Dos Últimas Banderas.

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—Súper.

Jack Conway levantó la vista de los papeles esparcidos por su escritorio, los ojos cansados y rojos luego de horas y horas encerrado entre café, humo de su cigarrillo y puro papeleo miraron con indiferencia al comisario en la puerta de su oficina personal. Ivanov estaba allí, el rostro serio y sucio con tierra y sangre seca. Conway frunció el ceño e hizo una mueca de asco, viendo que el uniforme del comisario no estaba en mejores condiciones.

—¿Los atraparon?— había mandado a parte del cuerpo en busca de una organización que se había encargado de comenzar a vender explosivos en la ciudad, y si Ivanov estaba allí de pie, mal físicamente no estaba, así que no se preocupó. Ivanov asintió lentamente, pero no se movió de su lugar, apoyado contra la puerta cerrada de la oficina. Conway levantó las cejas, impaciente—. ¿Y? ¿Quieres una puta felicitación por hacer tu trabajo? ¿Quieres discutir ese tema de nuevo?

—Conway— Ivanov se cruzó de brazos, pareciendo incómodo, y Conway vio el pesar en sus ojos antes de que volviese a hablar—, hubieron dos bajas.

Genial. Simplemente genial. Se alejó de su escritorio arrastrando su silla y sacó un cigarro con molestia. Otra vez. Otra vez. Otra vez. Había enterrado a dos de sus chicos hace algunas semanas, y ahora otra vez. Otra vez, otra vez. Era algo que al parecer lo iba a perseguir por el resto de su vida. Jack Conway, el sepulturero. Prendió el cigarro con costumbre y le dió una larga calada, evitando ahogarse con el humo que inundaba sus pulmones con facilidad. Miró nuevamente a Ivanov y largó el humo luego de unos segundos.

—Nombres.

Conway se mordió la lengua con fuerza, evitando romper el escritorio frente a él. Si se levantaba de la silla posiblemente golpearía a Ivanov, y aunque a veces sí, no merecía un golpe en ese momento. Ivanov también sufrió pérdidas ese día, al igual que todo el cuerpo. Ahora, Conway necesitaba hablar con las familias y encargarse del funeral. Odiaba los funerales. Siempre traen malos recuerdos, pero entonces, toda su vida eran malos recuerdos. Respiró profundo. Pues bien, no iba a llorar sobre la leche derramada. Si no podía limpiarla, aunque sea podía ignorarla. Él era bueno ignorando cosas. Chasqueó la lengua alejando esos pensamientos de su cabeza y volviendo a centrarse en Ivanov.

Ivanov estaba... llorando.

—¿Qué cojones?— susurró, viendo las lágrimas mojar la suciedad en las mejillas del hombre más joven y abriendo paso hacia el cuello. Ivanov apretaba fuertemente su mandíbula y los brazos estaban tensos mientras los acercaba a su pecho. Conway había visto a sus chicos llorar varias veces, pero Ivanov era de los pocos que lograba contenerse ante bajas policiales. A menos que...—. ¿Quiénes son los muertos, Ivanov? No tengo toda la tarde para verte llorar.

Ya sabía lo que podía decir, pero no quería escucharlo. Si una de las bajas era Volkov, tendría que, además de preparar el funeral, encargarse de buscar a un comisario decente. Ivanov era uno, pero no podía todo él solo. Además, Volkov era su compañero; él, Ivanov y Volkov eran posiblemente los más capacitados en toda la comisaría, y ahora faltaba uno... Y era su culpa. No pudo proteger a Volkov y al otro caído.

Siempre era su maldita culpa.

Entonces, cuando sus pensamientos se volvieron de odio completo hacia sí mismo, Ivanov habló.

—Horacio Pérez y Gustabo García.

Tomó otra calada de su cigarrillo y asintió. Despidió al, sorprendentemente, deprimido hombre con un movimiento de su mano y se centró nuevamente en el papeleo frente a él. Ahora había más, entonces, cuando tendría que explicar qué hacían dos agentes de tránsito en una misión de organización. La mierda que le faltaba sinceramente.

Dos Últimas Banderas [GTA V Roleplay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora