Lo que dejamos atrás

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Ropa mojada......
Sudor.......
Un fuerte zumbido resuena en mi cabeza. Él va bajando lentamente por mi cuello....levantando mi camiseta.... desabrochando el cinturón.......

[unos días antes]

- ¿Aún estás en la cama? Anda levanta y ven a ayudarme con las cajas, ¿te parece?

-¿Qué? ¿Qué día es hoy...? ¡Mierda!

Ese era el momento. Uno de esos momentos en la vida en que dejas de estar en una nube y empiezas a recordar que se te olvidó algo tan importante como un nuevo e inesperado cambio en tu vida.

- Hannah ve a ayudar a papá, ya tiene suficiente con todo lo que está ocurriendo últimamente - Esa es mi hermana. No nos llevamos muy bien, pero digamos que nos soportamos. Es la pequeña y por ahora la mimada de papá, aunque quizá algún día se de cuenta de lo molesta que puede llegar a ser.

Después de asegurarme de haberla perdido de vista, bajé al salón y me preparé un café con leche, después de sentarme en uno de los altos taburetes de la gran isla de mármol gris perla en el centro de la sofisticada cocina. Voy a echarlo de menos.
Luego de terminar mi desayuno, subí a la habitación a prepararme ¿¡Donde iba a ir sino con esas pintas!?  Tengo todavía una hora antes de emprender el largo y eterno viaje que me espera en nuestra pequeña y humilde caravana familiar.
Una vez encerrada en mi habitación, y ya con más de medio armario tirado sobre mi gran cama, llegó el gran drama. Una de esas preguntas que todas nos hemos hecho alguna vez en la vida y que nunca sabes responder. ¿¡Qué diablos voy a ponerme!?

- ¡Idiota! ¡Anda, ábreme la ventana!-  Y ahí estaba Hailey tan oportuna como siempre. Hailey ha sido mi mejor amiga desde que tengo uso de razón y, la verdad, es que no sería yo sin ella. Prácticamente nos hemos criado juntas, tan distintas y tan parecidas a la vez.
Ella es la típica chica que nunca pasa desapercibida, ya sea por su dulce sonrisa, su perfecto maquillaje o su perfecta elección de ropa conjunta marcando su figura. La adoro.

- ¡Tantos años y sigues sin llamar a la puerta! ¡Ven a ayudarme anda!

Cerré mi ventana y abrí la gran maleta encima de la cama, esa que utilizabamos cuando Hannah era pequeña y nos encantaba pasar el verano visitando pequeños pueblecitos costeros en la caravana. Me dispuse a ir poniendo el resto de mi ropa cuando se oyeron de fondo los fuertes pasos de Hailey subiendo corriendo por las escaleras y, sin tiempo a reaccionar, después de abrir repentinamente la puerta de mi habitación, acabó lanzándose sobre mí en un fuerte abrazo cayendo así sobre la amontonada pila de ropa que había ya sobre el colchón.

- No creo poder llegar a acostumbrarme a que te marches. Esto estará soso sin ti y tus locuras. - enserio odio ese tono triste. Pocas veces había presenciado a mi amiga así.

- Alegra esa cara, tengo la solución. Vente conmigo - dije entre carcajadas intentando que Hailey se riese un poco. - Voy a animarte con una noticia, una cosa que llevas mucho tiempo intentando hacerme decir. No tengo que ponerme.

- ¡Al fin! Yo soy la persona que buscas - dijo guiñandome el ojo y asintiendo luego con la cabeza.

Sin demorarse ni un segundo empezó a rebuscar entre mi ropa. Sacó un top negro de manga corta con el argumento de que el negro quedaba perfecto con mi tono claro de piel. Después de pasar un buen rato revisando mis pantalones decidió abrir la caja. Esa caja que guardaba en el fondo del armario y que pensaba dejar ahí, con la ropa de años anteriores, que se iba acumulando con la que no me gustaba, y sacó de entre ella una falda granate que nunca llegué a usar. La recordaba más larga aunque claro está que era un par de años más pequeña cuando me la regalaron por mi catorce cumpleaños. Nunca llegué a usarla pero decidí hacerle caso al instinto de Hailey y darle una oportunidad. Mi amiga se quedó boquiabierta en cuanto salí del pequeño baño de mi habitación y no la juzgo, realmente me sentaba bien.
Con la camiseta un poco ajustada y la falda por encima de la rodilla atándose perfectamente a mi cintura, decidimos bajar a ayudar con las pocas cajas que mi padre y mi hermana se habían dejado por poner en el maletero.
Presiento que va a ser uno de los días más duros de mi vida.

Una vez cargada la caravana con todos los recuerdos imprescindibles de la casa y nuestras enormes maletas en el pequeño remolque, llega el temido momento

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Una vez cargada la caravana con todos los recuerdos imprescindibles de la casa y nuestras enormes maletas en el pequeño remolque, llega el temido momento. Ese instante que todos odiamos; las despedidas. Mi mejor amiga de pie en el pequeño patio delantero de la casa sigue sin poder parar las lágrimas que corren por sus mejillas. Con papá y Hannah esperándome dentro del auto solo me quedaba decirle adiós. Dispuesta a no hacerlo más duro todavía, decidí decirle, mientras cogía su mano, que no iba a ser un adiós para siempre cuándo empezaron a salir lágrimas también de mis ojos. Y ahí estaba frente a ella, sin palabras, Hailey y yo nos quedamos unos instantes mirándonos, todo lo que sentíamos, todo lo que pensábamos se veía reflejado en esa mirada tierna que nos dedicamos. Y después del largo abrazo sabiendo que era el último que íbamos a darnos en mucho tiempo, llegó el momento de dejar atrás mi hogar y emprender el largo camino hacia el aeropuerto y el primer paso hacia mi "nueva vida".

Llevábamos cerca de una hora de viaje. Durante todo aquel rato no habíamos hecho nada más que ver enormes praderas verdes que se perdían en el horizonte, hasta que pronto empezamos a ver los primeros indicios de vida junto con los primeros edificios de la gran ciudad de Des Moines donde nos esperaba el avión que se dirigiría a la hermosa ciudad de Nueva York. Entramos en la ciudad y sobre nosotros unos altos, cristalinos y esbeltos rascacielos.  Fuimos directamente al Aeropuerto Internacional de Des Moines, un lugar donde una cantidad increíble de aviones esperaban pacientes su vuelo, entre ellos, el nuestro. Al pasar todos los controles, y con las cajas y maletas ya en el avión, nos dirigimos a la puerta de embarque. Los tres estábamos callados por la dureza de la situación y el hecho de que el largo viaje en coche resultó más exhausto de lo que creíamos. Pocos minutos más tarde subimos al avión.
Después, nos instalamos en nuestros respectivos asientos, yo al lado de la ventanilla con mi hermana en el asiento contiguo del avión y mi padre con otro hombre al otro lado del largo pasillo que juntaba las diferentes estancias.
Una inmensa tranquilidad me invadió cuando de pronto dejamos atrás el suelo. Desde arriba se podía ver todo, los grandes campos verdes, toda la ciudad desde lo alto y los más pequeños recuerdos en cada calle que dejábamos atrás. Iba a ser un largo viaje.

Eras tú (en curso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora