una pasta gruesa de color rojizo que incluso parecía un accesorio más.
Yo estaba tan concentrado con su presencia, como él lo estaba en los acontecimientos de su libro. Belleza en toda la extensión de la palabra, sólo en eso le podría resumir, quería voltear a otra parte pero ¿quién podría? otras personas en el autobús le miraban como si fuera un espejismo, algo que no puede ser real. Pero tenía vida, movimiento, estaba ahí al frente, ciertamente podía admirarlo más tiempo hasta grabarme su imagen en la cabeza, pero mi parada estaba a unos cuantos metros, era hora de bajar, poniéndome de pie toqué el botón del pequeño timbre para anunciarla, y como un tipo de despedida regresé la mirada al asiento de aquel chico, pero ya no estaba ¿se desvaneció? No, cambió su posición y ahora estaba esperando la misma parada justo atrás de mí. Cierto nerviosismo me invadió, tenerle tan cerca era aún más extraño, se sentía una calidez que emanaba de él, de su expresión amable y su voz masculina y delicada agradeciendo al conductor mientras bajábamos de la unidad. Con los pies en el suelo de la parada de la Universidad avancé unos cuantos pasos, algo me detuvo como si repentinamente notara la ausencia de algo que perdí, pero sin saber qué era, por instinto una vez más mi mirada lo buscó, no le vi, quizá iba a otra parte.
Lo que vieron mis ojos fue bastante extraño y reconfortante a la vez; parecido a obtener una recompensa, a encontrar agua en medio del desierto, un pequeño suspiro escapó de mis labios, al darme cuenta sacudí mi cabeza y seguí como cualquier otro día.

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