1

20 2 2
                                    


Todo empezó con los temblores, luego las hemorragia nasales, moretones... Hasta que un día llegó a la pérdida del conocimiento.

Un día Vivian me llamo atemorizada, le dijeron que Max se había desmayado a la mitad de una clase, y al ver que no despertaba lo llevaron al hospital. Se hicieron pruebas, estudios; mi hijo de 12 años tenía Leucemia. Enterarse de esto como padre fue horrible, pero como doctor fue peor; es peor porque se vuelve una obsesión que te carcome por dentro, un vicio del que no puedes desprenderte, un pensamiento constante que te reptite "tengo que salvar a mi hijo"; nada importaba más que Max. Investigue y trate todo: quimio, radiación, acupuntura, reiki, homeopatía. Nada servía, y la vida de mi niño se iba apagando poco a poco. Como la llama de un cerillo. Comienza con una potencia inigualable, y al pasar de los años se va extinguiendo, pero hay veces en las que llega una rafaga tan potente que la extingue antes de tiempo.

Max tiene que vivir.

Todo a mi alrededor era de una mezcla verde y rojo, y el piso era un abismo; camine, observe y analize. A lo lejos se veía una figur borrosa, así que me acerque; la figura cada vez se volvía más clara, pero no era una figura normal, tampoco era un individuo. Enfrente de mí se encontraba un libro, pero además de que su apariencia era extraña había algo que me llamaba hacia el. El cuero que cubría sus páginas estaba arrugado y parecía piel descompuesta, pero no piel animal, más bien piel humana; ese pensamiento llegó a mi mente como si lo supiera desde hace años, aunque nunca en vida había visto ese libro. Simplemente lo sabía.

Puede salvar a Max...

Puede salvar a Max....

Puede salvar a Max....

Puede salvar a Max...

EL pensamiento retumbaba en mi cabeza, una y otra vez sin terminar; no estaba seguro de cómo, pero simplemente lo sabía. Este libro va a salvar a Max.

Después de ese sueño desperté con un sudor frío en el cuerpo, e inmediatamente me levanté de la cama y fui lo más rápido que pude al estudio de la casa para usar mi computadora.

Necronomicon.

El libro de la ley de los muertos que muy pocos creen que existe es la única esperanza para salvar a Max. Tengo que encontrar ese libro. La sombra en la esquina del estudio me aseguraba lo mismo.

Día tras día lo pasaba en el estudio, buscando y rastreando cada paso del libro. Vivían constantemente trataba de distraerme, de alejarme de mi trabajo. Simplemente se había convertido en una molestia.

Cada día me acercaba más a la ubicación del Necronomicon, y sus poderes me cautivaba cada vez más. El libro tenía la capacidad de hacer cualquier cosa, hasta revivir a los muertos, la sombra me lo aseguraba.

Todos los días continuaban igual; leer, buscar, investigar, analizar. No había visto la luz del día en mucho tiempo, mi cabello caía por montones y se encontraba regado por todo el suelo del estudio, pero no me interesaba parar. La sombra me guiaba para que mi investigación diera con los puntos indicados.

Vivian logró entrar; había roto la cerradura de la puerta y ahora se encontraba en el umbral de la puerta, viéndome atemorizada. La sombra solo reía.

–¿Qué te pasó?

–Nada, solo hago mi trabajo, algo en lo que estás empeñada en no dejarme terminar.

–¿Tú trabajo? Tu hijo murió hace unos días y solo te importa tu trabajo.

–Mi trabajo lo puede traer de vuelta, no importa que haya muerto, mi trabajo lo puede regresar.

Vivian me veía con una mezcla de ira y tristeza mientras lagrimas recorrían sus mejillas.

–¡Ese libro no es real! ¡¿No me estás escuchando!? ¡Tu hijo acaba de morir!

–¡Y ya te dije que lo puedo regresar! Ahora deja de molestarme y cierra la puerta.

–No se en lo que te has convertido, pero yo me voy. ¡Te has vuelto loco!

–No, tú no te vas a ir, no me vas a dejar solo.

–No puedo vivir en esta casa, y menos con un psicópata y con mi hijo muerto.

–No te preocupes, no tienes que vivir.

Antes de que siquiera pudiera pensarlo, tome el trofeo de baseball de Max y lo estrelle contra el cráneo de Vivian, matándola instantáneamente, antes de que pudiera gritar. Su sangre recorría el piso del estudio hasta llegar a los pies de la sombra.

–Sabes que no tiene que permanecer muerta...

Era la primera vez que escuchaba su voz, incluso cuando me guiaba es mi investigación.

–Pero no puedo traerla de vuelta, no sin el libro.

–¿Y quién dijo que no tenías el libro?

Computadora.

La tome y la lanze hacia la pared, destruyendola inmediatamente. Entre los escombros se podía ver un cuero arrugado; el hedor era demasiado fuerte, hasta me preguntaba cómo es que no lo pude percibir antes.

–El libro solo es digno del que lo busca, y de aquellos que están dispuestos a hacer lo que sea para obtenerlo.

Abrí y leí sus páginas, absorbí su contenido y reí, reí a gritos. Por fin era mío, y solo mío. 

La ley de los muertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora