Ochenta

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La época de fiestas pasó rápida y tranquila para Ben y Amelia.

Salieron a ver los fuegos artificiales para año nuevo, a diferencia de la navidad, que solo la pasaron en casa. 

Aprovecharon al máximo los días libres para trabajar en la conjetura de Poincaré.

Amelia no consiguió empleo, así que se limitó a pasar los días en casa, tratando de conservar su cordura con máximo esfuerzo.

Estaban atrasados en las cuentas, incluyendo la renta, razones por las cuales el intercambio de regalos durante la mañana de navidad consistió en: Una lata de Dr. Pepper de Ben hacia Amelia, y una pequeña caja Earl Gray de Amelia hacia Ben.

A pesar de los inconvenientes, mantenían la calma con la idea de que todo mejoraría.

Después de todo, su matrimonio sería pronto, y con eso al menos su economía se vería aliviada.

—¿Debería utilizar un vestido? —preguntó Amelia mientras se miraba al espejo.

—Es un matrimonio civil, no creo sea necesario... —él masculló sin mirarla, con un tono adormilado.

—Debe verse creíble... digo, hay mucha gente que se casa por conveniencia...

—Si tienes uno, úsalo, no tengo problema con ello... —respondió Ben mientras se ataba los cordones.

—Lamento molestarte con esta tontería... —murmuró ella avergonzada.

Ben, quien se alistaba para el trabajo durante esa mañana, dejó todo lo que estaba haciendo para caminar hacia la mujer.

—No es una tontería... —dijo mientras la abrazaba de lado, y la miraba a través del espejo—. Entiendo que te sientas nerviosa, yo también lo estaría si fuera tú... solo debemos actuar con normalidad, y todo saldrá perfecto...

—¿Y si nos descubren? —interrogó preocupada.

El londinense la miró ahora directo.

—Dime, Amelia, ¿sientes que me conoces más o menos bien? —inquirió con interés.

—Claro... digo, sé muchas cosas sobre ti... —respondió ella.

—Yo también sé muchas cosas sobre ti... —habló sin despegar la mirada—. Si nos llegan a hacer alguna pregunta, no creo se nos haga demasiado difícil contestarla...

—Sí, tienes razón...

—Solo debemos mostrarnos tranquilos... —musitó con una pequeña sonrisa.

Ella terminó por asentir.

—Voy tarde, nos vemos luego, ¿sí? —habló tomando una mochila y su casco.

—Claro, espero tengas un buen día...

—Se hace más fácil con el pasar del tiempo. —murmuró abriendo la puerta.

Ella lo miró apenada.

—Adiós. —susurró Amelia.

—Adiós. —repitió él.

Que mal se sentía al ver cómo Benedict se iba de madrugada a trabajar, para regresar cuando los faros de las calles ya habían encendido hace bastante tiempo.

Se sentía inútil, esa era la verdad.

Él trabajaba como un esclavo, y ella solo se encargaba de ordenar el piso, alimentar a los gatos, y preparar la comida.

Al menos a Ben le gustaba su forma de cocinar, y siempre se mostraba feliz y agradecido cuando compartían la cena.

Era su forma de ayudar. 


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✒Mazzarena 

Panacea UniversalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora