Setenta y cinco

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Tom estaba solo en casa ese día, bebiendo en su habitación mientras veía televisión.

La obra había finalizado hace días, y no tenía nada que hacer al menos por un tiempo. Había rechazado varios proyectos, todo con la intención de estar más en casa, pasar tiempo con Amelia, aprovechar las vacaciones, y todas esas cosas que planeó, pero al marcharse, lo dejó suspendido en el aire, en completa soledad, y la verdad era que cada día caía más y más rápido, en picada contra el suelo.

Cada botella de licor vacía parecía pesarle más, jalándolo con mayor velocidad hasta el fondo, pero él no se detenía, ya que beber era lo único que sentía le ayudaba en aquellos momentos.

De sopetón, tocaron a su puerta un par de veces.

—Estoy ocupado. —murmuró.

—Señor, no es mi intención interrumpirlo... —habló Omar desde fuera—. Pero el señor Kane insiste en verle, ya le he dicho que usted no desea visitas, pero ha entrado de todos modos...

—Dile que se vaya... —articuló Tom con hosquedad.

Escuchó cómo forzaban la perilla de la puerta, pero sin ningún resultado, ya que estaba con seguro.

—Thomas William Hiddleston. —escuchó la profunda voz de Julius—. Si no me dejas pasar, derribaré esta maldita puerta ahora mismo.

—Vete de aquí, no quiero hablar contigo. —respondió el actor.

—Thomas... —murmuró cansado—. Déjame entrar, por favor...

El inglés se levantó con dificultad, y caminó hasta la puerta, abriéndola con rabia mientras trataba de enfocar a Julius con la mirada.

—Vete de aquí, Omar... —murmuró el rubio—. Tengo que hablar con mi amigo.

El chico obedeció de inmediato, mientras que Kane entró a la habitación, y cerró la puerta detrás de él.

—No soy tu amigo. —habló Tom sentándose en la cama, para volver a centrar su atención en la televisión.

Julius tomó el control y la apagó.

—Pero soy lo más cercano a uno que puedas tener... —dijo con seriedad—. No diré las cosas como te gusta escucharlas, te las diré de la manera en que necesitas oírlas...

—Estoy bien... —farfulló el actor.

Fallidamente, Julius trató de no reír.

—¿Cuándo fue la última vez que tomaste un baño? —inquirió el manager.

El intérprete pensó por algunos segundos.

—El viernes... —musitó.

—¿El viernes pasado? —interrogó Julius alzando las cejas.

—Fue un viernes...

—Tom... —reclamó el rubio.

—No sé cómo seguir sin ella... esa es la verdad... —murmuró bajando la mirada—. Construí mi vida alrededor de Amelia, y ahora que ella no está, no sé cómo seguir...

—¿Sabes a qué me suena todo eso? —preguntó Kane.

—No lo digas...

—Lo diré.

—No, Julius.

—Tienes cita a las tres, así que te bañas y te vistes decentemente ahora mismo... —habló Julius poniéndose de pie—. Su nombre es Harold Petroch, quizás has escuchado su nombre, es uno de los mejores psicólogos del Reino Unido.

—No iré a un estúpido psicólogo. —masculló desganado.

—Irás. —espetó él con el ceño fruncido.

—No iré, no puedes obligarme...

—¿Y Amelia?, ¿Qué hay de ella? —preguntó Julius mientras lo miraba fijo.

Él no dijo nada tras aquello.

—Ella te dijo que fueras a terapia... se tomó el tiempo de escribirte una maldita nota diciendo que fueras al psicólogo... si lo hizo es porque te quiere, y quiere lo mejor para ti...

—Ella se fue, nada la hará volver... —murmuró Tom—. Yo la golpeé, y no quiere volver a verme jamás...

—¿Has pensado en los motivos de sus actos? —preguntó observándolo juicioso—. ¿Por qué se fue realmente?

Tom volvió a callar.

—Ella no se fue solo porque la abofeteaste... se fue porque estaba aburrida... aburrida de tu forma de actuar, como todas las otras mujeres que también se fueron... eres un idiota, alguien tenía que decírtelo...

—Ella se fue porque la golpeé... —masculló Tom.

—No, se fue porque la controlabas, porque no la dejabas respirar en paz, la bofetada fue la gota que rebalsó el vaso...

Thomas guardó silencio por amplios minutos, mientras Julius revisaba su teléfono.

—Ve a bañarte. —habló caminando hacia la puerta—. Adelanté tu cita, es en una hora.

—No iré...

—Si alguna vez quisiste a esa chica, irás... —habló antes de salir—. Yo te llevaré, así que te apuras. Te estaré esperando abajo.

Tom se quedó sentado en la cama por un minuto, hasta que logró reunir las fuerzas necesarias para levantarse y caminar al baño.

Tomó una ducha fría para despabilar, también se afeitó, perfumó y peinó.

Aunque con raíces pelirrojas, seguía manteniendo su cabello negro, ya que había olvidado su cita a la peluquería para restaurar su color original.

Tomó un traje azul, y decidió que usaría la corbata de raquetas de tenis, su favorita.

Bajó al primer piso con cuidado, sin poderse desprender del efecto del alcohol en su cuerpo.

—Luces bastante mejor... —habló Julius al verle.

—Comeré algo antes de irnos.

Él le extendió un sándwich junto a una botella de té helado.

—Ya lo había previsto. —dijo el manager—. Ahora vamos al auto, que la consulta no queda a dos cuadras de aquí...

Harold Petroch resultó ser un sujeto agradable, un hombre mayor, muy seguro de sí mismo, con un gran nivel de empatía, y habilidad para escuchar. Estuvieron un buen rato hablando sobre cosas triviales, como el clima, las fiestas de fin de año que ya se aproximaban, su trabajo, o sobre tenis, charla provocada por su corbata.

Contar quién se la había regalado abrió la canilla estancada de todo su sufrimiento.

Lo contó todo, todo lo soltó, siendo que apenas era la primera sesión.

Él parecía entenderle tan bien, escuchándolo tan pasivamente, que no pudo resistirse, además aún estaba ebrio, y siempre se ponía hablador en aquel estado.

Recibió sus consejos, tomó notas mentales de todos ellos, y prometió ponerlos en práctica, salir de la cama, dejar de beber, avanzar.

Lo haría por ella.

Siempre era por ella. 


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✒Mazzarena

Panacea UniversalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora