— ¿Es divertido? — dos hermosos ángeles se encontraban sentados en el abismo que separaba el mundo terrenal del reino de los cielos, los ángeles tenían permitido visitar aquel lugar donde habitaban los mortales ocultando sus alas para pasar desapercibidos entre la multitud. Sin embargo, el querubín de cabellos azabaches, nunca se había atrevido a bajar, le causaba una sensación extraña el pensar en aquello pero también le generaba gran curiosidad.
— Los mortales son interesantes y algunas de sus actividades son extrañas.— los ojitos del pequeño chico de cabellos negros destellaban de curiosidad.— deberías bajar... Tienes que comprar chocolate, te va a encantar te lo prometo.— Todo comenzó aquella noche, en la que Jungkook decidió bajar a la tierra para poder experimentar en carne propia todo aquello de lo que su amigo tanto hablaba. Aquella noche entró a un mini market para comprar una de esas cosas llamada chocolate, su amigo Jimin le había dicho que eran deliciosos, así que él mismo le dio unos papeles verdes para poder tomar algunos; él no entendía como Jimin había llevado cosas de la tierra al cielo si no se podía, esperaba no se metiera en problemas. Camino por los pasillos del lugar buscando aquel dulce que deseaba probar con tantas ansias y en cuanto los tuvo en frente no sabía de donde escoger, había tanta variedad, pero pasados 10 minutos ya no tenia idea de cuántos chocolates se había comido y los papeles verdes ya se le habían acabado, se dio medía vuelta con un puchero en los labios dispuesto a irse de regreso a su hogar pero chocó con alguien.
— Lo siento, no te vi.— Jungkook miro al chico de cabellos castaños que le miraba con gracia.— T-tengo que irme... Con permiso.
— Creo que tienes un poco de chocolate en la cara.- le habló amablemente el chico, Jungkook se quedó mirándolo fijamente sin decir nada.— Amm toma... Límpiate.— el castaño le extendió un papel que se sentía húmedo al tacto, el cual recibió para limpiarse las mejillas bajo la atenta mirada del castaño.— Soy TaeHyung...
Desde aquel día cayó perdidamente enamorado de aquel precioso chico que le había brindado amablemente todo su amor, lo amaba y estaba dispuesto a dejar sus alas por él, pero sabía que lo castigarían no solo por haberse enamorado de un humano. Si no también por haberle revelado a este que era un ángel.
— Son realmente hermosas.— Taehyung le miraba fascinado acariciando las alas que se erguían con orgullo sobre la espalda de su novio.— ¿puedo tocarlas? — el azabache asintió sonriéndole a su pareja, estaba dispuesto a asumir su condena para estar junto a TaeHyung y poder seguir viendo aquellos hermosos ojos que contenían las mismas galaxias en ellos.
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— Jungkook has quebrantado las reglas, serás condenado a 60 años en el infierno, después de cumplir tu condena perderás tus alas y serás enviado a la tierra como un mortal.— Y él aceptó, no le quedaban más opciones, haría lo que sea por el amor de su vida.
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Pasado los años de su condena en el infierno, sus alas le fueron brutalmente arrancadas de su cuerpo, y así fue enviado a la tierra para cumplir su ciclo de vida y morir como cualquier ser humano. En cuanto bajo por aquel risco que tanto conocía lo primero que cruzó por su mente fue él, así que sin dudarlo corrió a buscarlo en aquel que fue su refugio durante las noches frías, al llegar buscó las llaves bajo el pequeño tapete que le daba la bienvenida al hogar de su amado y en cuanto las tuvo en sus manos abrió lentamente; todo estaba exactamente igual que la última vez que estuvo en aquel lugar, dio algunos pasos dentro y cerró tras de sí.
— Volviste...—Jungkook giró hacia su derecha para encontrarse con TaeHyung pero no era el TaeHyung que vio la última vez, ahora su cabello era blanco y su piel tenía visibles arrugas por la edad.— Esperé tanto por ti... Ahora puedo morir en paz.— le susurró suavemente al menor mientras acariciaba su mejilla.
— Pero... Tae.— Jungkook no lograba entender lo que sucedía, el mayor simplemente le sonrió amorosamente. Esa noche ambos durmieron juntos, por fin sintiendo el calor del otro y su corazón latir al mismo ritmo, pero cuando el amanecer llegó uno de ellos no despertó para ver la luz del sol.