Están ahí

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Eran las 11 de la noche y salía del trabajo luego de una jornada muy pesada y aburrida, me dirigía a la esquina de costumbre para esperar el camión, las calles estaban oscuras y frías, lo cual era raro en Veracruz, porque aquí siempre hace calor; De repente, unos ojos rojos me miraron y me gritaron que caminara en sentido opuesto. Yo corrí hacia adelante para evitar que me asaltaran y porque ya iba tarde a mi clase de las 9 am, de repente, el Dr. Simi me saludó desde la otra calle con una sonrisa macabra, ¡Lo sabía! Era el cómplice de los teletubbies que me seguían. Seguí corriendo hasta el estacionamiento, me subí a mi Ferrari último modelo. (Tengo que aclarar que los coches lujosos no me gustan mucho, pero aquel día al salir de casa estaba algo distraído y me confundí al seleccionar uno de los tantos vehículos que tengo en el garaje de mi mansión). Bueno, continúo con la historia.

Corrí hasta toparme con un poste que me impedía el paso, pero ya nadie me seguía, así que caminé hasta el parque para respirar aire fresco y darle de comer a los patos. El lago era grande y muy sucio, lleno de botellas de plástico y pequeñas trajineras que llevaban flores de un extremo a otro, todo era gris y frío, luego recordé que tenía que llegar a mi casa, pero había perdido las llaves, así que regresé a buscarlas, cuando por fin las encontré en el fondo de mi mochila negra me dirigí a la parada nuevamente, ahora había menos gente que antes, lo cual me hizo sentir más seguro. Una hora después estaba en casa durmiendo con la televisión encendida; los perros de la cuadra no dejaban de ladrar, así que me levanté con las piernas adoloridas para callarlos, pero fue en vano porque no me entendían, otra vez lo había olvidado, yo solo hablaba español y un poco de inglés.

- ¡Siempre me pasan estas cosas! Grité desesperado y caminé de regreso al sofá, que se había movido hasta el otro extremo solo para hacerme enojar.

Evité seguirle el juego y me tiré al piso, que, aunque frío, siempre me pareció un lugar perfecto para descansar, el lugar ideal para un miserable como yo. Mi cuerpo subía y bajaba al ritmo de su lento respirar, que con el tiempo se había ido deteriorando, aunque él nunca lo admitía en nuestras largas charlas de fin de semana. Cuando por fin estaba conciliando el sueño, el teléfono me despertó con su agudo y molesto sonido ensordecedor, estiré la mano para desconectarlo, pero accidentalmente desconecté todo, todo menos el teléfono, el cual seguía sonando sin parar, todo quedó a oscuras y los perros se habían ido volando, lo supe porque desde la ventana pude ver unas pequeñas siluetas de cuatro patas a la luz de la luna, cuando por fin pude alcanzar el teléfono, un ruido en la ventana llamó mi atención, alguien había lanzado un objeto pesado que rompió el cristal haciendo que pequeños fragmentos me golpearan la cara mientras trataba de levantarme del piso, que había dejado de respirar, o al menos eso creí.

Me puse en pie con la cara ensangrentada y el cuerpo adolorido, miré por el cerrojo de la puerta, y ahí estaban otra vez, ¡Eran ellos! Me habían seguido hasta la casa, pero esta vez solo eran dos teletubbies, desenfundaron sus armas y empezaron a disparar por todos lados, ninguna bala atravesó la puerta, la cual días antes yo mismo había blindado con herramientas de primera calidad traídas del área 51, un trabajo de herrería perfecto, digno de mí.

Corrí hasta los cajones y abrí el primero, metí la mano para sacar mi varita mágica pero no la encontraba, revisé todos los cajones, pero al final recordé que siempre la cargaba en el bolsillo derecho del pantalón, cuando la tuve en mis manos grité:

- ¡LUMUS MÁXIMA! Y la luz que de ella emanaba era tan potente que iluminó toda la habitación dejándome al descubierto; me había equivocado de hechizo, siempre me pasaba cuando estaba nervioso, tardé unos segundos en apagar la varita, pero ya era demasiado tarde, los teletubbies habían entrado por la ventana y seguían disparando. Una bala le dio a mi varita, la cual salió volando hasta perderse en el piso, luego retrocedí unos pasos para ocultarme detrás de la columna de mármol que lo único que hacía era estorbarme el paso por las mañanas, pero esa noche no fue así, aquella vez estuvo de mi lado.

Aunque parezca sorprendente (porque lo era), seguía ileso, ni una sola bala me había tocado, no sé exactamente a qué se debía, si a mi reacción oportuna de apagar la varita, a la columna que me cubría, o al hecho de que los teletubbies eran invidentes, de cualquier forma, estaba vivo, ahora solo era cuestión de esperar en silencio hasta que se fueran y rezar para que ninguno de mis pesados y arrogantes muebles me delataran.

Nota de suicidioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora