Desolador.

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Escribir esto me llena de pesadumbre y nostalgia, ya han pasado cuatro años desde que murió, o mejor dicho, desde que ella se quitó la vida, sin importarle nada ni nadie.

Todos los días al despertar veo la carta que  me dejó, y eso sólo hace que me cuestione más el por qué; pero ni su familia ni sus amigos quieren darme respuesta de ello. ¿Qué siento? Siento ira, frustración y mucha desesperación, sin embargo, no podía dejarme dominar por los viles pensamientos del pasado, pronto debía dar un recital en el Teatro Mayor y debía dar mi mayor esfuerzo para poder obtener el reconocimiento que necesito. Por primera vez en la historia del Festival Internacional de Música Clásica era posible participar usando una composición propia.

Empiezo a preparar la partitura “El soneto de las flores”, una obra hecha de mi propia angustia existencial; oculta entre la melodía se encontraba la melancolía que embargó mi vida tras el suicidio de Sofía. Una obra de arte marcada con corcheas, semicorcheas y silencios teñidos con su sangre, y estas a su vez se escondían entre las notas blancas y negras que se paseaban por el pentagrama. Lo supe, siempre lo había sabido, me había obsesionado con su muerte. Y toda esa obsesión era provocada por una mentira y una acusación.

Me levanté y vi mi pastillas para el dolor de cabeza, me las tomé sin siquiera pasarlas con agua, sentí como bajaban por mi esófago y colapsaban en mi estómago de manera brusca pero reconfortante.

Luego volví a entender lo mismo que entendía una y otra vez; mis sentimientos, mi frustración y sufrimiento interno no le iban a devolver la vida, no era útil seguir pensando en ella y en lo que pasó de la forma en que lo hago. Sin embargo, no lograba entender por qué me había dejado esa carta.

Ella y yo no éramos cercanos ni nada parecido (incluso puede decirse que la ignoré en algunas ocasiones), por lo que no logro entender por qué lo hizo, y sobre todo por qué me pidió hacer ese acto que no sólo me ha llenado de culpa sino que también de desgracias. Debí deshacerme de la carta mientras podía.

Han pasado cuatro años, seis meses, y catorce días; sí, los he contado. Sofía era mi compañera, la conocía desde siempre, pero nunca congeniábamos en nada, creo que pudimos haber sido buenos amigos. Su suicidio fue demasiado sencillo, sin embargo dejó una escena muy espantosa.

Por cosas del destino, fui yo el primero en encontrar su cadáver, se había cortado la vena completa de todo un brazo, la sangre había manchado toda su cama y hasta parte del suelo; el camino del espeso líquido rojizo iba desde el tocador hasta la cama, cruzando sobre sus peluches, algunas cartas y poemas; en su pecho, que ya no latía, estaba una carta que decía “Para Marlon”. Ese era yo, la tomé y rápidamente la guardé en mi bolsillo antes de que la madre de Sofía llegara para presencia la escena. El cuerpo desfallecido de Sofía tenía otras dos cartas, en su mano derecha una que parecía ser para su mejor amiga y en su mano izquierda una que decía “Para mamá”.

Sofía llegó a ser una chica demasiado extraña, no logró tener muchos amigos y siempre se decía que era una chica que no valía nada.
La madre de Sofía la golpeaba y discriminaba, en muchas ocasiones acudió a mí, pero yo no podía ayudarla, tal vez si lo hubiera intentado ella estaría viva, y tal vez por eso es que siento este remordimiento y esta culpa que me consumen por dentro; Y sí, llegué a lastimarla, pero eso no justifica el pedirme a través de una carta que cometiera el mismo acto de atentar contra mi propia vida.

Quise despejar mi mente, así que me senté en el piano que se encontraba en esa habitación, para practicar la partitura. Las teclas estaban frías y emitían un sonido un poco extraño, sin embargo, no me detuve al tocar la melodía, necesitaba desesperadamente distraer mi cabeza de pensamientos conflictivos; Aunque era muy complicado.
La vida me había derrotado, era un simple ventiañero que vivía en la inmundicia de un apartamento de baja calidad. Mis posibilidades de una buena vida se fueron tras la llegada de mi paranoia, ese era uno de los castigos de la culpa indirecta e indefinida que me causó su partida.

Mi estado mental se había deteriorado con los años, llevándome a un encierro total, no salía casi nunca de ese apartamento. Si necesitaba comida, medicamentos o alguna cosa de afuera, llamaba a un amigo de la familia que siempre se ofrece ha ayudarme. Él me quería sacar de ese lugar, y por eso me inscribió en el festival de música. Estaba tan agradecido que para recompensar todo lo que él había hecho por mí, decidí aceptar y esforzarme, necesitaba ganar una oportunidad de cambiar mi vida.

No obstante, me invaden de nuevo aquellos sentimientos de descontrol y enojo;  golpeo el piano con toda mi fuerza haciendo saltar las teclas. Mi visión se nubló y susurros surgieron de la nada predicando la misma frase que Sofía escribió en su carta: “Debes saldar tu deuda Marlon, por eso quítate la vida como has dejado que me quiten la mía”. Los susurros se volvieron gritos que azotaban mis oídos, lastimaban mi entendimiento y quemaban mi alma. Ya sabía que mi paranoia era grave hasta el punto de provocarme sentimientos destructivos y daños físicos, por lo general, se detenían a los segundos, pero esta vez continuaron hasta que no pude aguantarme las ganas de gritar. Yo seguía tratando de limitar mi realidad, no quería reconocer mi error, y trataba con fuerza evitar que mis recuerdos afloraran a la superficie de mi mente. Al parecer para mí era mejor fingir una mentira que vivir en esta espantosa y abrumadora realidad.

Al final de todo, mi mente cedió ante la verdad, revelándome lo que cíclicamente intento reprimir. Sofía no era sólo mi compañera, ella era mi hermana. Ahora que lo recuerdo bien, ella fue la razón por la que empecé a tocar piano, ella me introdujo al mundo de Bach, Mozart y Beethoven con su asombro por la música. Ahora podía recordar eso, pero estoy seguro que algo falta, y ese algo era lo que mantenía a Sofía cautiva en mi vida y en mi música.

Traté de forzar a mi mente a revelar la realidad, esa misma que no solo cegaba mis memorias sino mi día a día. Fue como entendí una vez más el por qué Sofía me había condenado a su tortura moral, alguien abusó de ella y yo lo permití. Después de eso, los días la consumieron lentamente, nuestra familia la abandonó, yo la abandoné, y al final nadie quiso estar con ella. Toda persona que la rodeaba la juzgó cruelmente y yo sólo guardé silencio, ella no merecía ser juzgada…Pero… ¿Por qué yo guardé silencio? ¿Acaso sabía algo? 

Mi cabeza me empezó a doler nuevamente y con mucha intensidad, Sí que sabía algo, yo sabía quién abusó de ella, y yo le dejé hacerlo. Por esa misma razón ella me pidió acabar con mi desdichada vida, el que abusó de ella fue mi mejor amigo, el mismo que aún al día de hoy no sufre el más mínimo remordimiento. Miré mi antebrazo y aparecieron unas marcas que no estaban allí antes, líneas que con el tacto podrías deducir que eran cortadas, de estas cortadas salía sangre.

Mi apartamento pestilente se había convertido en una habitación completamente blanca, creí haber muerto y llegado al cielo, pero no, era la habitación de un instituto psiquiátrico. ¿Cómo lo sé? Sencillo, por fin había despertado. Yo no era pianista, era un paciente de ese hospital, internado por mis egoístas padres para “protegerme” de mis muchísimos intentos de suicidio. Al final, volveré a dormir en mi ilusa realidad y en menos de una semana tocaré de nuevo ese soneto, cuyo final es igual al mío.

Gracias por darle una oportunidad y espero que les haya gustado

La Carta Y El Pianista Desesperado🎶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora