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No es consciente de que aún existe en el mundo hasta que sus orejas puntiagudas y dañadas comienzan a captar los graves susurros del viento. La sangre se encontraba seca y se había vuelto una dolorosa costra de color pardo que se extendía desde su cabeza hasta la punta de los pies.

Aquellos cartílagos con forma de triángulo se agitan como espigas de trigo listas para ser cosechadas y al proporcionar la capacidad de escuchar de nuevo, su cerebro manda órdenes a cada parte de su cuerpo. Indica que ya es hora de abrir los ojos.

Le nace la necesidad de saber qué es lo que está sucediendo en ese momento pues todo es borroso y no solo se refiere a su visión, porque cuando esta se aclara sus memorias se mantienen vagando en los confines de su mente, no dispuestas a hacer acto de presencia para ayudarle a obtener una pista de lo que sea que necesite saber.

Sus brazos, a diferencia de aquellas imágenes inmateriales, le brindan apoyo.

Estos recorren poco a poco las heridas de su adormilado cuerpo húmedo y malherido que provocan un dolor insoportable. Sus pupilas hacen lo mismo, solo que ellas escanean el entorno donde está y su boca, un poco presionada contra el suelo, gime y gruñe para tratar de controlar la sensación creciente de pánico que anida en su pecho al no poder detectar algo familiar.

Su nariz percibe,-aparte del líquido carmesí que emana de las marcas de mordidas, rasguños y raspones de diferente profundidad que tatúan su carne-un aroma a acero, madera de roble, aceite, cuero, humedad y un poco de lo que cree que son alimentos variados. Todo es un coctel que intenta hacerle recordar que tiene la obligación de encontrar a alguien al cuál necesita volver a ver; sin embargo, solo se asienta en el fondo de su estómago y le da arcadas que por poco le hacen devolver el jugo gástrico que indica que ha estado ahí por más de tres días.

Con esfuerzo gira sobre su costado derecho para dejarse caer lentamente contra el suelo de roca y así poder mirar al cielo. Este tiene nubes que presagian una nevada que presenta un potencial peligro si es que no logra reunir fuerzas para salir de ahí lo antes posible para seguir con vida.

Pero se siente tan débil...

Tan cansado...

Simplemente se encuentra moribundo.

Todo su ser se niega a cooperar para ayudarle y hacer que se ponga de pie aunque sea solo por un par de minutos.

Y ahí, aun tendido en el suelo, sus ojos han comenzado a cerrarse de nuevo gracias a la poca voluntad que su cuerpo tiene para vivir.

Se ha resignado a que Hela está ansiosa de recibirlo en el Heheim, cuando un aroma tenue a canela y azúcar atrae a su nariz.

En la bruma negra que ha comenzado a tratar de volver pesados a sus parpados, logra distinguir la silueta de un hombre que expresa sorpresa e incluso temor en su mirar. Esto le hace abrir los ojos de golpe por un microsegundo pero ese repentino chute de adrenalina le roba la energía por completo y se queda tendido en el suelo.

Ese hombre se apresura a dejar el ciervo que traía cargando en los hombros para comprobar que sigue vivo y él se sume en el lago de la inconsciencia mientras se vuelve a olvidar del hecho de que existe.

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Ambos se encuentran frente a frente.

Uno de ellos con la mirada anclada al suelo mientras juega con sus dedos llenos de cicatrices y trata de no colapsar por tantas emociones que están a punto de causarle una taquicardia.

Sus mejillas están pintadas de un precioso tono rosado que resaltan sus pecas y la tonalidad se oscurece cada vez más cuando siente la mirada insiste de aquellos ojos rojos que penetran su alma mientras el olor a canela azucarada característico de aquel alfa se vuelve más fuerte, arrullándolo y haciendo que se sienta seguro, que se sienta en casa.

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⏰ Última actualización: Nov 11, 2020 ⏰

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