Uno.

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Estaba acostada sobre su pecho desnudo. Ambos estábamos envueltos en sábanas y echados en la cama. Él acariciaba mechones de mi cabello desordenado y yo solo lo miraba.

No podía concebir que existiera un hombre más hermoso, pero nunca se lo decía porque aumentaría su ego y este ya era lo bastante insoportable como para acrecentarlo.

Me encantaban sus ojos azules bajo ese cabello castaño oscuro. Benedict siempre decía que prefería mis ojos cafés porque no eran comunes, claro que no lo eran en un Londres lleno de ojos claros, pero para una latina como yo, mis ojos siempre habían sido lo menos especial de mí.

Benedict era mucho mayor que yo, había más de diez años de diferencia, pero era lo que menos me había importado al momento de iniciar nuestra relación. Mi familia de seguro se hubiese opuesto, pero por suerte ellos no estaban conmigo como para controlarme.

Con mi carrera culminada y habiendo trabajado por algunos años en una importante agencia publicitaria allá en Lima, gané una beca para realizar mi maestría en el King’s College de Londres. Viajar a Inglaterra había sido mi sueño desde que tenía memoria, para mí era el lugar perfecto; claro que una vez aquí realmente sentí lo que era estar lejos de casa. Las primeras noches lloré mientras me recostaba en mi cama y la televisión transmitía programas cuya lógica yo no entendía.

El transporte en Londres era tan ordenado y tranquilo que me enfermaba, la comida era terrible y no me acostumbraba para nada al cambio de horario. Las costumbres inglesas eran tan raras que empecé a preguntarme por qué me había gustado esa cultura en primer lugar, pero poco a poco la fui entendiendo y amoldándome a todas aquellas diferencias a mi tan añorada y bulliciosa cultura popular peruana.

Entré a trabajar como asistente de la editora principal en Vogue London, un sueño hecho realidad para una amante de la moda como yo. El trabajo era duro y tenía que equilibrar el tiempo para también cumplir con mis obligaciones académicas, pero estando yo sola en una ciudad extraña, tiempo era algo que siempre tenía.

Hice amigos de la universidad, pero con los del trabajo me reunía aún más, eran como una segunda familia que muchas veces se reían de mis metidas de pata en su cultura, a veces llego a pensar que me veían como a su bufón porque siempre andaban expectantes de qué cosa nueva la latina iba a arruinar.

Mirando los ojos de Benedict en ese momento me di cuenta de la suerte que tenía, una suerte que me había sido negada durante toda mi vida, pero que se cobró cuando me choqué de frente con él cuando entraba corriendo a la oficina de mi jefa. Sí, la puntualidad inglesa era a lo que más me costaba adaptarme.

Musité un perdón y él respondió de la misma manera en tono frío. No le di importancia porque así hablan la mayoría de los ingleses y me limité a seguir con mis deberes. Cuando por fin me di cuenta de quién era, salí de la oficina a paso rápido, fui al baño, me encerré en un cubículo y grité.

Benedict Cumberbatch, actor británico que tenía una legión de seguidoras había venido a hacer una sesión de fotos para la revista y promocionar la temporada final de su serie “Sherlock” de la BBC. Yo aún pensaba que Robert Downey Jr. era mejor interpretando el papel, pero el acento inglés le sumaba varios puntos de ventaja.

Y fue ese mismo acento el que me llevó a aceptar la primera salida con él tiempo después, a tomar el té inglés que me tenía harta pero me encantaba, a dar un paseo con él por Londres, a visitar su departamento, a estar juntos en la cama por primera vez. ¿Qué puedo decir? Ese acento inglés es simplemente irresistible.

Y ahora estábamos ambos allí, en la cama, hablando de cosas estúpidas, cosas que nos unían. Apenas hacía un año de aquello y yo sentía que toda una vida había pasado. Ya no era más Benedict Cumberbatch para mí, era Ben, mi Ben, mi Benny que solo me dedicaba esas miradas dulces, tiernas y sexys a mí.

Se acercó a darme un beso en los labios y yo llevé mis manos a su rostro para acariciarlo. Se deshizo de la sábana que me cubría y me sentó en su regazo desnudo. Me susurró algo de que amaba las curvas latinas y bajó sus manos para acariciar mi cuello.

Sentí que me colocaba algo alrededor de este y paré de besarlo para mirar lo que sucedía. Una cadenita de oro fina colgaba sobre mi pecho. Tomé el colgante sobre mis dedos y me di cuenta de que era un anillo adornado con pequeños diamantes alrededor. Me quedé mirándolo un largo rato y luego posé la mirada sobre él. Le sonreí.

-         ¿Qué es esto? –le pregunté.

-         Esa es la prueba de que te amo y planeo hacerlo por el resto de mi vida –él me dio un beso en la mejilla.

-         No entiendo

Benedict rió suavemente y apoyó su frente en mi hombro.

Entonces lo entendí. Me sentí estúpida y avergonzada por unos minutos. Me ruboricé y desvié la mirada lejos de su rostro. Oh por Dios, no era cierto, no sabía ni qué decir.

-         Alessandra Valdez, ¿me concederías el honor de ser mi…? –lo interrumpí.

-         No, Benedict, detente.

La sonrisa desapareció de su rostro y me arrepentí al instante.

-         Yo… no estoy lista –susurré.

Sentí un nudo en la garganta y las lágrimas a punto de derramarse. No quería hacerle eso, no quería perderlo, pero tenía miedo, mucho miedo.

-         Aún no siento que…, no estoy donde me gustaría, hay tantas cosas para hacer…

Mis intentos por brindarle una explicación parecían ridículos al observar la tristeza de su mirada. Su voz temblaba cuando me habló, pero trató de calmarse para poder decir todo aquello que estaba pensando:

-         Ale, escúchame, sabía que había el riesgo de que me dijeras esto, y sabía que estaba este riesgo por la diferencia de edades, porque yo a tu edad también hubiese pensado que el matrimonio me frenaría de las miles de cosas que aún podría alcanzar, pero eso no va a pasar. No quiero que te cases conmigo y tener inmediatamente hijos, podemos esperar…

-         Ben, tengo miedo… -sollocé.

-         ¿Miedo a qué, amor? –él trató de confortarme.

-         Miedo a que todo cambie, a que nuestra relación se vuelva… No lo sé –traté de reír pero nada salió- No quiero que esto cambie y sé que con el matrimonio algo cambiará.

-         Querida, te vas a casar con Benedict Cumberbatch, la relación estará más caliente que nunca –él rió a carcajadas.

Le di un golpe en el hombro y me apoyé en su pecho. Caímos recostados sobre la cama otra vez.

-         Tengo miedo a que se vuelva como el matrimonio de mis padres –le susurré liego de unos minutos en silencio.

Benedict solo asintió y volvió a acariciar mi cabello. Él sabía perfectamente a lo que me refería. Yo era una chica de un barrio pobre limeño, había crecido con un único modelo de relación, la patriarcal. Un matrimonio para mí era solo eso y me atemorizaba la sola idea de que lo mío con Ben pudiese volverse así.

“Pero él es inglés” una vocecita habló en mi mente.

Lo reflexioné. Imaginé si decía que sí, Benedict querría una boda por todo lo alto, Benedict jamás retrocedería en su carrera y no quería que lo haga, pero tampoco quería hacerlo yo en la mía. Él habló de hijos, ¿cuánto estaría él dispuesto a esperar por eso? Unos dos años, quizás. Pero si le decía que no… Lo perdía, y era lo que menos quería que pasase.

-         ¿Entonces qué? –él se atrevió a preguntarme luego de varios minutos en silencio.

No respondí. Mi mente era un lío que se debatía entre el sí o el no. Mis miedos se apoderaban de mis anhelos y estos luchaban hasta sus últimas fuerzas para subsistir en ese caótico lugar que era mi interior.

Tardé en contestar otros minutos más. Suspiré.

Sr. Cumberbatch, firme su post-it.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora