Un curioso conjunto de números

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Este cuento ha sido publicado en la 8° antologia de cuento expedida por la instucion COBACH en el estado de B.C.S
Con derechos de autor.




                                “¿A dónde vas? afuera no para de llover. La noche es larga y una mujer se debe a veces dejar convencer.
                  ¿A dónde vas? Afuera no hay más que incomprensión y tal vez nos venga bien dejar que decida el corazón.
                          Una promesa de amor murmura el agua al caer, brindemos tú y yo, será lo que deba ser. Olvídate del reloj.”         
                                                                                                                                                      -Paté de Fuá. ¿A dónde vas? (Cita requerida)




Es insoportable tener una imagen inmortalizada en la mente.  Es insoportable tener algo y perderlo de pronto. Me duele la mano de tanto escribir sobre ella y mi  labio herido por el tabaco no ha podido perder el sabor de su beso mágico. Esta página será la última que escribiré sobre ti antes de que te marches esta tarde. Por la noche fumaré solo, tendré ese impetuoso deseo de conservarte para ahogarme en  tu compañía olvidando la inmensidad de la noche, de la soledad, pero para entonces tú ya estarás mirando las estrellas. Puse punto final, cerré la libreta y  me giré para mirarla, para guardar su imagen en mi mente, para envejecer con ella. Aurora reposaba desnuda sobre las sabanas color beige. Su tersa piel, las curvas de su cuerpo y su cabello largo y castaño relucían con los rayos del sol, ella era lo más bonito en ese cuartucho mediocre en medio de la ciudad.
Era domingo, el tabaco se me había terminado y ella quería un café.
-Hoy estoy cerca. Me dijo al oído y sin prenda alguna mientras rodeaba mi cuello con sus brazos.
-Vayamos a vestirnos, iremos a desayunar. -Dije con un susurro.
Salimos al parque de siempre, fuimos a un restaurante conocido y  disfrutamos de la intimidad y complicidad que se vive al desayunar  juntos.
-¡Oye Nicolás! ¿Sabías que hay una vieja leyenda que dice que puedes saber tu futuro con el sedimento del café?

-Eso he oído. –dije dando un sorbo a mi propia taza. Estiré mi mano para tomar la suya y mientras acariciaba su palma con lentitud exclamé
-¿Sabías que sé cómo será la suerte de las personas con sólo mirar las líneas de sus manos? Ella esbozó una sonrisa triste y me cuestionó sobre su suerte pidiéndome una lectura.
-Sabes que no puedo hacerlo contigo y aunque pudiera no delataría esas verdades. -Será lo que deba ser. –Sentencié y enlacé mi mano con la suya.
-Tal vez deba decidir el corazón. Brindemos por él ahora.
-Brindemos por tu partida. –Dije sin pensar.
-Brindemos por las verdades a medias. -Dijo ella con ese humor sarcástico que la caracterizaba.
No sólo me gustaban sus curvas, era una mujer increíblemente lista, talentosa y amable, pero las promesas no se le daban bien. Hace apenas cinco noches que la había visto luego de su repentina desaparición, ella simplemente huyó de todo, incluyéndome. Un año más tarde sin siquiera advertirlo recibí un mensaje de un número desconocido; era Aurora diciendo que quería verme. Estuve una semana haciéndome añicos la mente tratando de decidir si quería siquiera contestar aquel mensaje.
Salimos del restaurante y elegimos quedarnos debajo de un árbol a fumar. Esa era  una especie de tradición para nosotros.
-¡Oye! He olvidado el encendedor en casa, préstame el tuyo. -Le pedí. Me entregó un hermoso encendedor plateado rotulado con la silueta de un gato negro.
-¡Mira, Nicolás! ¡Ahí está de nuevo, lo que tú llamas mi maldición!-Dijo mostrándome el celular con los dígitos de la hora repetidos. -Creo que todo es simple casualidad.
-Aurora ¡Eso da mucho miedo! Te ocurre por lo menos una vez al día. –Dije riendo.

-Tú estás maldecido con tu memoria fotográfica, estas condenado a recordar todo.
Era cierto y era una simple broma, pero en el fondo me ponía triste saberlo. Solté el humo y antes de que ella pudiera disculparse la besé, cerré mis ojos con mucha fuerza conservando las lágrimas dentro. Me sentía vulnerable, ella no me enrarecía como otras, me hacía sentir afecto y al final sucumbí al impacto de su cariño.
Tenía que huir de mis miedos, del vacío que sentía al perderla, de su voz, de su imagen, necesitaba escapar de ese intento por retomar lo que existió. Mientras un par de Jazzistas callejeros tocaban cerca, nos sentamos en una banca para beber el vino que saqué de la reserva, antes de salir de casa. Igual que dos adolescentes alocados, bailamos al ritmo de la música suave, amena y bebimos de la boquilla del vino hasta que me embriagué.
Volvimos a casa con las ansias en la piel, con el exquisito deseo de probar nuestros labios sabor a uva. Subimos las escaleras hasta el departamento murmurando un te quiero y robando besos al otro entre escalón y escalón. La perilla de la puerta se atoró y soltamos risitas tontas cuando logré abrirla de un empujón.
Las prendas a manos del otro, cayeron de nuestros cuerpos, poco a poco, dejando un rastro de amor y lujuria. En pleno éxtasis me sentí morir y cerré los ojos  conteniendo de nuevo las lágrimas, convenciéndome de que no sería la última vez que la vería.
-Nicolás.- Dijo con su  hermosa y suave voz, tan suave como una caricia. -Abre tus ojos. Los abrí a petición suya y me encontré con los suyos.
-Tus ojos son hermosos, mírame por favor, guarda esta imagen en tu memoria.
No pude más, estaba clavándome dagas y amándome a la vez, la abracé con fuerza, solté un par de lágrimas y susurré a su oído “Te extrañé” Recorrimos con ternura el camino trazado en nuestras pieles. Una y otra vez ella me brindaba la calidez de su alma y yo a cambio la amaba con todo mi ser.
Desperté con resaca y con su aroma fresco inundando la habitación. Esperaba verla, recorrí el cuarto, pero ella no estaba, no estaban sus prendas ni su maleta, me puse la ropa como pude para salir y afuera encontré que su auto ya no estaba. Aurora me había abandonado de nuevo. Lleno de rabia y dolor lloré como un niño, golpeé las paredes, destruí la mitad del cuarto y me maldije cientos de veces. 
En medio de mi rabieta y con los ojos llorosos encontré sobre el escritorio cientos de cartas sujetas con un hilo carmesí y una nota a un lado.

“Nicolás, he venido de vuelta a la capital sólo para verte, para disculparme por mi ausencia y si me lo permitías, hacerte saber lo que siento. Ahora sé con claridad  que el lugar que siempre he soñado está junto a ti, pero el miedo que tengo a caer en el abismo de la entrega no me permite avanzar, quedarme o construir. Mis heridas pasadas siempre estarán latentes, taladrando mi mente, haciéndome sucumbir al abismo del pasado, a la rareza y a mi huida a un lugar seguro donde no pueda alcanzarme lo ocurrido, donde la historia concluya sin herir tu boca, sin quemarte con mi negruzco humo.
Las cartas son nuestra historia, la explicación de mis miedos y de mi partida. Ser honesta es la única forma que tengo para hacerte saber que vivo retomando este camino, abordando un tren que tiene un sólo destino, volver a ti. No sé dónde me encontraré mañana, pero siempre recordaré tu voz, tus ojos, tus abrazos, tus poemas y tu imagen durmiendo sobre el césped bajo el sol de la primavera.
Así como las olas vuelven hacia la costa nosotros nos volveremos a ver, fumaremos juntos y beberemos otra copa, hasta entonces conserva mi encendedor y yo conservaré la libreta donde escribiste todos esos poemas para mí.
Es curioso que mi vuelo salga el  22 de abril, ya que es la fecha en que bebimos nuestra primera copa hace 6 años. Pronto estaré de nuevo en tu ciudad, en la ciudad de nuestros momentos, en nuestra ciudad”

Estaba estupefacto, era completamente estúpido e ilógico que se fuera de ese modo y aún más irracional que yo me aferrara a tal promesa. Después de todo, esa era mi historia. Concluí que era hora de que decidiera el corazón; amo a Aurora y esa es la única certeza que tengo. A pesar de todo aún tenía un momento pendiente y siempre giraría en torno a ella. Salí al patio, saqué un cigarrillo y  lo encendí con mi nuevo encendedor mientras observaba las estrellas, miré la hora y me sonreí al notar los números repetidos; 10:10, era su fecha de cumpleaños. Al parecer, pasar tiempo con las personas te hace compartir sus hábitos y  maldiciones.
Ojalá, a pesar de todo lo ocurrido y de mis eternas repeticiones, me salvé del miedo que siempre está presente en cada latido, de las imágenes, de los curiosos conjuntos de números y de las historias de nunca acabar. El tabaco era tan cálido y tan amargo como la vida.







Asunto: Concurso de cuento
Nombre del participante: Anya Valero Sanchez
Nombre de la Escuela: Cobach 01. Instalaciones del sistema de enseñanza abierta.
Pseudonimo: Taimu

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⏰ Última actualización: May 10, 2020 ⏰

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