Prólogo

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La muerte puede ser aterradora y dolorosa, mucho depende del caso en el cual uno se enfrenta, para él, la experiencia fue algo frustrante, triste y… ¿Cálida? Extraño, perro cierto.

Podía sentir la lluvia caer sobre él, su visibilidad cada segundo se nubla a más, temblaba, pero no sabía si era por la temperatura de las gotas de agua o por la experiencia misma, su abdomen dolía, estaba seguro que tenía una hemorragia, pero poco podía hacer ahora. Cerró sus ojos, su corta vida pasaba como si de una película se tratase, una bastante triste y emotiva; no había hecho nada, no merecía un final así después de tanta tristeza, pero suponía que una persona como él debería tener un final así, las personas que nacen en desgracia deben morir igual.

Volvió a abrir sus ojos cuando sintió que las gotas que caían contra su rostro cesaron, una gran sombra, no distinguía muy bien lo que estaba frente a él, pero pudo sentir el cálido aliento de lo que fuese estuviera encima, la criatura acerco su hocico pudo visualizar el color carmín oscuro de su piel, con sus últimas fuerzas el chico extendió su diestra atreviéndose a tocar al animal o lo que fuera, sintió la calidez que emitía, sus dígitos recorrían las escamas; sus ojos se volvieron a cerrar y apenas unas palabras fueron pronunciadas junto a una pequeña sonrisa.

— Eres muy cálido.

Su mano poco a poco perdió fuerzas y en segundos cayó al suelo, su cuerpo inerte yacía bajo la gran criatura, nuevamente su hocico cortó las cercanías con el otro, se aseguraba de que ya no hubiera vida alguna en él, se alejó, tan solo observó a ambos lados para asegurarse que no hubiese nadie más en el lugar, abrió su boca mostrando sus grandes fauces y tomó al rubio, las grandes alas se extendieron antes de abandonar la escena.

No había testigos y la prueba solo eran un gran charco de sangre que poco a poco era borrado por las constantes gotas de agua, pronto pasaría al olvido.

Un mes había pasado desde ese día, desde el momento en que se encontró con “él” por primera vez.

A varios kilómetros de distancia de tal lugar, se encontraban las montañas, aquellas a las que el hombre no se atrevía a escalar, las leyendas mencionaban criaturas peligrosas, seres que amenazaban con la vida de uno, entre ellas un gran dragón que solía amenazar las aldeas cercanas, el dragón odiaba cualquier ser vivo, por lo que incluso atacaba a los suyos propios, nadie en su sano juicio se atrevía a poner pie en los territorios del lagarto, leyenda o no, las pruebas de batallas pasadas y personas que alguna vez se atrevieron a ir más allá se encontraban en el camino.

En la montaña más grande, una cueva de inmenso tamaño podía visualizarse incluso desde lejos, en su interior el gran lagarto descansaba, el sonido de su respiración hacía eco entre las grandes paredes, nada podría despertarlo, podía llevar semanas así si de lo proponía, si no fuera por un pequeño detalle.
Con cuidado bajo una de sus alas salió el rubio, quién adormilado observó el lugar, era algo oscuro, pues en el fondo no solían tener mucha iluminación, más que la de unos pequeños agujeros donde se filtraba la luz del sol, pasó a observar ahora a su lado, el gran animal se mantenía aún durmiendo, ignorando la existencia del humano.

— Enji… despierta.

Apenas mencionó antes de soltar un pequeño bostezo, se reincorporó para levantarse y caminar hasta donde el hocico del dragón, posó ambas manos sobre el área de su nariz, para darle unas cuantas palmaditas en un intento por despertar al otro; un resoplido que le despeinó fue lo que recibió como respuesta.

— Qué grosero.

Infló sus mejillas frustrado al fallar en su misión, se alejó esta vez para comenzar a caminar hacia la salida del lugar, la cueva era bastante profunda, para alguien como el le llevaría varios minutos, pero al dar el primer paso una de las grandes garras de la criatura le detuvo, entre gruñidos finalmente la voz del dueño del lugar se hizo presente.

— Nadie te ha dado permiso para salir.

— Planeaba hacerlo, pero no despertabas.

— No necesito despertar para que tengas la respuesta a ello.

— Hmp. Solo planeaba sentarme en la entrada.

Finalizó mientras observaba como el dragón se estiraba en su lugar, acto seguido se volvió a acomodar, ahora los afilados ojos turquesa tenían su atención, la cola de éste se movía de arriba a bajo logrando hacer que algunas pequeñas rocas rebotasen por el impacto.

Hace un mes que vivía a lado de tal criatura, Enji, era su nombre. El rubio siempre pensó que el dragón lo había devorado ese día lluvioso y, aunque efectivamente perdió la vida, eso fue a causa de la gran herida que tenía en el área del abdomen, ahora, no recordaba mucho sobre cómo o qué fue lo que le llevó a estar en ese estado. Enji tenía las sospechas que fue causa de algunos bandidos, después de todo cuando el llegó a escena podía notar que la aldea cercana estaba siendo atacada, encontrarse al chico en ese estado le llevaba a esa conclusión, los humanos no se soportaban unos a otros, tanto que entre ellos mismos de aniquilaban.

¿Pero que era lo que mantenía vivo al muchacho? La respuesta se encontraba en su propio corazón, o bien, la mitad del que ahora tenía. Sí, el dragón que se suponía le comería, había entregado la mitad de su propio corazón para que el rubio tuviera una segunda oportunidad, el porqué aún era un misterio para el chico, cuando le preguntaba a Enji este siempre le respondía vagamente con un “Necesitaba un esclavo” o alguna otra respuesta parecida.

— Keigo.

— ¿Sí?

— Sí vuelves a despertarme a esta hora te comeré.

— Pero ya es de día.

— Te dije que me despiertes al atardecer.

— … No puedo seguir durmiendo como tú. ¡Además necesito comer!

— Tienes bastante fruta ahí atrás.

— Yo, necesito dormir en un lugar más cómodo.

— Te recuerdo que estás en una cueva.

— Precisamente, no es lugar para tenerme.

— Tus ancestros vivían en cuevas, puedes con eso.

— ¡No quiero!

Frunció el ceño esta vez dando un par de golpes a la garra que aún impedía su camino, cansado de que no funcionase volvió a escabullirse bajo el ala del dragón; era su pequeño refugio, de alguna manera se sentía más seguro y tranquilo en ese lugar.

— ¿Terminaste?

— No.

— En ese caso volveré a dormir, niño.

— ¿Qué? No.

— Tienes bastante energía, es molesto.

— Debiste pensarlo antes de obsequiar me la mitad de tu corazón.

— Hm…

Keigo volvió a salir de su escondite, está vez para acomodarse junto al rostro del dragón, sus manos acariciaban las escamas que ya conocía, a pesar de ser duras el tacto contra su piel no era desagradable y admitía que, después de un poco de tiempo terminó por acostumbrarse a ello.

Por otra parte el Dragón se dejaba hacer ante las caricias, aunque las manos de su pequeño humano apenas y lograban abarcar una mínima parte de su rostro, el tacto era suave y relajante, aquello era parte de su día a día. Keigo siempre decía que, como no podía brindarle un masaje como tal, hacer ello serviría para relajar a tan estresado y malhumorado lagarto.

Dejó de sentir las manos del chico, por lo que volvió a abrir sus ojos para encontrarse al rubio intentando escalar por su hocico, hasta su cabeza, lugar donde finalmente se recostó.

— ¿Qué haremos hoy?

— Conseguir tu almuerzo y el mío.

— ¡Yo no como humanos!

— No dije nada de eso, tampoco me gustan, demasiado hueso y poca carne.

— Uhg… perdí el apetito. La última vez me trajiste la mitad de una vaca, casi me vuelvo vegetariano.

— Eres demasiado pesado con la comida.

— ¡No puedo comerlo crudo, tampoco así tan… ugh!

— En ese caso tendrás que cocinar tu propia comida o seguirás comiendo frutas.

— No, ya no más.

— Hm… ¿Qué te parece pescado?

— Ah, eso suena bien y es fácil de hacer.

— Bien.

El dragón  se removió para poder levantarse, cuidando de no dejar caer al chico, comenzó a caminar hasta la salida de la cueva, para él no tomaba más que unos cuantos pasos, al llegar al entrada el rubio rápidamente tembló, olvidaba que ataban a varios metros de altura y la temperatura era muy baja, en la cueva no se sentía ya que era bastante cálida gracias a la presencia del dragón.

Enji notó el estado del chico por lo que se inclinó para que éste bajase de él.

— Volveré al atardecer, así que quédate dentro.

— Sí, creo que tomaré la opción de la sienta.

— Te traeré más cobijas y ropa.

— … Pero sin cadáveres.

— No prometo nada.

Bromeó y la risa del humano se escuchó, el rubio le dedicó una última caricia al dragón antes de darse la media vuelta y volver a entrar a la cueva.

— Te estaré esperando, Enji.

El nombrado asintió, extendió sus alas y finalmente se alejó del lugar. El rubio por otra parte corrió hacia el interior, era demasiado frío estar parado en ese lugar y vaya que lo tomó varios minutos llegar hasta el fondo, tanto que cayó rendido sobre la montaña de paja que tenían como si se tratase de una cama.

Cerró sus ojos, aún recordaba la primera vez que intercambio palabras con el dragón que ahora cuidaba de él, el primer día estaba tan confundido, no sabía muy bien cómo era que podía respirar de nuevo o cómo era que la herida que tenía había dejado de sangrar y en su lugar apenas tenía una pequeña marca de que lo sucedido fue real. 

El día en que por primera vez sintió ser importante para alguien, aún si se trataba de un dragón.


[✓] Buenas madrugadas, tenía la idea de este fic desde hace rato, sé que no he terminado los anteriores, pero no quería quuedarme con las ganas.

¡Espero les guste!

Me he basado de la película "Corazón de dragón" .





El corazón de un dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora