Alguien me preguntó: «¿Y si yo no quiero ser feliz? ¿Qué hay si quiero ser desdichado?»
Y yo le contesté: «Sé desdichado, si eso te hace feliz.»
A medida que lo negativo se hace presente en su mente, un sudor frío le hace temblar, y encogerse como si de un día nevado y gélido se tratase. Cuán deseo de desvanecimiento notaba en su monotonía. Y de sollozo, y de pánico.
La notoriedad continua era molesta a pesar de la costumbre. Al parecer se convirtió en una mera esclava de sus propios pensamientos desordenados.
Malditas pretensiones añoradas desde hace ya un tedioso tiempo. En una esquina del cuarto se disputaban ella y sus remordimientos.
Noches en vela quebraban lentamente cualquier forma de sobrellevar el tormento en el cual subsistía. Y qué decirle a quien no halla manera de auxiliarte, si por el contrario suspiraba por un desamparo carente de consideración ajena.
Pues no reclamaba clemencia, tan solo huir. Al fin y al cabo nadie haría notoria su carencia.