Hacía tiempo que no se sentía bien consigo mismo ni siquiera el piano, su mejor aliado, podía disipar esas sombras de su mente. La presencia de los demás se había vuelto algo insoportable, solo quería huir y a falta de recursos para ello la música era su billete a un mundo de tranquilidad. Las cortinas de su pequeño piso yacían corridas tapando la única luz que podía entrar del exterior. Siempre había sentido que su vida era un juego que jugaba a su antojo decidiendo quien permanecía a su lado un día, una semana o un mes. Jamás nadie tuvo la suerte de verle por más de treinta días seguidos y era feliz por ello, pero ahora ese juego se había perdido y no toleraba más que el silencio que la música dejaba.
Sobre la tapa del piano se encontraba un marco que portaba la foto de una chica joven, la única que tenía la suerte de poder pasar a su lado toda la vida si ella lo deseaba, sin embargo, sus destinos tuvieron que separarse primero por una decisión de ella, más tarde cuando comenzó a compartir sus sentimientos la vida se encargó de separarlos para siempre. Propinó un puñetazo a las teclas del piano que parecieron gritar de dolor. Un sollozo fue enterrado entre sus manos ahogando las lágrimas que aún sin permiso resbalaban por sus mejillas. Al otro extremo de la diminuta sala oyó un tintineo, elevó la cabeza para ver a una joven en el marco de la puerta con una preciosa sonrisa en la cara. Sus ojos se mantuvieron en los ojos color miel de la chica, pero ella no mostraba ninguna emoción salvo la sonrisa que parecía querer consolarlo.
Con cuidado se puso en pie deteniéndose a unos pasos de distancia. Ahora que nada les separaba podía ver lo preciosa que era. Su cara reflejaba la inocencia, sus ojos brillaban levemente en la oscuridad, su pelo castaño caía hasta sus codos haciendo de su apariencia una más adorable y juvenil. Él alargó una mano en su dirección, pero la chica dio un paso atrás.
—No temas. —Su voz sonaba extraña lo que le hizo fruncir el ceño al tiempo que se aclaraba la garganta, ella sonrió más ampliamente como si ese gesto fuera muy divertido—. ¿Cómo has entrado aquí?
Después pensó en lo estúpido que sonaba. La risa de la chica fue música para sus oídos, hacia días que no aguantaba a sus conocidos y esa chica no le incomodaba en absoluto
—¿Por qué me siento tan bien contigo?
Ella colocó un dedo sobre sus propios labios indicando que guardara silencio, él asintió prácticamente embobado en la joven. Comenzó a moverse por la habitación siempre alejada todo lo posible mientras él iba girando sobre sí mismo para no perderla de vista, fascinado y maravillado por lo que veía, era similar a una bailarina en sus sutiles pasos. Sintió ganas de componer la melodía más hermosa que la chica hubiera escuchado, se sentó de nuevo al piano conforme la miraba casi bailar por la estancia.
—¿Te importa si toco para ti?
Ella detuvo sus movimiento centrando su vista en él, sonrió a la vez que hacia una reverencia como si él la hubiera invitado a bailar. Entonces sus dedos se deslizaron por las teclas de piano como si alguien le indicara donde colocarlos. Jamás una melodía fue creada tan rápido por él, estaba convencido de que se lo debía a ella. La joven se deslizaba con suavidad al otro extremo de la habitación provocando un sin fin de sensaciones en él. Deseaba quedarse ahí, en ese momento y en esa compañía para siempre. Por fin, después de varios días se encontraba en paz consigo mismo.
En ese instante notó algo extraño en sus manos. Estas ya no tocaban las teclas, sino que las traspasaban como si fueran agua, asustado buscó a la chica a su alrededor. Yacía sentada en el lado vacío en el banco frente al piano.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué no puedo tocar?
—Has logrado perdonarte, ahora podrás viajar en paz. —Él la observó confuso y asustado, no lograba entender lo que quería decir, pero su voz le calmaba poco a poco. —Hace días que te veo aquí sentado y al fin he tenido la suerte de poder hablarte, al menos de que escuches mi voz.
—¿Me has hablado antes? Yo no he oído nada, ni siquiera podía verte.
—Supongo que no estabas preparado para aceptar tu destino. Tienes todo de cara para abandonar esta casa.
—¿Abandonar mi casa?
—Ahora es mi casa. Ya no perteneces a este mundo, hace días que no estás en él. Al principio cuando oía el piano no era capaz de verte y estaba asustada, de repente pude hacerlo y vi la pena que hay en ti. Te hablé, pero era inútil. Tal vez el momento de vernos era este, esa pena ha desaparecido y podrás irte.
Ella se puso en pie alejándose hasta el umbral donde la vio minutos atrás por primera vez. La soledad que le invadió no podía ser explicada. Se quedó quieto viendo cómo ella se perdía en la oscuridad del pasillo.