Aquel día el clima se sentía más frío de lo habitual, con la neblina cubriendo las calles de Seúl. Me impresionaba que, a pesar de ser viernes, las calles estaban más vacías de lo habitual. Sin embargo, yo caminaba como si fuera el dueño y constructor de aquel callejón, en el que rara vez se escuchaban pasos y que quizás, por esa misma razón, la iluminación era tan pobre.Eran las 10:50 pm, y como siempre, había llegado 5 minutos más temprano de lo habitual.
Apoyado en la pared, me dispuse a colocar un cigarrillo entre mis labios, fumaría solo uno para pasar el rato y no sentir tan sola la espera, sin embargo el frío y mis manos heladas me jugaron una mala pasada tratando de maniobrar el encendedor. Resignado me rendí y volví a guardar el cigarrillo en su cajetilla.
– Mierda, sabía que no era una buena idea salir sin abrigo.
Volví a ver mi reloj, 10:55, sólo 5 minutos más, pero el tiempo avanzaba lento.
El vapor que salía por mi boca era un indicador de que el invierno había llegado. Un poco inquieto, y lamentándome haber llegado unos minutos antes, di unos pasos mientras observaba lo que me rodeaba.
– Vaya, este lugar sí que no cambia con los años... – sonreí amargamente. – y yo tampoco.
El sonido de un jazz lento me sacó de mis pensamientos, volví a mirar el reloj, 10:59, ya era hora. Desde que tengo memoria este lugar ha sido mi segundo hogar. Lo visitaba cada año para saludar a los vecinos, quienes me habían visto crecer, triunfar y decaer en el mundo de los negocios. Les había prometido que, cuando tuviera el dinero suficiente, les ayudaría a darle vida a la calle, pero solo logré poner un estúpido farol de luz en la esquina más oscura. Ese farol se parecía un poco a mi, pudiendo irradiar luz incluso rodeado de oscuridad, sin embargo ahora estaba apagado, y yo también.
Por ahora solo podía hacer una cosa para calmar la culpa, visitar cada primer viernes de invierno el bar de mi amigo Hwitaek, el cual, si no fuera por los viejos empresarios que viven en los alrededores, ya habría cerrado.
11:00 en punto, y como siempre, el viejo cartel de luz neón se prende frente mis ojos: OPEN.
La puerta se abre dejando escapar las notas de jazz que caracterizan el ambiente del bar, y mi querido amigo me recibe con los brazos abiertos para darme el caluroso abrazo que espera cada año. Yo simplemente entro ignorando escapando del frío e ignorando el hecho que esperaba que correspondiera ese abrazo.
– ¿Cuándo será el día que correspondas mi amor?. – dijo haciendo un puchero mientras me daba unos golpecitos en el hombro.
– ¿Cuándo será el día que dejes de ser tan puntual? Deberías dejarme entrar antes, soy cliente VIP. Pensé que moriría de frío afuera, ni siquiera pude prender mi cigarrillo.
Él, dando un suspiro, me reprocha. – ¿Sigues con eso de fumar?. – Yo me limité a encogerme de hombros. Ya se había vuelto un hábito, y bueno, todos hemos de morir de algo, ¿No?.
Subimos al segundo piso de la casa. Caminamos hacia la sala administrativa, las paredes llenas de imágenes, pinturas; el suelo cubierto por una vieja y polvorosa alfombra de colores tierra, a mi derecha un mueble de roble con una cantidad considerable de vinos de antaño.– Se que cada año tomas una copa del mismo vino, pero mira esto. – Hui procede a sacar una botella escondida entre polvo y telarañas, soplando con fuerza la etiqueta dejando que las partículas de polvo volaran por todos lados. No pude evitar arrugar un poco mi nariz pues sentí que estronudaría. – Lo guardé por años pues pensé que tomaría valor, pero tu me conoces, no soy muy amigo del vino... y bueno del alcohol tampoco.
– No te gusta el alcohol, pero eres dueño de un bar. – le digo mientras extiendo mi brazo para recibir la botella de vino.
– Ya sabes que este negocio era de mi padre, me lo heredó cuando... – Silencio. Los dos nos quedamos en silencio. Simplemente era algo que no queríamos recordar. – En fin, te regalo la botella, si quieres la vendes o bien, te la bebes completa esta noche. Me da igual. – La pequeña campanilla de la puerta de entrada comenzó a sonar más seguido y eso solo significaba una cosa: los clientes comenzaban a llegar. – Mierda, no he preparado las mesas aún. Odio trabajar solo. Eh... – Hui se acercó a mí a la velocidad de la luz, con sus dos manos tomó las mías y haciendo un leve puchero me dijo. – ¿No quieres ser mesero por un día? Puedes tomar el vino como paga y...

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#37 GRAVITY.
Short StoryCada noche un pequeño y antiguo bar de Seúl abre sus puertas dejando entrar a sus clientes habituales. Hoy, primer viernes de invierno, dos personajes inusuales gravitaron en una misma dirección. Una botella de vino tino, dos copas y música para dos.