Capítulo 8: Complementos

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El tablero estaba puesto, todas las piezas tomaban sus lugares correspondientes y lo único que quedaba era esperar.
El sufrimiento al que habían sido sometidos durante su vida, la sensación de soledad y abandono, todo ello había puesto a prueba la resiliencia de sus almas; les había obligado a no rendirse, a luchar en contra de todas las adversidades para lograr sobrevivir.
Sus manos aún se encontraban unidas, los hilos de magia les hacían cosquillas a su piel y sus miradas perdidas en los dedos entrelazados…
El contraste que hacían sus pieles, sus temperaturas, los hilos mágicos que rodeaban sus muñecas y subían por sus brazos hasta incrustarse dentro de sus corazones que latían al unísono eran realmente indicadores de la naturaleza de su creación. Como complementos uno del otro siendo recipientes de un par de magias tan poderosas aun estando separadas no tenían idea de lo mucho que podrían lograr al juntarse, ni de lo abrumador que sería el verdadero encuentro de las mismas.
Sus magias apenas se estaban reconociendo y hacían crujir Hogwarts entera, se extendían por los terrenos del castillo llegando a las profundidades del bosque prohibido y envolviendo a cada criatura que se detenía ante el salvaje y poderoso llamado.
Las esmeraldas se encontraron con la tormenta y, a pesar de no saber si sería rechazado, el moreno se acercó, anulando el espacio que había dejado entre su cuerpo y el del rubio y, cediendo ante sus impulsos como un buen Gryffindor, tomó de los labios del platinado un sorpresivo beso. El roce de esa rosada boca, la finura, la tersa piel y ese aroma… Cuanto más cerca lo tenía más lo envolvía su aroma y se grababa en su cerebro. Su corazón de por sí acelerado aumentó su marcha y retumbó contra su pecho haciendo eco en todo su cuerpo y su magia ¡Oh, su magia! Danzaba alegremente extendiéndose aún más de lo que ya lo había hecho y permitiéndose enredarse con la de Dragón.
Como un reflejo de las leónidas reacciones la serpiente sentía su pecho explotar y su magia extenderse aún más poderosa, mucho más fuerte de lo que la había sentido en cualquier otra ocasión a lo largo de su vida. Los labios del otro sobre los suyos ¿Existía gocé más grande que ese? De haberlo él no lo sabía, nunca se había sentido más correcto y seguro que en ese instante. Sus magias sacaban chispas allí donde sus pieles se tocaban: entre sus labios, sus dedos, el más mínimo toque de oro contra plata provocaba la reacción mágica.
La posición incómoda en la que se encontraban los obligó a separarse: un simple roce, no había pasado de aquello, el beso más casto que habían dado en sus vidas, el más corto y también el más especial.
El mayor eludía la verde mirada mientras los colores subían a su rostro y se extendían en su piel. Perfecto, estaba reaccionando como una colegiala inexperta ante un beso tan puro que incluso podría parecer aburrido, muy bien. No pudo evitar mirarlo y no le sorprendió para nada la sonrisa triunfal y boba que tenía el pelinegro en los labios: luminosa, contagiosa y segura, casi podría decir que incluso burlona ante el hecho de saber que era capaz de manejar así su reacciones. Disintió fastidiado y divertido a partes iguales, aquel muchacho en serio parecía un niño pequeño disfrutando de sus travesuras; suspiró y soltó al menor.
La dicha que sentía no había borrado de su cabeza las antiguas historias y ahora que se sabía parte de una, participante en un escenario mayor, su mente no podía dejar de preocuparse. Nunca creyó que él sería el elegido para una tarea tan difícil, que formaría parte del último acto de magia pura de la humanidad y sentía el peso de su deber tan aplastante en sus jóvenes hombros.
Estaba consciente de que con ese primer beso sólo habían puesto sobre aviso a la antigua magia, que habían aceptado, quizás sin desearlo, su papel en aquella obra y que de ahora en adelante todo iba a empeorar para ambos y para todo aquel que se acercara a ellos. La antigua magia era un ser celoso, rencoroso y cruel, egoísta con sus hijas: deseaba que todas ellas volvieran, que se alejaran de los recipientes humanos y tomaran el control; sólo pensaba en sí misma y al nacer y encontrarse la habían ofendido. Al besarse la habían retado y siendo como era una fuerza natural y salvaje no podía permitir que se le retara.
Harry lo miró confuso ladeando la cabeza como un cachorro, Draco sonrió lo más honestamente que pudo y lo invitó a sentarse de nuevo, cuando el León lo hizo recargó su cabeza en su hombro dejando que sus rubios cabellos se desacomodaran en la túnica del muchacho. Inhaló profundamente llenando sus pulmones y cerrando sus ojos, embriagandose con el aroma que lo envolvía y pensando en el enredo de la Amortentia ¿Quién habría pensado que una poción los llevaría hasta este punto? Bien, se dijo, no había más que pudiera hacer ahora salvo aceptar su destino y continuar.
Si ambos habían sobrevivido hasta este punto bien tenían posibilidades para salir bien parados de lo que sea que la antigua magia hubiese preparado para ellos.
Giro su rostro para esconderlo en el dorado cuello y sintió al otro joven tensarse ante su movimiento. Era consciente de las diferencias físicas entre ambos empezando porque el moreno era más musculoso que él, su estatura, su temperatura y un largo etcétera que podía enumerar luego, en ese momento sólo sintió los músculos ajenos tensarse ante su delicadeza y siguiendo un impulso más bien estúpido dejó un camino de besos en el cuello del Gryffindor; hacerlo se sentía tan bien, casi como si hubiese nacido exclusivamente para eso: para estar en contacto con él sin importar la forma.
El moreno soltó un suspiro y un ligero gruñido que alimentó su ego y lo hizo sonreír, dio un último beso notando por fin el golpeteo sincronizado de ambos corazones, el crujir salvaje de la tierra y las chispas e hilos de magia dorada y plateada que había provocado con su acción.
Vale, se dijo, si ya habían entrado en el juego y tomado su lugar en el tablero bien podían fastidiar un poco más a la antigua magia.

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