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A las 5:24 de la madrugada del 12 de julio se llamó a la línea de emergencia. Se reportó el asesinato de una niña cuyo cuerpo se ocultaba bajo una bolsa tirada en un bosque. El primer testigo, Steve, un granjero de la zona, asegura que fue a cortar leña para avivar el fuego de esa mañana como lo hacía cada martes. Pero en la lejanía de esa alborada, notó un bulto al lado de ese pequeño arbusto; entonces se acercó e identificó el cuerpo de Amelia tras la bolsa.

No muy lejos desde donde encontró su cadáver, logró visualizar la figura de un hombre alto con cabello castaño a la altura del hombro, que vestía una camiseta de Led Zeppelin ensangrentada.

El granjero no tardo en correr hacia su casa para alertar a la policía sobre el descubrimiento del cuerpo de la niña, junto con el posible culpable.

—Sus ojos eran saltones y oscuros. Nunca olvidaré su mirada. Esa era la expresión que tendría un asesino después de cometer sus fechorías —fue lo único que repetía el granjero Steve cuando se le pidió una descripción más detallada del sospechoso.

La pequeña presentaba una marca en su cuello que era consecuencia de una asfixia y, consigo, traía el vestido que portaba hacía cuatro horas tras de ser reportada como desaparecida. Gracias a esto y la marca de nacimiento en su brazo, su familia logró identificar el cuerpo.

Se pudo apreciar, además, un vestigio sobre su abdomen que escribía el número "7". Lo que confirmaba las sospechas de la policía, ligando a Amelia como la siguiente víctima del asesino serial que ha estado atormentando a los habitantes de Gatersville desde hace un año.

Por otro lado, Douglas Carter, un contador de cuarenta y seis años, fue encontrado cerca del bosque con la misma descripción que entregó granjero. Gracias a que este hombre nunca respondió a ninguna pregunta de los policías sobre el porqué su camisa estaba manchada con sangre, se procedió a retenerlo en la comisaría local.

De parte de la detective que lleva el caso, todavía se espera su hipótesis sobre la relación de la edad de las víctimas con el asesino serial.

Mientras tanto, las familias de Gatersville se preguntan, ¿mis hijos de ocho años están seguros en este pueblo?


[...]


La ciudad siempre ha tenido ese peculiar ambiente oscuro y atemorizante en su cielo; es una característica a la que casi todos los habitantes están acostumbrados. Sobre todo, Elisa, quien se encuentra observando la avenida, recostada sobre la amplia ventana de su oficina. Analizando a las personas que, desde su perspectiva, se veían tan pequeñas e inofensivas como para pasar un dedo sobre ellos y aplastarlos como hormigas.

Sin predecirlo, un estruendo hizo que de manera inmediata, Elisa quitara sus brazos de la ventana para voltear en dirección al teléfono.

Ella sonríe inconscientemente, reconociendo a la perfección lo que pasará después. Ya que ese teléfono solo suena cuando alguien solicita los servicios de la mejor abogada de la ciudad.


[...]


El contaminado aire del pasillo de la sala es consecuencia del cigarrillo que ahora carga Elisa sobre sus labios. Ella es totalmente consciente del daño inminente que le causa a su cuerpo, pero nunca se lo tomó en serio. Ahora se excusa en que sus pensamientos se resumen a dos datos: el llevar el caso de un posible asesino que mató a una niña de siete años y que, además, tiene a los medios condenándolo o, por otro lado, renunciar a algo que puede catapultar su carrera a un nuevo nivel, en cuestión de segundos.

Elisa camina hacia las celdas mientras sostiene con más fuerza la carpeta que lleva sus manos Zarandeando sus caderas y arreglando su cabello rubio como el trigo al compás de sus pasos.

Asesino o no, Douglas Carter tiene la capacidad de llevar a cualquiera a la cima. Pero, tras el otro lado de la moneda, con un mínimo y peligroso error puede desplomarte en un abismo que parece no tener final. Donde, además, será muy difícil salir.


[...]


Sobre el marco de la puerta se encuentra la detective Dalila encargada de atinar las pruebas que incriminen a Douglas Carter en el caso. Con esa mirada repleta de odio y repugnancia que no es capaz de ocultar, porque es consecuencia de la figura que observa atentamente desde su sitio.

Pensar que alguien pudo hacerle eso al cuerpo de una niña, parece pertenecer solo a la ficción. Pero, lamentablemente, esta es la vida real y una niña de solo siete años murió de forma brutal a manos de un asesino tan cruel como ninguno que alguna vez Dalila pudo presenciar.

La jueza hace presencia en la corte, con una pose que deja en claro quién manda en la habitación. Dalila sabe que solo con traer pruebas contundentes, llevará a Douglas Carter tras las rejas. Ya que a su lado se encuentra esa abogada astuta que se ha topado en otras ocasiones, Elisa, quien decidió llevar su caso. Pero, pobre de ella, piensa Dalila, puesto que está jugando con fuego y en este juego se puede quemar. Ya que, si llegase a perder el caso, pasaría al olvido de inmediato. Pero, ¿acaso ella no está consciente de eso?

Después de todo, nadie apuesta tanto si no está seguro de que puede ganar.

Catarsis quebrantadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora