De ti me enamoré

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El día terminó, los clientes de ese día habían conseguido la satisfacción de tener sus joyas. Un sonido de fuera empezó a inundar los oídos del joven joyero de Étranger. El clima de ese día era húmedo, tan fresco y cargado. Al empezar a llover el reloj de madera justo detrás del rubio, marcó la hora de cerrar. Era hora de marcharse.

El joven de ojos cafés limpiaba los platos usados, con un suave tarareo alegre. Con movimientos sutiles como si bailara, acomodó los utensilios en sus respectivos lugares. Al terminar su trabajo se despidió de su jefe, ya en la entrada de la tienda se quejó al no encontrar su paraguas de bolso, maldecía al recordar que esa misma mañana lo olvido en su mesa. Con una mueca de disgusto salió y miro las gotas frías caer del cielo. Con una sonrisa se despidió y agitando su mano, ya listo para partir bajo por las escaleras y esas mismas gotas lo mojaron por la ausencia del paraguas, corrió sobre los pequeños charcos. El apuesto y brillante rubio lo observó desde las escaleras, una mirada nostálgica se podía notar en su bello rostro, una recuerdo son fugaz llego a su mente apoderándose de su sentir.

Ahora mismo con todo su corazón, anhelaba ser la lluvia sobre sus manos para por fin tocar sus finas y cálidas manos. Sus ansias de que el distraído japonés notara sus sentimientos era un sufrimiento para Richard, él más que nadie deseaba gritar en frente de su ser amado aquellas palabras que tenía tanto miedo de decir. Pero sus tristes y dolorosas experiencias con el amor eran un círculo vicioso que ocasionó a construir brechas sobre su corazón para que nadie volviera a entrar. Cual material viejo y dañado por antigüedad, esa brecha de límite se desmoronó siendo polvo por la llegada de Seigi.

Seigi Nakata, un joven universitario japonés de la Universidad de Kasaka del departamento de economía, su empleado en Étranger que conoció casi después de llegar a la tierra del sol naciente, y todo gracias a que su noble justicia le hizo actuar y defenderlo ante un ataque de borrachos. Ese joven con nombre cual justicia, era un mar de inesperadas reacciones, un universitario que no analizaba con seguridad sus palabras y que procedían a malentendidos. Ese chico menor que él, de cabellos oscuros cual noche y brillantes, de ojos castaños tirando a tonos rojizos adornaba su piel beige. Tan distraído, leal cual caballero, justo como solo él es, atractivo cual misteriosa joya, con un gran talento en preparar postres dulces y deliciosos al trabajar, que hacían animar al de ojos azules.

Justamente ese chico, que era un nuevo capítulo en su historia, era la razón de su extraño sentir, fue la razón por la que huyó antes de lastimarlo. Seigi Nakata, es hombre del cual está enamorado.

Lo vio un poco más, el tiempo se detuvo frente a sus ojos. Era una oportunidad entregada para que pudiera confesar sus sentimientos, a pesar de sus frases indirectamente directas aquel japonés no llegaba a descubrir el secreto. Los destellantes ojos azules cual zafiros lo veían con devoción y una mezcla de miedo. Sus recuerdos le llegaron a su cabeza, de aquellos momentos que disfrutaron juntos.

¿Era el momento indicado para eso?

[...]

Por un momento no lo pensé con claridad, pensé que sólo era una idea burda creada por mis delirios imaginarios. No fue así. No fue una jugada por mi mente, esto era completamente verdadero, tan verdadero que era tan notable sin prestar atención. Me costó tiempo darme cuenta de mis sentimientos arraigados en mi corazón.

Sé que jamás podré alcanzar ese nivel de pureza e ingenuidad que Seigi tenía. Él era lo que yo admiraba deseando ser puro y desinteresado, con el afán de ayudar a los demás sin causar problemas. Justo empezó a trabajar conmigo, me di cuenta de muchos rasgos suyos, para bien o para mal. Siendo realista era un tonto, no media la magnitud de sus palabras, esa bocota suya decía lo que le saliera en gana llegando a incomodar a los clientes y a mí. Esas palabras inocentes que él decía eran unas dagas sobre mi corazón, solo me hacía retroceder en el tiempo donde esa apariencia fue la causante de muchos conflictos. Lo tenía en cuenta, sobre mi belleza, conocía que era un arma de doble filo, podía utilizarla bajo mi control, pero Seigi es tan... sincero. Vociferando aquí y allá, con esa sonrisa pura impregnada en sus labios, siendo halagador al punto en que me irritó cual alergia. Gracias a que probó un poco de su propia medicina logró captar mi indicación. Su rostro avergonzado me eclipsó, me pidió disculpas una y otra vez.

El amor cuando la lluvia termina [Seichard] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora