[DRAFT]
El sol comenzaba a reposar en su lecho cristalino y los astros dejaban de esconderse; así como los astros, las mágicas criaturas del bosque mostraron sus verdaderos rostros. Los duendes dejaban de esconderse en los hongos, las hadas movían sus alas para quitarse el polen y las ninfas mostraban su verdadera forma. Las noches en el bosque eran de música y baile, las criaturas marginalizadas amában; el bosque podía ser libremente, donde el hombre no llega siempre abunda la vida y el ser.
La música comenzaba a sonar, poco a poco todos comenzaban a aglomerarse para dar comienzo al baile, pero esa noche se vió interrumpido. El suelo fértil del bosque se hundió levemente, un extranjero llegaba al bosque. Los hombres habían despedido a las criaturas al bosque y se asqueaban de pensar en convivir con los duendes, hadas, faunos, ninfas y grifos; por lo cual sería normal que ningún hombre pisara el bosque. El paso pesaba al frágil césped y la sangre de las criaturas se trasladaba a sus talones, el extranjero decidía mostrarse. Se trataba de un guerrero, sucio por un regreso a un hogar que no existía y con una armadura de hojas. La vida y muerte no existían en su cuerpo, su corazón latiente era la única prueba de que estaba vivo. Un goblin se le acercó, temeroso por su humanidad.
— ¿Qué buscas, tú humano? — interrogó temeroso.
— Soy un guerrero de una tierra olvidada, busco a la Mujer del Bosque para casarme con ella.
— Nadie jamás se ha casado con la Mujer del Bosque, guerrero, pierdes tu tiempo.
— El tiempo solo existe cuando se le da un nombre, por favor, díganme dónde encontrarla y así pedir su mano.
Las mágicas criaturas hicieron mutis ante la seguridad del guerrero, mucha gente buscaba casarse con la Mujer del Bosque, todos con razones distintas. Algunos solamente querían el orgullo y estatus de casarse con una mujer tan hermosa y antigua como la Luna, otros buscaban su sabiduría y algunos le querían para escapar de sus mentes; pero la razón del guerrero no era ninguna de ellas. Su voluntad era firme y testaruda. Un par de hadas le enseñaron la primera parte del camino, pero debería cruzar la oscura y peligrosa parte del bosque por su cuenta. El peligro no procedía de la oscuridad, sino por lo supuestamente oculto de esta, aunque nada se ocultase.
El guerrero logró atravesar el bosque, aún cuando la Luna no le acompañara y se escondiera de él, llegando por fin al lecho de la Mujer del Bosque. Una enorme y hermosa mujer -de cabellos vegetales adornados con cristales y luciérnagas, acostada para ocultarse, de ojos lunares y tez verde- era. El guerrero se ruborizó, pero logró emitir palabras.
— Buenas noches, Mujer del Bosque, vengo a casarme contigo.
— Sé lo que buscas, pero tu no sabes porqué lo buscas. No puedes casarte con alguien por algo cuando no sabes para qué quieres ese algo.
— Quiero casarte conmigo para que me ames y así saber lo que es estar vivo.
— Pero no puedo amarte si tu no me amas, no es justo. No tienes vida y tampoco muerte, yo soy ambas, pero tu no sabes qué es ninguna de las dos.
— ¡Por eso quiero que te cases conmigo, así podría comprenderlo! No puedo morir aún, pero tampoco puedo vivir. Las ranas cuentan que el amar trae vida y muerte, pero nadie ha querido amarme, ¡entonces quiero amarte!
— Pero no me amas, el casarte conmigo significa la muerte, yo tampoco podría amarte, aunque fueras el Sol. Amar a alguien solo significa mi fin, y mucha vida vive dentro de mi, no puedo abandonarle por un extranjero.
— Entonces, por favor, toma mi dolor y los latidos de mi corazón. Detesto la vida que no puedo vivir, y la muerte que no llega a mi. Te lo ruego, Mujer del Bosque, no hay honor más grande para un guerrero que morir en merced de la Luna.
La Mujer del Bosque así lo hizo, colocando su mano en su frente y besando sus labios. Fue el primer y último beso del solitario guerrero, hambriento de amor y muerte.